¿Cómo se presentan hoy las tentaciones?
El fin de semana en la casa rural prometía ser intenso. El departamento de recursos humanos había organizado un curso sobre “Liderazgo y estilo empresarial”; asistían el director general y las personas más representativas de la empresa.
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Eva sabía bien lo que podía significar este fin de semana en su vida.
Cada vez que había asistido a un curso de este tipo había ascendido un
poco más en el escalafón. El “estilo empresarial” se había
hecho carne de su carne y estaba a punto de lograr el puesto de
directora regional, con el consiguiente aumento de sueldo.
El sábado la formación fue tan intensa que acabó rendida. Salió a tomar el fresco. Tenía un rato de descanso antes de la cena.
El sol se ponía tras la montaña. Empezó a caminar, absorta, por un
pequeño sendero que llevaba a la cumbre. No conocía la zona y se fue
alejando más y más de la casa rural. Sentía que, de este modo, se
alejaba también de las tentaciones que le acechaban allí.
El director general le había dicho:
- Esta noche nos vemos.
Eva sabía que, tras la cena y las copas, tendría que someterse a sus
deseos. Cuando se ponía de rodillas ante él, tenía asegurados viajes y
joyas. ¡Recibía tanto a cambio de satisfacer sus caprichos! Había algo
en la mirada del director que le desagradaba profundamente, pero no
tenía valor para enfrentarse a él ni negarse a sus deseos.
Absorta en sus pensamientos, se fue adentrando en una zona rocosa que
se hacía cada vez más escarpada, hasta que se dio cuenta de que no
podía retroceder por el mismo camino. Cayó la noche. En medio de la
oscuridad, tanteando entre las piedras, dio un traspié y rodó varios
metros por la ladera de la montaña, hasta acabar en un lugar que parecía
un pequeño barranco.
Al ponerse en pie sintió un dolor tan fuerte que no podía caminar.
Durante un buen rato gritó con todas sus fuerzas, pidiendo auxilio, pero
sus gritos se perdieron en medio de un silencio sepulcral. No tenía
ninguna posibilidad de volver a la casa rural.
Se acurrucó junto a un árbol, en postura fetal, temiendo que fuera la peor noche de su vida. Quizá la
última.
Pero no fue así.
El hambre, la sed, la soledad y el miedo fueron dando paso a una
experiencia sobrecogedora: el cielo,
plagado de estrellas, era como un
manto que le cubría. Y, en medio de la oscuridad, empezó a percibir su
vida con una claridad inusitada.
Se descubrió esclava de algunas personas y de muchas cosas. Se dio
cuenta de que la vanidad y la codicia le habían ido enredando y ahora
estaba totalmente atrapada. Veía con claridad el alto precio que había
ido pagando para conseguir la imagen que tenía.
El cielo estrellado era como una pantalla que le ayudaba a recordar
escenas de su vida, desde su infancia. Recordó que había descuidado la
relación con sus abuelos y con la gente del pueblo porque le parecían
pobres e ignorantes; ahora se daba cuenta de cuanto les debía. Había
dejado a un lado el voluntariado que llenó de sentido su adolescencia y
juventud. Había renunciado a sus sueños sobre la familia, y solo vivía
experiencias puntuales en las que estaba más presente el alcohol que el
amor. Apenas había estado en contacto con la naturaleza porque lo
consideraba una pérdida de tiempo. Había dejado a un lado a Dios, porque
ella se bastaba para conducir su propia vida…
Se despertó con las primeras luces del alba y el canto de los
pájaros. Se arrastró como pudo hacia un reguero cercano; con el cuenco
de su mano fue llevándose a la boca el agua fresca y transparente.
Recordó que así bebía cuando era pequeña, en el manantial que había en
el prado de sus abuelos. Comió algunas frambuesas salvajes. Se sintió
profundamente agradecida a la naturaleza, que le ofrecía estos pequeños
placeres, gratuitos y al alcance de su mano.
De repente, oyó que un helicóptero sobrevolaba la zona y gritó con
todas sus fuerzas, agitando con fuerza sus brazos. La vieron. Por
megafonía le dijeron que estuviera tranquila, que un equipo se acercaría
a rescatarla.
Se arrodilló. Oró. Dio gracias a Dios. No sólo porque le salvaban la
vida, sino porque la noche en el barranco le había salvado de perder su
dignidad y le había permitido recuperar los valores que había ido
perdiendo.
De vuelta hacia la casa, con la pierna entablillada, le dijeron:
- Ha tenido usted mucha suerte. Hay fieras en esta zona y podía haber muerto esta noche.
- He pasado buena parte de la noche luchando contra las fieras que
hay en mi interior, sobre todo contra la ambición y la cobardía,
–respondió Eva con aplomo–. La lucha ha sido dura pero he vencido.
Los miembros del equipo de rescate se miraron y uno de ellos dijo en voz baja:
- Pobrecilla, después de una noche en este barranco, herida, es normal que diga tonterías.
El director general, al verla, le dijo al oído:
- Cuando te recuperes, nos vemos.
El encuentro con sus compañeros fue apoteósico. Tras agradecer las muestras de cariño, Eva les dirigió unas palabras.
- He logrado un buen puesto en esta empresa renunciando a muchos de
mis principios. Mi sueldo ha ido creciendo en la misma medida en la que
yo he dejado a un lado mis valores para hacerme a imagen y semejanza de
lo que me pedían. Desde hace años he sucumbido a todas las tentaciones
que se me presentaban, incluso he sucumbido a los deseos del director
general.
Se detuvo unos momentos. Le dirigió una mirada que todos
comprendieron. Él se puso rojo y miró hacia otro lado, incapaz de
sostener la mirada de Eva. Ella prosiguió.
- Ayer vine a este lugar para aprender a ser una ejecutiva agresiva y
adquirir herramientas para triunfar. He pasado la noche en el barranco,
sobrecogida por la belleza de las estrellas y experimentando mi
fragilidad. He visto con claridad que no quiero que el centro de mi vida
sean ni este trabajo, ni los viajes ni las joyas. Me voy de la empresa.
Os deseo que también cada uno de vosotros veáis vuestra vida “desde
algún barranco” y Dios os ayude a recordar todo lo bueno que habéis
perdido por el camino.
Se subió al helicóptero. En tierra quedaban un grupo de hombres y
mujeres mirando hacia lo alto, impactados al ver cómo Eva había roto sus
ataduras y volaba hacia otro horizonte.
Cuaresma es como el barranco en el que, tomando distancia
de nuestra vida diaria, podemos ver con más claridad las tentaciones
que nos enredan y esclavizan cada día.
Marifé Ramos González. Publicado en Fe Adulta
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