Dios no nos deja tirados
A las puertas de la Pasión, el evangelista Mateo recoge unas palabras
de Jesús en las que nos recuerda que quien siga Sus pasos va a sufrir
persecución y dificultades. Que no nos llamemos a engaño: la venida que
tanto ansiamos irá acompañada de experiencias contrapuestas de gozo y
dolor; aceptación y rechazo; comprensión e incomprensión. Las luces de
neón, con su atractivo brillo, tan propias del tiempo navideño, no
podrán ocultar las sombras, porque precisamente al haber oscuridades,
necesitamos la Luz.
Llama la atención que el mensaje de este primer domingo de adviento
–tiempo de esperanza– sea poco grato de escuchar. En esta ocasión
pareciera que el evangelio nos quiere “aguar la fiesta”. Esperamos a un
Dios que se hace niño, pero aquí se nos habla de Él como el Hijo del
Hombre, esa figura extraña envuelta en un halo de misterio; confiamos en
un Señor que acoge a la humanidad, pero el evangelio avisa de que
algunos quedarán apartados –a uno se lo llevarán, a otro lo dejarán (Mt 24,40)–. ¿Qué se nos quiere comunicar?
- En primer lugar que, a pesar de todo, en
medio de tantos problemas y peligros, el Señor viene. Dios no nos deja
tirados sino que, justamente en las situaciones más sufridas, llega. Lo
hizo viviendo una vida terrena, y lo sigue haciendo acompañando la
nuestra. Realmente es Dios-con-nosotros. Jesús está con el hombre
–porque verdaderamente es hijo de hombre–, no contra él.
- En segundo lugar, se nos recuerda que es
importante estar atentos –llamados a ser vigías de la fe– no sea que
entre el impacto de la dureza de la vida con sus tristezas, la
distracción de efímeras felicidades, y la invasión de tanto ruido, se
nos escapen los signos que anuncian Su presencia.
- Y en tercer lugar, que nos dejemos
empapar por el diluvio de amor que la persona de Jesús encarna. En
tiempos de Noé, el agua arrasó con lo que no estaba bien arraigado en
Dios; con el Señor, puede ocurrir ahora algo parecido si no nos
aferramos a Él. No se trata de ser agoreros; el evangelio no anuncia una
condenación definitiva al final de la existencia, pero nos advierte de
que es posible vivir mejor ahora. Por eso, merece la pena aprovechar y
disfrutar ya, en este momento, Su llegada sanadora.
En el fondo, el Maestro con sus palabras nos está “dando un meneo”
para que espabilemos. Podemos perdernos lo más importante de nuestra
vida por atolondrados, indolentes y comodones; y todo ello por dejarnos
llevar por nuestros egoísmos y por hacer caso a quien no debemos. Nos lo
advierte san Pablo en la segunda lectura. Hay un tiempo que corre a
nuestro favor. Aprovechémoslo. A día de hoy, el Señor está más cerca que cuando empezamos a creer (Rm
13,14). Tan cerca “que no se puede aguantar”. No malgastemos el tiempo
en tonterías porque nos lo podemos perder. ¿A quién le puede amargar un
amor tan dulce como el del Señor que nos va a alegrar la vida?
Por María Dolores López Guzmán, publicado en Fe Adulta
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