Santidad digital

Por José Fernando Juan. Publicado en Entreparéntesis

Algo que caracteriza a los santos de todas las épocas ha sido su capacidad de adaptación a sus tiempos. Es más, los han superado. Cualquier biografía que cojamos, revela hondura y profundidad más allá de los que sus coetáneos vivían. Por eso ya es posible hablar de santidad digital, incluso antes de que llegue este reconocimiento. Sin lugar a dudas, los santos de hoy usarán internet, tendrán perfiles en redes sociales, buscarán hacer el bien en este nuevo continente como auténticos misioneros. Está por ver, pero llegará. La santidad también es digital en nuestra época.

Como no hay testimonios específicos todavía, algunos echarán mano de la santidad en los medios de comunicación. Que se caracteriza por algo más que la búsqueda de la verdad, que en principio es un valor que todos los medios acuñan y quieren hacer propio a pesar de las diferencias. Ese algo más hoy se ve en el trato, en la cercanía, en la disponibilidad, en la capacidad para crear redes, en su forma de transmitir la Buena Noticia, en hacerla propia encarnándola.

El camino a la santidad, que en tantas ocasiones vemos como algo sólido y consolidado, comienza  de múltiples maneras. Alguien que se convierte de corazón, quien responde a las necesidades de sus tiempos, quien abandona una vida anterior vacía y busca llenarla de Dios y sentido, quien continúa con su vida en lo más cotidiano llegando a lo más extraordinario. El gran público identifica santidad con los milagros, ajeno tal vez a sus virtudes y bondades más hondas. La santidad no sólo es un bien para la Iglesia, sino para el mundo. Comienza en algo, pero sobre todo se desenvuelve, se revela y se muestra poco a poco, haciendo valer más los pequeños detalles que los grandes momentos. Y, en este camino, cómo no, se hace presente el mal y el sufrimiento de forma muy particular en repetidas ocasiones. Más en los de dentro, y sus luchas e intereses, que en los de fuera. Y más también en uno mismo que en los demás.

De qué hablaríamos, haciendo un ejercicio de imaginación quizá imprudente, cuando hablamos de santidad digital.
  1. Santidad digital es comunicar vida. No mensajes, sino vida. Al modo como hoy las redes permiten. Una vida que llegue a los demás, que provoque, que haga pensar, que empuje a lo hondo y no lo superficial. Una vida que sea bella en un sentido no meramente esteticista, sino en relación al bien que hay detrás de ella.  Seguramente más de algún YouTuber de los de ahora, no pagado por sí mismo sino buscando el bien del otro, está camino de la santidad digital. No hay nada más hermoso que comunicar vida y vida en abundancia. Muchos en internet buscan las vidas ajenas para llenar lo que no tienen, lo que sienten que les falta, y después de un tiempo de hastío se enganchan a otras cosas. Imaginad que, desde el principio, topan con alguien que les toca el corazón y en quien ven, no las apariencias del mundo, sino algo muy real, muy potente, muy iluminador, muy liberador.
  2. Santidad digital es tender puentes. Más que hacerse fuerte en fortalezas, de esas humanas que al final no sirven para mucho respecto a la santidad, sino saliendo a las fronteras con confianza. Mucho más allá de lo imaginable, capaz de comunicar el Evangelio y hacer presente a Dios -con lo que esto significa, en las redes sociales. Generar de este modo una comunión que va mucho más allá de los amigos, conocidos, cercanos. Una relación que no sabemos bien de dónde viene, ni a dónde va. Como el Espíritu, que une sin preguntar de primeras, convirtiéndose en afirmación después.
  3. Santidad digital es ser fuerte en la virtud y el bien. Sabemos bien de las críticas, de los comentarios hirientes y de lo muy expuestos que estamos en internet cuando no respondemos a la opinión común y el pensamiento generalizado. Sabemos bien de las pérdidas que se producen y el sufrimiento que causa. Y también reconocemos quién responde con bien, sin perder la paz. La exposición pública a la que se somete una persona en internet es elevadísima, y muchas veces no se adivina bien de dónde provienen las críticas y las palabras duras. En algunos casos, también es verdad, esas primeras ofensas se transforman en una oportunidad de diálogo personal mucho mayor, donde se aclaran motivaciones y se tienden puentes. No hay, dicho sea de paso, que apostar por el bien esperando recibir bien, sino sólo apostar por el bien. Santidad digital será no sólo no criticar, sino responder con bien, con mucho bien a quien hace daño.
  4. Santidad digital es amor, de alguna manera. Hay formas de amar también digitales, pero
    no solo digitales.
    No creo que se pueda circunscribir la santidad al mundo digital, en ninguna de sus formas. Como tampoco la santidad analógica es sólo en un aspecto de su vida. Lo que sí es constatable, en otros tiempos en los que la comunicación se hacía de otro modo, es es que las personas a través de sus palabras son capaces de consolar, alegrar, impulsar y mover. Y en un tiempo en el que muchos mensajes parecen preciosos, escondiendo esclavitudes muy reales y serias, la palabra de los santos será una palabra de amor directa, que no sólo consuele sino que sustente y fomente.
  5. Santidad digital es trato cercano y directo. Aunque a muchos santos les ha encantado el aislamiento del mundo y su retirada de la sociedad de su época, otros muchos se han involucrado en ella hasta los tuétanos. Los primeros deseaban crear espacios enteros dedicados a la paz, la oración, el trato con Dios, el cuidado común, y allí vivían con intensidad su misión y vocación. Los segundos se hacían presentes incluso donde nadie esperaba encontrar ni un pequeño atisbo de esperanza y Reino. A los primeros la gente iba buscando, y encontraba, mientras que a los segundo se los topabas en la calle de la época. Sin lugar a dudas, ambos vivirán hoy digitalmente su misión siendo muy cercanos al prójimo.

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