Cómo construir un templo
Soy arquitecto y soy cristiano. Siempre he estado dando vueltas a cómo desarrollar mi profesión desde la fe.
Una de mis vocaciones más claras en este sentido es la de construir un
templo. Poner al servicio de los creyentes las capacidades que he
adquirido. Ayudar a que su relación con Dios se exprese y se alimente.
Su respuesta resultó entrañable. Al recibir la carta, me telefoneó
inmediatamente y me emplazó a entrevistarme con él en su casa, que
estaba con los mismos muebles que cuando la construyó 40 años antes.
Para un recién licenciado como yo, tuvo un gran impacto el par de veces
que pudimos charlar tranquilamente. Aunque para él también resultó
sorprendente, tal y como me confesó, dado que nadie le había planteado dicha cuestión.
En su época profesional, resultó relevante el Concilio Vaticano II.
Los cambios que introdujo en la liturgia hicieron que los templos se
concibieran de otra manera, adaptándose a los nuevos requerimientos. El
sacerdote empezó a celebrar mirando al pueblo de Dios, lo que consiguió
que los altares se separasen de las paredes acercándose a los fieles. Se
diferenciaron físicamente el ambón, la sede y el altar.
Fue un momento de una profunda reflexión acerca de la construcción de los templos, con enorme frescura en cuanto a las realizaciones arquitectónicas.
La revista ARA recogió parte de dicha reflexión acerca de la renovación
acaecida. Al coincidir con la migración masiva del campo a la ciudad,
se construyeron numerosos templos bajo la nueva mentalidad.
En la actualidad, la situación puede leerse con ciertos paralelismos.
Los desarrollos urbanísticos previos a la crisis económica han generado
nuevos barrios en muchas ciudades que, una vez habitados, les ha
llegado el momento de dotarles con diferentes edificios dotacionales,
entre ellos con sus correspondientes parroquias.
Desde luego que la encíclica Laudato si´ no puede
compararse con el Concilio Vaticano II en cuanto a su modificación de la
forma de entender la Iglesia y la liturgia. No obstante, sí que
introduce un cambio sustancial en la manera de relacionarnos las
personas con el medioambiente que, sin duda, afecta a cómo se pueden
concebir y construir los nuevos templos. La ecología integral que nos
propone Francisco, nos hace tener presentes a las personas y a nuestra casa común.
Desde este punto de vista, resulta interesante explorar la vía de la
participación de los fieles en el proceso de ideación y construcción de
su conjunto parroquial.
En lugar de un proceso de diseño realizado por especialistas que desconocen la realidad de la parroquia, se puede promover un proceso colaborativo que fomente la participación y la reflexión de la propia comunidad
parroquial para que sueñe y dé forma a las ideas iniciales. De esta
manera, la comunidad parroquial se siente partícipe del proceso y, en
definitiva, se apropia de los espacios parroquiales, acrecentando el
sentimiento de pertenencia de sus miembros.
No basta con buscar la belleza con la arquitectura, como nos recuerda Francisco:
150. Dada la interrelación entre el
espacio y la conducta humana, (…) no basta la búsqueda de la belleza en
el diseño, porque más valioso todavía es el servicio a otra belleza: la
calidad de vida de las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro
y la ayuda mutua. También por eso es tan importante que las perspectivas de los pobladores siempre completen el análisis del planeamiento urbano.
Desde el punto de vista de la ecología integral, también se nos
invita a realizar el proceso de construcción de los conjuntos
parroquiales con coherencia e incluso de manera ejemplarizante en lo que
respecta a la sensibilidad y cuidado de la creación.
180. (…) También podemos mencionar
(…) formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan su
consumo energético y su nivel de contaminación.
Si aplicamos los principios de la Laudato si´, los nuevos edificios parroquiales deberían realizarse
introduciendo las claves de la bioconstrucción,
que utiliza materiales saludables y busca la armonía con la naturaleza,
y con un impacto ambiental reducido. Para ello habría que tener en
cuenta la energía empleada para la elaboración de los materiales, como
la energía necesaria para su funcionamiento, que depende de cómo se
diseñe y materialice el edificio. Lamentablemente, muchos arquitectos no
están formados en esta sensibilidad debido a la mentalidad dominante en
el sistema educativo y en la sociedad.
Ojalá que el lugar en el que nos juntemos los fieles para
relacionarnos con Dios sea un espacio respetuoso hacia las personas que
se juntan y sensible a nuestra casa común que nos acoge, siendo liviana
la huella que deja en nuestra hermana madre Tierra.
Por Jorge Gallego. Publicado en Entre Paréntesis
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