Un Dios extravagantemente misericordioso
Cuando anunció el Año de la Misericordia, el papa Francisco escribió en Misericordiae Vultus: "Queremos vivir este año jubilar a la luz de las palabras del Señor: Misericordiosos como el padre". En el Evangelio de Lucas, Jesús realiza una afirmación similar: "Sed misericordiosos como vuestro padre es misericordioso" (Lucas 6:36). A lo largo de todo su Evangelio, Lucas desarrolló este concepto y retó a todos los discípulos a ponerlo en práctica.
El mismo asunto de la misericordia se refleja en cada uno de los textos sagrados de hoy.
En el texto del Éxodo, se nos lleva de regreso al tiempo en el que Israel viajaba por el desierto en camino hacia la tierra de la promesa de Dios. No se niega que el pecado de adorar al becerro de oro fue un pecado grave.
Pero, por grave que fuese, la misericordia de Dios para los israelitas fue muy superior. Dios los perdonó y se reconcilió con ellos porque está en la misma naturaleza de Dios hacer eso.
Como escribe Francisco en Misericordiae Vultus, "La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta en la que revela Su amor como el de un padre o una madre, movido desde Sus entreñas por el amor a Sus hijos. Apenas es exagerado decir que es un amor visceral. Emerge de las entrañas naturalmente, lleno de ternura y de compasión, de indulgencia y misericordia".
Esta misma misericordia y amor visceral se extiende a cada uno de nosotros pecadores, ofreciéndonos esperanza porque la gracia y la misericordia de Dios son mucho mayores que cualquier pecado, incluso que el más grande de los pecados.
Pablo comprendió que él también era un recipiente del amor visceral y de la misericordia de Dios. En la segunda lectura de hoy, tenemos el privilegio de leer sobre los hombros de Timoteo mientras Pablo le cuenta a su joven protegido la historia de su conversión. Quien había perseguido a los seguidores de Jesús, insistió en que su metanoia, o cambio radical de su mente, de su corazón y de su estilo de vida, se debía a la misericordia y a la gracia de Dios. La historia de Pablo nos invita a reflexionar sobre la nuestra, a discernir la mano y el corazón de Dios y a estar agradecidos por la misericordia de Dios.
La lectura del Evangelio de Lucas de hoy, con su narración de tres entidades perdidas, una oveja, una moneda y un hijo, construye un climax emocional y dramático. Con cada experiencia de pérdida y de encuentro, esta parábola nos lleva a darnos cuenta de que somos el hijo perdido, y que el Padre amoroso y misericordioso espera con ansiedad nuestro regreso.
Todos hemos perdido cosas y conocemos la alegría y el alivio de encontrarlas. Sin embargo, una cosa es perder una moneda o incluso una oveja y otra muy distinta perder un hijo o una hija, o incluso dos hijos, como sugiere la parábola. No solo abandonó el hijo más joven a su padre, sino que la parábola termina con el hijo mayor también abandonando la casa paterna. No se nos cuenta el final de la historia. Sin embargo, tenemos la esperanza de que el hijo mayor acabó siguiendo el ejemplo de su hermano pequeño, volviendo con su padre y reconciliándose con él.
Mezclados en medio de la parábola se encuentran referencias al hecho de que todos en el cielo
celebran cuando los pecadores que estaban perdidos son encontrados, cuando aquellos que estaban muertos en el pecado, gracias al amor misericordioso de Dios, vuelven a la vida.
Al principio, la reacción del pastor y de la mujer que perdió la moneda podrían parecer exageradas. El jesuita Fray Brendan Byrne nos hace comprender que las reacciones excesivas del pastor, de la mujer y del padre que perdona se dirigen a mostrar a los pecadores que Dios está "loco de amor por cada ser humano individual y se alegra exhuberantemente al encontrar a cada uno de los que se habían perdido" (The Hospitality of God, Liturgical Press, 2000).
El hermano mayor de la parábola, en su resistencia a la alegría del padre y en su resentimiento a la vuelta del hijo pródigo, pudo provocar cierta simpatía a los fariseos y escribas que estaban entre la multitud. Su argumento, al fin y al cabo, era razonable. ¿Por qué un hijo errante que exigió sus derechos de nacimiento y que entonces se perdió en una vida de disipación fue bienvenido a casa y celebrado como un hijo querido?
¿Por qué? Porque nuestro Dios, que está loco de amor por nosotros, es extravaganetemente misericordioso, porque nuestro Dios es irracionalmente perdonador. ¿Puedes aceptar a este Dios? ¿O te negarás a tal amor y te quedarás fuera mirando mientras los pecadores perdonados descansan en la misericordia de Dios?
Por Patricia Datchuck Sánchez. Traducido del National Catholic Reporter
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