El lado más salvaje de Dios

Me gusta ver los documentales sobre naturaleza en televisión. Provocan un salto de mi imaginación religiosa con imágenes aterradoras del lado salvaje de Dios.

He aprendido a llorar mirando a una madre leopardo haciendo duelo por la repentina pérdida de su cría. Ver al padre cebra separar a su hijo de la madre muerta y hacerlo regresar a la protección de la manada me ha enseñado lo mucho que se esfuerza Dios en rogarnos que abandonemos la muerte y el aislamiento en favor de la vida y la comunidad. Mi vida de oración renació cuando ví a un rinoceronte blanco huérfano intentando escapar de los insectos portadores de enfermedades y del sol abrasador revolcándose en el barro refrescante y en el agua, una costumbre que resulta ser a un tiempo refrescante y salvadora. La verdadera oración, estoy aprendiendo, tiene mucho que ver con revolcarse.

"Tocando lo salvaje", un documental de PBS con el naturalista Joe Hutto, me ha proporcionado una nueva imagen de la pasión incansable de Dios para retarnos y confortarnos. Documenta los seis años que pasó Hutto con una manada de ciervos en la montañosa naturaleza de Wyoming.

No solo observó a los ciervos cuando estuvo allí. No, vivió con ellos, el resultado de un irresistible deseo de "ver el mundo verdaderamente desde los ojos de una criatura salvaje". Mientras entraba lentamente en su mundo, sosteniendo una armonía con lo salvaje, comenzó a verse a sí mismo con ojos nuevos, con un tipo de visión convertida que volvió del revés su mundo competitivo.

Cuando regresó a la civilización después de seis años, enriquecido y transformado, estaba listo para comprometerse con el mundo desde la creatividad que recibió cuando dejó que lo asilvestrado y no reglado tocase su alma.

Lo que le ocurrió a Hutto suena a lo que le sucedió a Jesús cuando fue llevado "al desierto" salvaje para ser tentado y transformado mientras convivía con las bestias. Allí, debió retozar con el lado más salvaje de Dios, algó que afectó a la visión religiosa en su cabeza.

Tal vez eso fue lo que le permitió -¿o le obligó?- a escandalizar a los bienpensantes religiosos de Su tiempo insistiendo en que Dios estaba presente "ahí fuera", entre los ciegos, los paralíticos o los samaritanos tanto como en los lugares de culto establecidos. Cuando leemos las historias del Evangelio atentamente, vemos un aspecto de Dios que viene con una ferocidad insistente, salvaje a derribar todo lo que damos por sentado sobre lo que es santo y lleno de gracia.

¿No tenemos todos algo de Jesús y de Joe Hutto dentro de nosotros? ¿No nos conduce regularmente nuestra fe a lugares solitarios en la fiereza de nuestros corazones para encontrar nuevos lugares de gracia?

Si Dios nos ayuda a navegar exitosamente superando la tentación como hizo Jesús, ¿no tomaremos también nosotros el reto de transformar nuestro mundo religioso cuidadosamente domesticado cuando comencemos a verlo desde los ojos asilvestrados de la gracia? El lado salvaje de Dios rechaza todos nuestros intentos de predicibilidad y conceptualización, prefiriendo, en cambio, lanzarnos a una fe que se resiste a ser domesticada o encerrada en un dogmatismo frío y controlado.

Hutto pasó seis años en lo salvaje, y Jesús estuvo allí por unos simbólicos cuarenta días. Para que nuestra conversión tome raíces, necesitamos pasar un tiempo allí como residentes semipermanentes y no como visitadores ocasionales. Por utilizar el lenguaje de Hutto, necesitamos pasar de estar próximos a Dios a estar al lado de Dios.

La oración es un requisito si queremos vivir en esos lugares salvajes entre lo meramente natural y lo naturalmente tocado por la gracia. Nuestra oración adquiere una calidad discernidora mientras aprendemos a navegar en la a menudo confusa frontera entre lo que hemos de temer y resistir y lo que debemos agradecer y abrazar.

Aprendemos esas diferencias cuanto más tiempo pasemos expuestos al lado más salvaje de Dios, siendo enseñados sobre lo que debemos guardar cerca y lo que debemos abandonar para favorecer la invitación maleducada de la fe a la gracia para que habite en nosotros. Después de todo, Dios
siempre está viniendo a nosotros como una posibilidad fresca de futuro -del futuro de Dios y del nuestro-.

Hacia el final de "Tocando lo salvaje", Hutto muestra a los espectadores las rutas bien conocidas que los ciervos han seguido durante cientos de años, llenos de confianza en que una vez más les conducirían a la comida y a la vida. Pero llega un tiempo, insiste Hutto, en que esos caminos llevan a un punto muerto, y el ciervo necesita abandonar hábitos pasados y atreverse a transitar nuevos caminos para su sustento. Es una bella imagen de cómo la fe siempre está buscando un mayor compromiso con las sorpresas de Dios.

Cuando eso ocurre, estar "ahí fuera" significa caminar en lo salvaje con Dios.

Por Joe McHugh, traducido del National Catholic Reporter

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