Aquel refugiado
En su precario refugio nadie estampó las siglas de UNHCR (Acnur),
pero debieron igualmente ir de puerta en puerta pidiendo acogida. No
tomaron cayuco, no se apiñaron en ninguna barcaza destartalada, no se
vendieron a ninguna mafia sin escrúpulos, pero huían de la violencia de
los poderosos. No soñaron con una Europa, entonces aún salvaje y
desintegrada, pero eran también refugiados.

Son ya siglos celebrando la llegada de ese universal Perseguido, sin
embargo llegamos a pensar que nos habían arrebatado la Navidad entre
celofán estampado de "Felices precios", secuestrada a la carrera en un
carro de compra con destino a una noche sobrecargada de champán; que la
habían fulminado por anuncios de comprar y más comprar; que nosotros
mismos la habíamos asfixiado bajo la gabardina del "progre" que llevamos
dentro.
Llegamos a pensar que nos la habían sepultado bajo camiones que
arrasan sus casetas y mercadillos; que no podríamos agitar de nuevo la
pandereta tras las ciudades reducidas a esqueletos, tras el bombardeo
durante tantos días de tantos hermanos indefensos en Siria. Llegamos a
pensar que no tendríamos valor para buscar el Belén, de levantarlo a la
vera de un Mediterráneo que se ha tragado a lo largo de este año 3.800
hermanos. ¿Quién buscará la zambomba al final de este 2016 especialmente
duro y complicado? Cuando corren los heladores vientos del racismo y la
xenofobia, ¿quién le cantará a ese Niño que tomó carne para invitarnos a
vivir como hermanos?
En el año en que las fronteras se cierran todavía un poco más, en la
hora de los Trumps, los Brexit, de las pretendidas derrotas de los
procesos de paz como el de Colombia…, toca cantar si no más alto, sí más
sentido. Cobra si cabe más razón la eterna fiesta del amor fraterno. En
el tiempo de los coches, de los niños, de los hombres y mujeres bomba,
en los días en que la supina ignorancia explota en tantos lugares,
apagando tantos alientos…, habrá que revolver el trastero para dar con
ese Nacimiento, habrá que sacarle especial lustro. ¿Buscar musgo para
las prados, arena para los
caminos, plata para los ríos, adornar el
Belén…, no será al fin y al cabo rotular un “Refugees welcome”? Icemos
la estrella que alumbre a quienes hoy, al igual que hace dos mil años,
dejan todo atrás. Los reales cortejos de socorro no necesitan sangre
azul en sus venas. Nuestro mundo urge ahora más que nunca de esa
historia de amor que reponemos cada año, relato mil y un veces contado y
cantado, mil y un veces necesitado.
Aún sigue ahí la entrañable Navidad, algo asustada entre tanto
deslumbre de neón, algo descolorida de olvido. Aún llama a nuestra
puerta, aún podemos insuflarle ternura, magia, inocencia, solidaridad.
Nuestras tardes reclaman un fondo de "Adeste fidelis" que ralentice el
paso en el asfalto. Nuestras plazas reivindican una tregua ganada en
favor de la cordialidad, la sonrisa y los buenos deseos. Entre el
laberinto de fiestas pasajeras, la Navidad no caduca porque es una
permanente llamada a vivificar lo más noble que mora dentro de nosotros
mismos. Por más que se la agobie con incesante invitación al consumo,
por más que se intente empequeñecerla al tamaño de simple negocio...,
las Navidades nunca dejaran de ser la más firme apelación a la
fraternidad humana.
Estamos hechos para dar, acoger, honrar con plena libertad, con gozo.
He ahí el secreto de nuestro paso por la Tierra. La posibilidad de dar
es el mayor regalo con el que hemos venido al mundo. ¿Qué son por lo
tanto las Navidades sino el recuerdo de la llegada de ese Refugiado que
lo dio absolutamente todo?
Las tabletas de turrón se van apilando en ese rincón de la cocina que
sólo ella conoce. Hombres cargados de luces, encaramados en largas
escaleras arrebatan, con excusa de adorno, a los cielos retazos de
oscuridad. En los jardines de nuestras ciudades se organiza el
campamento de refugiados al que retorna una Familia singular. En el
calor del hogar alguien desempolva las figuras ya asfixiadas de un Belén
anhelante de su lugar presidencial... Una vez más viene sin avisar, se
toma la confianza de sorprendernos en pleno ajetreo invernal, pero algo
nos llama a adherirnos a esta Fiesta universal. ¡Sea bienvenida una vez
más!
Por Koldo Aldai. Publicado en Fe Adulta
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