Sed de paz (I)
Hace poco hemos sido testigos del deseo sincero de que nuestras
comunidades y nuestro planeta estén a salvo: fue cuando todo el mundo
estuvo de luto por la pérdida de tantas vidas y tanta belleza a causa
del terremoto que afectó a la Italia central. Somos conscientes de que
la paz, en cuanto don y fin que "supera toda comprensión", es algo a lo
que anhelamos y que deseamos con gran pasión y mucho sufrimiento. Solo
se puede obtener a través de un diálogo que no pone condiciones y a
través del cuidado de toda la creación. Esto es algo que en parte es
innato y en parte se aprende.
Diálogo entre credos y culturas
Recuerdo cuando era joven, que conocí al Patriarca Ecuménico
Atenágoras, un líder extraordinario, con sensibilidad ecuménica, un
hombre alto, con unos ojos penetrantes y una larga barba. El Patriarca
Atenágoras era conocido porque invitaba a las partes en dificultad a
encontrarse para poder resolver
sus conflictos; les decía: "Vengan,
mirémonos a los ojos y veamos qué tenemos por decirnos". ¡Había
entendido que la paz es algo personal! Mirarse uno a otro honestamente,
para comprenderse y cooperar es un concepto de vital importancia en
cualquier diálogo religioso que tenga el objetivo de establecer la
tolerancia y la paz en el mundo. En los últimos años hemos sido todos
testigos de cambios constructivos y creativos en la sociedad
contemporánea, en el sentido de una mayor apertura e integración con los
otros credos y las minorías. Al mismo tiempo en el mundo hemos
experimentado episodios de exclusión y violencia contra los emigrantes y
los refugiados. Si realmente tenemos sed de paz tenemos que trabajar
sin duda por la paz. Por eso el Santo y Gran Concilio de la Iglesia
Ortodoxa, en su mensaje final, declaró: "Un diálogo interreligioso serio
ayuda de manera significativa a fomentar la confianza recíproca, la paz
y la reconciliación".
El motivo fundacional de la apertura y del diálogo, en última
instancia, es que todos los seres humanos se encuentran ante los mismos
desafíos. El diálogo, pues, lleva a personas provenientes de culturas
distintas a salir del aislamiento, preparándolas para un intercambio de
respeto mutuo y de convivencia. Naturalmente, algunos tienen
convicciones fuertes –podríamos decir fundamentalistas– y sacrificarían
su propia vida antes que cambiar de opinión. Otros, por desgracia,
llegarían incluso a quitar la vida a víctimas inocentes para defender su
punto de vista. Por eso estamos obligados a escuchar con más atención, a
"mirarnos uno a otro" con amor y compasión, a mirarnos más
profundamente "a los ojos". De hecho, en realidad, estamos más cerca
unos de otros de cuanto estamos lejos o somos distintos.
Naturalmente, no somos tan inocentes de afirmar que se puede dar el
diálogo sin riesgos ni costes. Entrar en relación con otra persona, de
cultura o de fe distinta, lleva consigo la incertidumbre del resultado
final. No obstante, cuando nos convencemos de que el diálogo es posible,
sucede algo sagrado. En la voluntad de abrazar al otro, más allá de
todo temor o prejuicio, la realidad de algo, o de Alguien, que está más
allá de nosotros mismos, nos conquista. Entonces nos damos cuenta de que
el diálogo tiene beneficios que son muy superiores a los peligros.
Cultura y medio ambiente
Hemos puesto de relieve repetidamente la noción del mundo como
nuestra casa (oikos) y de los conceptos asociados de economía
(oikonomia) y ecología (oikologia). La "Ecología" es el cuidado de la
casa común, mientras que la "economía" hace referencia a su gestión.
Precisamente por eso
el Patriarcado Ecuménico ha dado gran importancia,
en su atención y en su ministerio, a la defensa del medio ambiente. Este
planeta es realmente nuestra vivienda, pero también es la casa de
todos, y de toda criatura animal, y de toda vida que tiene su origen en
Dios. Además, es la casa de las jóvenes generaciones, incluidos los que
todavía no han nacido. Por desgracia, nuestra economía global está
creciendo hasta el punto de superar la capacidad que tiene nuestro
planeta de sostenerla.
Está en juego no solo nuestra capacidad de vivir de manera
sostenible, sino también nuestra supervivencia y la supervivencia del
planeta. Tal como hemos podido observar, pues, la paz no es solo algo
personal si no que también es "ecológica", llega y afecta a todos los
aspectos y todos los detalles de nuestra vida y de nuestro mundo. Esta
realidad se nos ha recordado con fuerza cuando hemos visto la ciudad de
Amatrice en ruinas, hace pocos días.
