Nuestra inteligencia es un don de un creador generoso

Cuando viaje a Europa en mi época de joven seminarista, tuve mis primeros encuentros con no creyentes. Ellos levantaron un sentido de fragilidad en mi fe con el que he estado tratando toda mi vida.

Habiendo crecido como católico, estaba bastante seguro de mí mismo y había pensado poco en las personas que habían luchado poco interiormente sobre la fe o que eran no creyentes. Estos tres encuentros me cambiaron por completo.

Uno fue con un profesor de física de una universidad de Texas que se sentó con un grupo de nosotros los seminaristas a la mesa de la cena en el barco que nos llevaba de Montreal a El Havre (Francia). Se describió como ateo, el primero al que conocí nunca, y durante los seis días de travesía, en los que nos sentamos en los mismos lugares asignados en la mesa, discutió contra la creencia en Dios.

"El amor es una función del hígado", apuntó. No me convenció su argumento pero me impresionó que tuviese la valentía de rechazar la fe y de decirlo en voz alta.
El segundo encuentro fue en el Speaker´s Corner de Hyde Park de Londres. Un hombre daba un discurso contra la religión, específicamente contra el catolicismo. Hacía toda clase de acusaciones, incluidas algunas que me parecían ridículas, pero era entusiásticamente animado por unas veinte personas o así en la audiencia. En mi ingenuidad, intenté rebatirle, pero antes de que hubiese pronunciado doce palabras la multitud me abucheó y me increpó y me retiré a la salida más próxima del parque.

El tercer encuentro fue en un tren en Irlanda. Tras descubrir que estaba en el seminario, un pasajero inglés se describió a sí mismo como agnóstico. Dijo que quería creer con todas sus fuerzas, pero que honestamente no podía hacerlo. Aprecié a este desconocido que fue amable e inteligente.

El seminarista con el que estaba viajando tenía varios años más que yo y estaba estudiando teología. Me sorprendió y me decepcionó que carecía completamente de respuesta al hombre inglés y ni siquiera parecía interesado en encontrarla.

Estas experiencias lanzaron una lucha interior con mis propias dudas que ha durado el resto de mi vida. Todavía lucho, pero he hecho progresos, especialmente en un punto: no buscar la prueba científica de la existencia de Dios. Eso no significa que haya renunciado a la razón. Mi fe es razonable, aunque no verificable científicamente. Significa abandonar a "Dios el mago".
Un reportaje reciente en la National Public Radio explicaba el asunto, citando al papa Francisco
hablando a la Academia Pontificia de las Ciencias sobre que la gente no debería ver a Dios "como un mago, con una varita mágica todopoderosa".

En cambio, sugería el papa, Dios "creó a los seres y les dejó desarrollarse conforme a las leyes internas que les había dado, para que se desarrollen y alcancen su plenitud".

El reportaje del NPR, escrito por Adam Frank, profesor de astrofísica de la Universidad de Rochester y autodefinido como un "evangelista de la ciencia", cita a George Coyne, un sacerdote jesuita, astrónomo y antiguo director del Observatorio Vaticano.

"El creyente religioso se ve tentado por la ciencia a hacer de Dios la explicación", dijo Coyne. "Traemos a Dios en un intento de explicar las cosas para las que carecemos de otra explicación: ¿Cómo comenzó el universo? ¿Cómo llegamos a ser? y todas esas cuestiones. Si nos parece que no tenemos una explicación científica buena y razonable, traemos a Dios como el gran rellena- agujeros".

Coyne añade "Uno tiene la impresión por algunos creyentes religiosos de que esperan profundamente la duración y resistencia de algunos agujeros en nuestro conocimiento científico de la evolución, para poderlos rellenar con Dios. Esto es exactamente lo contrario a la inteligencia humana".

A menudo escucho oraciones en la Iglesia o en otros lugares que apelan a ese Dios mago. Pedimos a Dios que haga cosas que Dios podría esperar que hiciéramos por nosotros mismos, como reducir la pobreza, poner fin a la guerra o cuidar el medioambiente. La mayor parte de las cosas malas ocurren, al final, porque permitimos que ocurran.

Estoy aprendiendo que utilizar nuestra inteligencia no es antirreligioso ni antiespiritual. Es un don de un creador generoso. Creo que Dios espera que la usemos, reconociendo que hay diversos tipos de inteligencia y que el conocimiento se adquiere tanto a través del método científico como de otros métodos no científicos.

Coyne piensa que nadie llega a creer en Dios probando la existencia de Dios "a través de nada que se parezca a un proceso científico". Como con el conocimiento adquirido a través del arte, la literatura o la música, es un asunto al menos tan del corazón como de la mente.

Sin embargo, añade Coyne, "para aquellos que creemos, la ciencia moderna tiene algo que decirnos sobre Dios. Proporciona un reto, un reto enriquecedor, a las creencias tradicionales sobre Dios."

Y para mí, la evolución -la manera en la que Dios ha creado el universo- convierte a la creación en mucho más maravillosa. La belleza de la creación y la complejidad de los mundo micro y macro son inspiradoras.

¿Cuántas más razones tenemos, viviendo en la época en la que vivimos, para ver la elegancia del universo que la gente de la época del autor del Salmo 8?

"Cuando contempló el cielo, obra de Tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?".

Por doloroso que fuese encontrarme con la falta de creencias en mi viaje hace mucho tiempo a Europa, ahora agradezco que me forzó a examinar mi fe y mi idea de Dios más atentamente,  a aceptar la inseguridad, a agradecer la "cantidad", poca o mucha, de fe que tengo y a practicar la paciencia conmigo mismo y con Dios.

Por Tom Carney. Traducido del National Catholic Reporter

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