Abierto a las inspiraciones del Espíritu

"Oh, ven, oh, ven, Emmanuel". Cada adviento escuchamos este canto, a menudo de una forma tan bella que pensamos por un momento que sería hermoso vivir en un monasterio y cantar así todo el tiempo. Hay un peligro en la oración, especialmente cuando llegamos a las oraciones cantadas de este tiempo. La música hermosa nos puede conducir a cantar peticiones sobre las que no hemos pensado y que no saldrían tan facilmente de nuestros labios si hubiésemos pensado en las implicaciones que conllevan.

Asumamos que el hombre justo, José de Nazareth, había tomado parte en la oración continua de su comunidad por la venida del Mesías. Él, como todos los que le rodeaban, había escuchado las profecías, las promesas visionarias de desiertos florecientes que brotarían de la raíz de Jesse, del niño nacido de una virgen. Es fácil rezar por ello mientras piensas que es teoría.

Pero un día se encontró cara a cara con su prometida embarazada. La única cosa que sabía con seguridad es que el niño no era suyo. No sabemos lo que dijo, ni lo que dijo ella. Pero podemos presumir que se fue a algún lugar a aclarar su mente atormentada y a elegir qué hacer.

¿Cómo reza alguien en esta situación? Tal vez se volvió al Salmo 13: "¿Hasta cuándo, Señor? ¿Me olvidarás para siempre?... Alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte". Faltándole la luz, cayó dormido, y en la vulnerabilidad del sueño le llegó la palabra de Dios: "José, hijo de David, no tengas miedo".

Nunca se aparece un ángel sin anunciar ante todo que no hay nada que temer. Es el primer paso hacia la fe de los seres humanos -es más fácil creer en ángeles que creer que no hay que tener miedo-. Pero de alguna manera la esperanza y la fe de José fueron fortalecidas por el mensaje del sueño.

Por difícil que fuera creer que tal situación fuera la obra de Dios, era más difícil para él pensar que María le había traicionado y que merecía ser abandonada, o algo peor.

En este punto, Lucas y Mateo nos dan algunas pistas sobre la conversación entre ambos. Ella dijo, "El ángel me dijo que este niño se llamaría Hijo del Altísimo y que debíamos llamarlo Jesús".

Él dijo: "Ya había decidido llamarlo Jesús". Y entonces, mirándola con asombro, añadió: "Se llamará Emmanuel".

Después, nos cuenta Mateo, "recibió a su mujer en su casa".

Mateo nos habla de José no para probar el milagro del nacimiento virginal, sino para revelarnos lo que significa ser una persona justa y receptiva a la inspiración del Espíritu Santo de amor. Mateo nos presenta a José como un hombre cuya fe era lo suficientemente fuerte para creer que Dios podría estar haciendo algo que el nunca había previsto. En el dilema de José, vemos a alguien que intenta ser fiel cuando la justicia parece enfrentada a la misericordia.

Al cumplir el mandamiento de recibir a María en su casa, sin preocuparse de su reputación ni del escándalo potencial, José demostró una extraña combinación de humildad y fortaleza. La manera en la que estas dos cualidades se combinaron constituye la virtud del temor de Dios, una profunda reverencia que determina la convicción de que Dios les guiaría.

José tuvo que tomar una decisión en un momento determinado, pero toda su vida le había preparado para ello, y viviría sus consecuencias por el resto de sus días. José nunca pudo imaginar el impacto que su decisión tendría en la historia. Isaías nunca pudo imaginar que su profecía serviría para tranquilizar al hombre llamado a dar un hogar a Emmanuel.

Ninguno de nosotros sabe realmente lo lejos que pueden llegar los efectos de nuestras decisiones. Por eso, sólo podemos esperar que estemos, como José, receptivos a las inspiraciones del Espíritu. Es exactamente de lo que está hablando Pablo en su carta a los romanos. José lo comprendió como estar abierto a los sueños, Pablo lo llama ser santo.

En esta cuarta semana de Adviento, estas lecturas nos invitan a rezar para la clase de apertura de José a los proyectos impredecibles de Dios para nuestro mundo. Al encender la cuarta vela, recemos para que abramos nuestras mentes más allá de nuestros propios esquemas y sueños y así Emmanuel pueda estar incluso más presente en nosotros y por medio de nosotros.

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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