Pies crucificados y manos inocentes
Pies crucificados al aire de la indiferencia,
de un mundo en gran parte indolente; pies que sufren llagando la carne y
el alma; pies que mueren de una soledad inmisericorde; pies que golpean
la conciencia de aquellos que aún la tienen y la esconden de manera
vergonzante; pies desnudos, que caídos en tierra, sin hablar lo claman
todo; pies sagrados dignos de la unción y el beso del hermano.
¡Ay, tristes pies de corazón doliente! ¿Quién detendrá su frenética marcha
con mirada desviada? ¿Quién se inclinará ante ellos y los acariciará
con ternura Franciscana? ¿Quién sacramentalmente les devolverá su robada
Vida? ¿Quién será el Samaritano que detenga y preste su cabalgadura?
¿Quién vendará las heridas y les dará digna posada? ¿Dónde estará el
denario que pague comida y cama al posadero?
Que salga del alma de un hombre sin cadenas, que no idolatra
nada que merme la justicia. Hombre nuevo y renovado, de piedad y
misericordia su corazón preñado. "Hiel que se convierte en miel" para
aquellos que caminan siguiendo las huellas del Maestro nazareno.
Manos tendidas al viento mendigando lo debido, sólo unas cuantas monedas aliviarán el remordimiento de no dar un te quiero.
Y seguirán extendidas buscando el contacto humano, de aquel que
arrodillado, se ponga de su lado. Manos de niños, adultos o ancianos,
que con mirada ansiosa y perdida, buscan alimento en las miserias del
basurero
¡Ay, pequeñas manos inocentes que clamáis al cielo, con fluir
de lágrimas saladas, por una dignidad pisoteada! Benditas manos que se
abran y hagan suyo el sufrimiento ajeno. Manos que nada se os debe por
hacer lo que hiciereis, como pago una sonrisa y la bendición del
hambriento. Venid manos, juntemos muchos te quiero, para alejar de esta
humanidad el fantasma paralizante del miedo.
Por Antonio Ramos Ayala. Publicado en Religión Digital
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