Madurar como el vino

El cristianismo es una religión mojada en vino. Mis abstemios antepasados cuáqueros hicieron los mayores esfuerzos para conseguir un mundo sin alcohol. Sin embargo, las páginas de la Biblia están llenas de referencias a la bebida.

El ministerio de Jesus comenzó y terminó con una fiesta. Hizo que la celebración de una boda siguiese hasta la madrugada cuando transformó el agua en vino. Y cuando Su tiempo en la tierra estaba próximo a su fin, Jesús disfrutó de una sencilla cena de pascua con sus discípulos. Les ofreció el pan como Su Cuerpo y el vino como Su sangre.

Las escrituras hebreas dicen que la vida de una criatura es su sangre. ¿Qué es el vino, que Jesús nos ofrecería como Su vida?

El vino es una bebida misteriosa. Se desarrolla y envejece con el tiempo. Incluso antes de que Jesús lo convirtiese en un aspecto central de la fe cristiana, al vino siempre se le había reconocido un significado religioso. Tiene una vida propia.

Una cosa muy interesante sobre el vino es la manera impredecible en la que envejece. Es bien conocido que el buen vino tinto puede mejorar dramáticamente por el paso de algunos años en la bodega. Lo que es menos conocido es que esta mejora no siempre es lineal.

Un vino joven, fuerte y agresivo puede suavizarse en un reserva refinado. Pero ábrelo demasiado tarde y se abrá convertido en vinagre. Ábrelo demasiado temprano y podrá no tener para nada las cualidades que esperabas.

En medio de todo este cambio, a menudo hay un período "de estancamiento". Entre la rudeza de la juventud y la sofisticación de lo añejo, el vino se queda en silencio. Si lo abrieses en ese momento, ciertamente quedarías decepcionado. Pero espera un poquito más y experimentarás una obra maestra.

Jesús mismo es como el vino. Experimentamos la contundencia de Sus enseñanzas, de Sus curaciones, de Su oposición a los líderes hipócritas de aquel tiempo. Contemplamos la gloria de Su resurrección, el poder de Su triunfo sobre el pecado y la muerte. Y Jesús también pasa por un momento de silencio. Entre la última cena y la resurrección, Jesús se queda en silencio.

Cuando se encuentra frente al Sumo Sacerdote, Jesús no dijo casi nada. Solo lo imprescindible para que el tribunal religioso lo condenara. Entonces fue llevado ante el emperador romano, Poncio Pilato, quien quedó sorprendido por lo poco que Jesús tenía que decir. Es como si la bravura y la santa ira de Jesús le hubieran abandonado.

Mientras moría en la Cruz, el silencio era ensordecedor. No hay acción dinámica. No hay
sermones ni curaciones. Los ejércitos celestiales no llegaron al rescate. En cambio, Jesús se volvió hacia Su interior para dirigirse al Dios que parecía tan ausente justo entonces. Mostró Su amor a un compañero de condena. Consoló a Sus discípulos y a Su madre.

La vida entera de Jesús se estaba agitando en el vértice de este momento de silencio. Jesús había sido fiel y algo impresionante estaba a punto de suceder. Pero cuando Jesús bebió el vino estancado de ese momento, todo lo que pudo saborear fue hiel y vinagre.

Así en el vino como en la vida humana, este tiempo de silencio o de estancamiento es asqueroso, misterioso y absolutamente necesario. El vino debe dejar de ser lo que fue una vez para llegar a ser aquello a lo que está llamado. Nuestra vida debe pasar a traves de la rotura y de la rendición. La pérdida y el vacío de la cruz es el único camino a una vida resucitada.

Tal vez estés viviendo un momento de apagón en tu vida. Te sientes vacío, desprovisto del entusiasmo y de la emoción que una vez te movilizó. Hay una rotura en ti. Invita al silencio. La humildad profunda llega sin buscarla cuando te arrepientes en el polvo y en las cenizas. Hay paz aquí.

Ahora es un tiempo de espera. No hay necesidad de abrir esa botella antes de que esté lista. Como cualquier buen vino, tu vida está madurando. Eres un misterio en despliegue.

Traducido de Micah Bales

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