La teología ortodoxa da un paso más y afirma que toda acción humana
deja una huella permanente en los pobres de la tierra. La manera en que
el hombre se comporta ante la creación tiene consecuencias directas
sobre las demás personas. De hecho, los más afectados por los efectos
del calentamiento global serán los que menos se podrán permitir
soportarlos.
Por otra parte, el problema de la contaminación está asociada
directamente al de la pobreza. Al final, toda actividad "ecológica" se
medirá y se juzgará por las consecuencias que tendrá sobre la vida de
los pobres (como leemos en el Evangelio de Mateo, en el capítulo 25).
Quiero citar ahora la Encíclica del Santo y Gran Concilio: "El enfoque
ante el problema ecológico sobre la base de los principios de la
tradición cristiana requiere no solo el arrepentimiento por el pecado de
la explotación de los recursos naturales del planeta –por tanto, un
camio radical en la mentalidad y en el comportamiento– sino también el
ascetismo como antídoto al consumismo, a la divinización de las
necesidades a la actitud de acumular".
La cultura de la paz
Hace siglos, un místico cristiano declaraba: “Conquista la paz
interior y miles a tu alrededor encontrarán su paz”. De algún modo el
diálogo por la paz empieza en nuestro interior. Eso comporta a su vez
una dimensión religiosa, que nunca se puede separar de la paz sincera,
tanto a nivel local como a nivel global. En cuanto comunidades
religiosas y líderes espirituales debemos recordar constantemente a las
personas la responsabilidad y la obligación de optar por la paz a través
del diálogo.
Sin embargo, lograr el diálogo y la paz requiere invertir por
completo lo que es norma para el mundo. Requiere una transformación de
los valores que están profundamente arraigados en nuestro corazón y en
la sociedad. La transformación en sentido espiritual es nuestra única
esperanza de romper el ciclo de violencia e injusticia, porque la guerra
y la paz son básicamente decisiones humanas.
Eso significa que construir la paz es una cuestión de decisión y de
cambio individual e
institucional. Empieza en nuestro interior y se
irradia al exterior, primero a nivel local y luego, global. La paz
requiere por eso una especie de conversión interior (metanoia) –un
cambio de políticas y de prácticas. Hacer la paz requiere compromiso,
valentía y sacrificio. Requiere la voluntad de ser personas de diálogo y
una cultura del cambio.
Es muy importante, pues, que las comunidades de amor y de
solidaridad, como hoy Sant'Egidio, reúnan a líderes religiosos y
políticos, autoridades civiles y representantes de la sociedad para que
compartan la reflexión y la cooperación para encontrar respuestas a un
mundo que tiene "sed de paz". ¿Qué podría ser más oportuno para las tres
principales Iglesias Cristanas (Catolicismo, Ortodoxia y
Protestantismo), así como para las tres comunidades de fe abramíticas
(judaísmo, cristianismo y islam), que caminar juntas y colaborar para el
mismo objetivo: aliviar el sufrimiento de todos los hombres y perseguir
el diálogo por la paz?
Conclusión
Queridos amigos, hemos intentado delinear para ustedes las
dimensiones profundas y esenciales de la paz, la personal, la ecológica y
la cultural. Aceptar ser comunidades o culturas que hacen suyo el
diálogo religioso, la conciencia ecológica y la convivencia pacífica es
siempre una decisión sobre cómo queremos relacionarnos con los demás,
con el medio ambiente y con el mundo.
Además, hemos querido subrayar que la paz es un acontecimiento común,
una empresa colectiva. La paz debe ser una respuesta ecuménica a una
responsabilidad ecuménica. Solo podemos mantener la paz y defender
nuestro planeta a través de la cultura del diálogo.
La única pregunta que estamos llamados a contestar es: "¿Quieres
recobrar la salud?" (Jn 5,6). Si no lo queremos, nos quedaremos
inmóviles y seremos incapaces de dar una respuesta al sufrimiento
paralizador que hay a nuestro alrededor. Pero si lo queremos, se nos ha
asegurado que la más pequeña semilla de paz puede tener un efecto
inmenso sobre el mundo. ¡Así es el Reino de los Cielos! (Mt 13, 13-32).
Que la bendición de Dios esté con todos ustedes.
Discurso de apertura
del Encuentro "Sed de Paz" celebrado en Asís por la Comunidad de San
Egidio, pronunciado por el patriarca ecuménico de Constantinopla,
Bartolomé I
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