Nosotros nos movemos en el tiempo, pero para Dios el tiempo no existe

 Entrevista a Jesús Sánchez Adalid por Juan Antonio Tirado en 21RS

Antes de escritor fue sacerdote y, todavía antes, juez. Jesús Sánchez Adalid se ha convertido en un autor superventas, sin abandonar su parroquia de Mérida, en la que vive en un “permanente baño de realidad”. Acaba de publicar En tiempos del papa sirio, una novela que se desarrolla en el siglo VIII, en un momento “que se parece mucho al que estamos viviendo ahora”. Lector omnívoro, no acostumbra a leer novela histórica, pese a escribirlas con singular éxito. Es un gran conversador y un hombre atento a las cosas del mundo, al que se asoma con los ojos de la fe.

¿Cómo surgió la idea de escribir En tiempos del papa sirio?
Supe que el último arzobispo de Toledo, que huyó de España después de la desmembración del reino godo, era sirio. Pertenecía a las familias que habían huido de Siria para refugiarse en Europa después del primer califato. Habían viajado por el Mediterráneo a través de las islas griegas y habían llegado a Italia. Estas familias eran descendientes de los primeros cristianos, de la época eran gente culta, que hablaba el siriaco, el arameo, el griego y el latín culto del imperio romano. Nada menos que seis de ellos llegaron a papas, entre ellos Constantino II. La novela se desenvuelve casi toda en Siria, en Damasco, en una comunidad cristiana, que había quedado subsumida tras la dominación musulmana y a la cual pertenecen muchos refugiados, muchos exiliados que se repartieron por Europa.

¿La historia se repite?
La historia no se repite. La historia es lineal, pero es verdad que hay momentos del presente que miran al pasado. Este momento del presente, tan convulso, que a nosotros nos asusta tanto, tiene sus raíces en un pasado no tan lejano. La persecución de los cristianos y el fenómeno de los refugiados se ha producido muchas veces.

Un tiempo de crisis. Quizás todos lo sean, ¿no?
La humanidad se ha hecho de crisis. De las grandes crisis han surgido los nuevos tiempos. Cuando San Agustín supo en el norte de África que Roma estaba siendo invadida por los bárbaros, sus propios fieles se quejaron a él, le dijeron que cómo era posible. San Agustín les contestó que la crisis que estaban viviendo apuntaba a algo más, que había que vivirla con ojos esperanzados.

San Agustín es una figura fascinante…
Es el mayor intelectual cristiano, sin duda. En su obra da muchos apuntes para entender lo que va a suceder en los siglos siguientes. Nos ayuda a entender el tiempo. Nosotros nos movemos en el tiempo, pero para Dios el tiempo no existe. San Agustín veía con mucha claridad que nosotros peregrinamos a través de este mundo. Una tentación de la humanidad es sentir nostalgia de los tiempos pasados. Los tiempos pasados fueron, pero ya no son. Nunca van a volver. El presente tampoco existe, porque cuando yo estoy hablando ya ha pasado. Y el futuro, ¿qué es? Nadie lo sabe.

Y la novela histórica, ¿qué retrata, el pasado o el presente?
La novela histórica es evasión, es sacar al lector del presente y proporcionarle un viaje mágico hacia el pasado. Pero yo busco un lector que tenga algo más de inquietud, que se interese también por el pensamiento, por la historia, por las grandes preguntas del ser humano. Se escribe mucha novela histórica, y mucha de ella es muy simplista, donde al final hay unos ingredientes que se repiten: cuatro batallas, amoríos, algo de intriga. Yo traslado al lector las grandes inquietudes de la humanidad y pretendo aportar algo de luz sobre lo que estamos viviendo en el presente.

Es usted muy crítico con El código da Vinci.
Ha hecho mucho daño a la novela histórica, porque es una narración muy simplista, con unas claves muy fáciles. Enormemente vendida y leída. Tiene algo que ver con la historia, pero no está en absoluto cuidada la documentación ni el anclaje en la realidad. No se cumple para nada el principio de verosimilitud. Y aquí viene el problema, porque hay lectores que se cree todo lo que se les cuenta y ocurre lo que ocurre, que muchos llegan a la iglesia de San Michel de París y el párroco está harto de decir que todo lo buscan es falso.

