El boceto del Reino de Dios

Por Mary Mc Glone, traducido del National Catholic Reporter

Cuando vivía entre la gente pobre de Perú, inicialmente me impactó ver como mis amigos del vecindario tiraban la casa por la ventana por la celebración del cumpleaños o el bautismo de alguien. Servían comida que pensaba que no podían permitirse a invitados que venían a rezar con ellos mientras velaban a un miembro de la familia fallecido en el salón. ¿No comprendían la necesidad de conservar, de ahorrar para mañana?

Poco a poco, aprendí un marco de valores diferente. Una buena fiesta proclama que la persona que celebramos -viva o muerta- es de un valor incalculable, mientras que el dinero es solo dinero y, más frecuentemente que no, estaba en una espiral de devaluación.

Además, quienes viven al día saben demasiado bien que el mañana nunca está asegurado. Podrás ahorrar unos pocos céntimos, pero ¿quién te asegura que estarás aquí mañana para disfrutarlos? Simplemente pregunta a la gente de Haití que sobrevivió al terremoto de 2010 para toparse con el huracán Matthew en 2016. Un país que puede alardear de una entrada entera de Wikipedia para sus desastres naturales comprenderá la afirmación de Jesús de que los invitados no pueden ayunar mientras el novio está con ellos, pero probablemente no comprendán el dicho "Un penique ahorrado es un penique ganado".

De alguna manera, la pobreza puede enseñar a la gente que, al afrontar un futuro incierto e incontrolable, debería hacer todo lo posible por el momento presente. No salen desnudos con la esperanza de que Dios hará que la ropa crezca sobre ellos, pero también comprenden la inutilidad de preocuparse -no añade nada a la calidad ni a la duración de la vida ni de la salud-.

Hay otro elemento de sabiduría escondido en esta tendencia a la fiesta en medio de la pobreza: las celebraciones crean comunidad. Los unos participan en la vida de los otros y se crea un vínculo cada vez mayor. La frase española "mi casa es su casa" se convierte incluso en más cierta cuando todo el vecindario vigila a los niños jugando en la calle y todos saben cuando el anciano de la esquina se irá sin cenar esta tarde si alguien no hace algo.

Otra cosa que aprendí entre mis amigos peruanos fue el reconocimiento de la providencia de Dios. Cuando cierto anciano recibía un plato de comida, decía "Dios provee". Ahora, en mi cabeza, quien proveía era la Señora Mendoza, que había cocinado y le había entregado la comida, pero el venerable Señor Quispe sabía que de alguna manera Dios estaba detrás de ello, y la Señora Mendoza estaba de acuerdo.

Otra de estas mujeres generosas una vez me dijo: "Si tuviésemos una plantación de maíz, no deberíamos cosecharlo todo. Si lo hiciésemos, ¿dónde encontrarían comida los pobres?" Si eso no es la providencia de Dios en acción, ¿qué es?

Los pobres que viven como prójimos creando comunidad parecen haber encontrado el boceto para construir el reino de Dios. Se preguntan: "¿Qué tipo de mundo estamos creando?" Si el Señor Quispe hubiese hecho de su casa una fortaleza con las puertas cerradas, el día que esté demasiado débil para salir a la calle, nadie lo habría sabido y de haberlo sabido nadie habría podido acudir en su ayuda.

Jesús dijo a sus seguidores que no se preocupasen por la vida, por la comida, por la bebida o por la ropa, sino por buscar el Reino de Dios y su justicia porque todo lo demás vendría por añadidura. Parece que cuanto más tenemos, más tendemos a confiar en nuestra propia habilidad para procurarnos y conservar lo que necesitamos. ¿Estamos poniendo más fe en seguros y cajas fuertes que en Dios?

La respuesta a esta pregunta tal vez la encontremos en cuanto estemos dispuestos a arriesgar para ayudar al prójimo, sea el que vive en tu calle o el refugiado que busca un lugar seguro ahora que su hogar ha sido destruido por facciones guerreras sobre las que no tiene ninguna influencia.

Cuando mi amiga hablaba de dejar algo de maíz en su pequeño campo, me estaba enseñando que si miramos solo por nosotros mismos, las madres pobres no podrán alimentar a sus hijos. Y como madre, veía a cada niño hambriento de alguna manera como suyo.

Jesús no solo les dijo a sus discípulos que confiasen en Dios, sino que también les prometió que aquellos que abandonasen la seguridad del hogar y la familia por su causa recibirían mil veces más. Esa promesa se cumple si creamos el tipo de comunidad que puede hacer fiesta solo porque la vida es buena y en la que podemos compartir lo poco que tenemos porque sabemos que todo es un regalo.

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