Un encuentro personal

A nadie le sorprenderá escuchar que el relato de la mujer samaritana en el pozo se considere una historia de conversión. Algunos la compararán con la mujer pillada en adulterio o con otras famosas mujeres de la Escritura. En realidad, hay muchas similitudes entre todas ellas, pero no necesariamente conducen a los temas tradicionales del arrepentimiento y la penitencia.

Si comenzamos a mirar a la mujer samaritana como una apóstol en su pueblo, podríamos preguntarnos qué mensaje llevó. Después de todo, había mantenido un debate teológico bastante amplio con Jesús, que iba desde si Él tenía algo mejor que el pozo de Jacob (la tradición) hasta dónde debía la gente realmente adorar a Dios (la liturgia) y que terminaba con Jesús identificandose a sí mismo como Cristo (la cristología).

Entonces, ¿cuál fue su mensaje? "Me dijo todo lo que yo había hecho". Esto es lo único que escuchamos al respecto. Al hablar con Jesús, había dicho que el Mesías que vendría "lo contaría todo", pero no había ningún indicio de que "todo" era primariamente información personal.

Lo que tenemos en este relato es un encuentro muy complejo en el que Jesús en primer lugar se aproxima a la mujer al nivel de las necesidades humanas. Le pide agua. Pero, ¡Dios mío, cómo se pueden complicar las cosas más simples! Los samaritanos ahora poseían el pozo de Jacob, un símbolo de las raíces comunes y de la tradición que compartían con los judíos.

¿Pero cómo podía un judío pedir algo a una samaritana? Los judíos habían destruido el templo samaritano en el Monte Gezirim; habían desdeñado a los samaritanos como idólatras cuyos matrimonios mixtos con pueblos paganos habían contaminado su pureza de sangre. En resumen, eran pueblos antagonistas inevitablemente unidos en los niveles más profundos de su historia religiosa. Jesús estaba tomando todo esto consigo con su simple petición de agua.

Según evolucionó el diálogo, hubo una gran discusión teológica sobre el agua viva, la importancia de Jacob, la forma correcta de orar, los profetas y el mesías por venir. Pero lo que realmente importaba es que Jesús se reveló a la mujer y reveló la mujer a sí misma. No conociendo toda la extensión de su diálogo, solo sabemos que ella llegó a creer que Él venía de Dios.

Lo que interesa en el contexto de la Cuaresma es que tenemos una historia de conversión que no se centra en el pecado, ni siquiera en el arrepentimiento, sino en ser conocido y aceptado. Cuando comienza la conversación sobre el marido, la mujer le dice que no ha tenido ninguno y Jesús replica que ha tenido al menos cinco.

Pero no sigue la cuestión. No se habla sobre fortalecer su vida, no se debaten las leyes sobre el divorcio y el recasamiento, ni sobre si debía seguir con el hombre con el que estaba en su actual estado.

El simbolismo de los cinco maridos le habla a una persona que busque algo a nivel humano. Su conversación sobre dónde rezar, sobre los profetas y sobre el mesías nos muestran que era alguien bien versada en la tradición y que tenía verdaderas preguntas teológicas y esperanzas religiosas. Pero el mensaje que se llevó a su casa no hablaba de nada de esto. Había sido aceptada por ser quien era, con todo lo que era. Esto cumplió una necesidad que ninguna pregunta material ni espiritual podría nunca satisfacer.

Esta historia es sobre la sed, sobre un Dios que busca y encuentra a su amada humanidad. Fuera cual fuese su estatus social, fuese la marginada de su pueblo o una figura popular, la samaritana se convirtió en una apóstol, en una evangelizadora.

En Evangelii Gaudium ("La alegría del Evangelio"), el papa Francisco escribe: "Cada cristiano es un misionero en la medida en que ha encontrado el amor de Dios en Cristo Jesús". Esto es, exactamente, lo que le sucedió a la mujer samaritana. La teología, la corrección litúrgica y la cuestión de quién tiene la mejor tradición no son más que distracciones ante un encuentro con Cristo. Su interacción con Jesús la llenó del agua viva (del Espíritu Santo) que la convirtió en un apóstol, alguien que llama a los demás a un encuentro similar.


La Iglesia nos ofrece esta historia en esta tercera semana de Cuaresma y nos invita a meditar sobre la mujer y su transformación. Nos recuerda que nuestra fe se fundamenta en un encuentro personal con Cristo, Aquel cuyo efecto en nosotros es como el agua en cascada, el agua que nos llena y nos burbujea en alegres expresiones de nuestro ser tan amado como es que nos llama a continuar nuestra relación y compartirla. La conversión a la que se nos invita aquí es la de centrarnos en Jesús y en el amor de Dios, nada más y nada menos.

Después de todo lo dicho y lo hecho, la lectura de hoy nos deja con una pregunta sin respuesta: ¿Le dio alguna vez la mujer a Jesús ese vaso de agua?

Por Mary McGlone. Traducido del National Catholic Reporter

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