¿Qué novelas históricas recomendaría?
Hay una novela histórica que está inserta en una tradición literaria muy interesante, en la que encontramos a Mary Renault, Marguerite Yourcenar, Umberto Eco, Mika Waltari, Pamuk, Vintila Horia… a la sombra de todo esto ha surgido una gran cantidad de pseudo novela histórica que no tiene anclaje ninguno en la investigación o en la realidad.

No ha citado usted a ningún autor español.
En la literatura española, la novela histórica no ha tenido un espacio como lo ha tenido por ejemplo en la anglosajona. Aquí estamos muy lejos, porque España, que tiene una muy interesante historia literaria, después de la guerra civil pasó inmediatamente del tremendismo al realismo social, que se ha llevado años y años. El realismo social dejó de interesar y la gente dejó de leerlo y empezó a leer a los grandes novelistas históricos traducidos. Y nosotros no hemos tenido ni en los años 60, ni en los 70 ni en los 80 escritores españoles que hicieran eso.

¿Usted lee novela histórica?
No (ríe). La leí en mi tiempo, pero ya no, porque conozco la cocina. Entonces: si la leo, primero me contamino y después la juzgo, no puedo evitarlo.

¿Y qué está leyendo ahora?
Yo leo mucho, muy variado: historia, antropología, espiritualidad, filosofía…

Cíteme novelistas españoles que le gusten.
A mí me gusta mucho mi paisano Luis Landero. Yo sé que hay gente que dice: es que no cuenta nada, o es que siempre cuenta lo mismo. Es que no se trata de eso, es cómo lo cuenta. El balcón del invierno me ha parecido una novela extraordinaria. Por otra parte, soy muy de Baroja. He leído su obra completa varias veces. No me ocurre lo mismo con Galdós, quien a ratos me cansa. En contra de lo que mucha gente cree, Galdós no ha sido especialmente considerado en España. Digamos que su encumbramiento ha sido relativamente reciente, en un afán por encontrar en él nuestro gran novelista histórico. No lo es. Cuando termina de escribir los episodios nacionales hace catorce años que han pasado los últimos. El novelista histórico necesita una distancia que él no tiene. Es otro mundo. Es un gran escritor, pero un realista.

Antes de ser escritor, fue usted juez…
Fui lo que entonces se conocía como juez de distrito. Hace 28 años que lo dejé y ejercí solo dos. Después estudié filosofía y teología, y va a hacer 25 años que soy pastor de una parroquia de barrio en Mérida. Verá, yo fui juez de rebote, porque yo quería ser veterinario. El caso es que acabé estudiando derecho y como siempre he sido buen estudiante y terminé con un buen expediente, pues terminé haciendo judicatura, pero fui un juez sin vocación.

Su vocación de cura fue tardía…
La vocación no es una cosa que te pase como a San Pablo, que te levantes una mañana y digas: quiero ser cura. Eso no es así. Tienes inquietudes espirituales. Yo fui juez en mitad de los años 80, unos años que hoy tenemos mitificados. Los años 80 fueron terribles. Había muchos atentados. Y era tremenda la heroína. Yo iba diariamente a visitar el calabozo donde había muchos muchachos de mi edad, tenía 23 años y veía compañeros de colegio y de instituto destrozados totalmente por la delincuencia y por la droga. A mí todo eso me hizo plantearme muchas preguntas, deseos de cambiar el mundo, de dedicarme a otra cosa. Y cambié mi vida.

¿Cuándo cantó misa?
El 9 de octubre del 92 canté mi primera misa. El año que pasó todo. Lo recuerdo como un momento extraordinario. Fue el año que cumplí 30 años. He tenido una vida rica, estoy muy agradecido a Dios. Mi vida es la parroquia. Esto de la literatura... verás, yo vengo aquí dos días, hago veinte entrevistas y vuelvo a mi parroquia. Soy también profesor de ética en la facultad, soy canónigo, soy académico de la Real Academia de Extremadura. Y no me aburro.

¿Es vanidoso?
Sí, soy vanidoso. Lucho contra ello, pero es inevitable, es algo que se adhiere a ti como una lapa. Es inherente al éxito. Y el que diga lo contrario es un mentiroso. Yo escribo para que me lean y a mí cuando me dicen que se han vendido cincuenta o sesenta mil ejemplares de un libro mío me pongo contento. Estaría bueno.

Comentarios

Entradas populares