Escribe abajo tus dudas y tus certezas de fe

Una tarde a finales de septiembre, en un lateral de la biblioteca pública de Kansas City, hablé a una multitud de más de cuatrocientas personas que habían venido para conocer mi nuevo libro: El valor de la duda: por qué las preguntas no respondidas, no las respuestas indubitadas, construyen la fe.

Una de las preguntas que uno de los asistentes me formuló era, en esencia, la siguiente: has hablado sobre cómo la duda ayuda en la formación de la fe, pero, ¿qué puedes decir sobre tu fe que creas sin ninguna duda?
Es el tipo de pregunta que un buen periodista formularía. No tengo un recuerdo perfecto de mi respuesta a aquel hombre, pero era algo así: No dudo de que el impulso detrás de la creación fue el amor y de que el creador amoroso también me ama sin condiciones. Y, sin embargo, digo (de nuevo, parafraseándome a mi mismo), a pesar de mi certeza al respecto, necesito estar abierto a nuevas formas de comprender la belleza y la profundidad de tal amor.

Bueno, poco después del evento de lanzamiento del libro, una amiga de mi congregación presbiteriana que había asistido me pasó una nota diciendo que se había sentido tocada por la pregunta de aquel hombre y había escrito un texto sobre lo que ella creía con certeza -o, al menos, con tanta certeza como es posible-.

Enumeró tres puntos que se correspondían con la Santa Trinidad. Sus puntos de fe, como los había llamado, serían inevitablemente diferentes de los de cualquier otro porque estaban redactados en sus propias palabras. Admiré su escrito, pero era el suyo, no el mío.

El sentido por el que levanto esta liebre es que, así como se nos pide que vivamos una vida examinada, también creo que se nos debería pedir que viviésemos una fe examinada. Una forma de hacerlo es escribir nuestras dudas, nuestras preguntas más peliagudas y nuestras certezas sobre la fe.

Cuando hablo de nuestras certezas, no hablo de repetir simplemente el Credo de los Apóstoles o el de Nicea, por ejemplo. Eso sería vago y básicamente infructuoso. Tampoco debería un católico simplemente tomar unas palabras de esta o aquella encíclica o discurso de tal o cual papa, como tampoco los presbiterianos deberíamos plagiar resoluciones sobre una u otra materia adoptadas por nuestro supremo órgano de gobierno, la Asamblea General.

Tales palabras pueden ser guías, pero si queremos apropiarnos de la fe de una manera verdaderamente personal -al tiempo que reconocemos que formamos parte de una comunidad- debemos poner nuestras dudas, nuestras preguntas y nuestras certezas en nuestras propias palabras.

Hace algunos años, cuando trabajaba en un comité que supervisaba a los seminaristas de nuestra zona, les requiríamos a cada uno de ellos que escribiese una nueva afirmación de fe cada año. El objetivo era ver qué cambios estaban experimentando los estudiantes y hacia dónde se dirigía su evolución.

Recuerdo un hombre cuyas afirmaciones anuales no variaban prácticamente nada y revelaban que él no pillaba la diferencia entre ser un ministro de la palabra y de los sacramentos o ser, en cambio, un trabajador social o un activista por la paz.

Al final no aprobamos su ordenación y se marchó a una denominación diferente. Sin el reto que le proporcionamos de escribir su teología probablemente no habríamos detectado lo que consideramos una seria deficiencia en su preparación para ser pastor.

Al proponer este ejercicio de escritura, no pretendo sugerir que todo se centre en el escritor. En
cambio, mi esperanza es que la tarea requerirá conversación comunitaria, lectura, oración y pensamiento teológico. 

Para eso es para lo que está una comunidad de fe. Proporciona el cauce del río por el que fluyen todos nuestros pensamientos teológicos para que podamos evitar desbordarnos hacia calles teológicamente anárquicas que nos lleven a conclusiones salvajes que se opongan al corazón del cristianismo.

Así que, escribe abajo tus dudas, tus preguntas y tus certezas. Pero después asegúrate de que las compartes con tu comunidad de fe. Escucha las preguntas que otros te formulen. Y estáte dispuesto a reconocer esto: Podrías estar equivocado.

Por Bill Tammeus. Traducido del National Catholic Reporter

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