Liberados por el perdón

Al trabajar en un servicio que busca la reconciliación y como discípulo de Fray Bob Schreiter, compañero Misionero de la Preciosísima Sangre y teólogo en la Unión Teológica Católica de Chicago, a menudo he luchado con la cuestión del perdón. De niño, cuando uno o más de mis hermanos o hermanas se peleaban, mi madre a menudo intervenía exigiéndoles que se pusiesen cara a cara y se pidiesen perdón. Con ella al mando, parecía bastante simple. No lo he encontrado tan sencillo de adulto.

En la Sagrada Escritura encontramos la llamada al perdón a lo largo de todo el Evangelio: "Señor, si alguien peca contra mí, ¿cuántas veces he de perdonarle? ¿Hasta siete veces?" (Mateo 18:21). Pedro recibió la respuesta: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mateo 18:22). Escuchamos la enseñanza del perdón cuando los discípulos piden que Jesús les enseñe a orar. Jesús les dice que en su oración deben pedir "perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mateo 6:12). Y Jesús añade: "Porque si perdonéis a los otros, vuestro Padre del cielo también os perdonará; pero si no perdonais a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras faltas" (Mateo 6:14-15).

A menudo vemos a Jesús en los Evangelios ofreciendo perdón. Ofrece el perdón al hombre paralítico (Mateo 9:6), a la mujer pillada en adulterio (Juan 8:1-11) y pide a Su Padre del cielo el perdón para aquellos que le colgaron en la Cruz (Lucas 23:34). El perdón es un componente central de la respuesta a qué somos y cómo vivimos los cristianos. El perdón ofrecido tan generosamente por nuestro Dios debe ser compartido con los demás.

El interés por el perdón no se limita a una discusión teológica. Los psicólogos han escrito mucho sobre el poder del perdón en la reconciliación -desde en la inimaginable violencia del holocausto y los horrores de la guerra hasta en la violencia expresada en nuestras vidas personales-. El perdón y la reconciliación se han convertido en cruciales en el trabajo por la paz, como ha mostrado John Paul Lederach, profesor de estudios de paz de la Universidad de Notre Dame y negociador de conflictos. Nelson Mandela nos enseñó el poder del perdón y la reconciliación en medio de tanta violencia y odio en Sudáfrica.

¿Qué queremos decir, entonces, por perdón? El reciente teólogo de la facultad de Boston Fray Raymond Helmick, SJ, en un capítulo titulado "¿Qué es el perdón?" (en Sanar al Pueblo de Dios, Fray Thomas A. Kane, CSP, Paulist Press, 2012), dijo que el perdón sólo puede llegar cuando acepto la dignidad humana de la persona como digna de ser amada. No significa ignorar o negar el daño producido, sino afirmar que la persona no se define solo por el error cometido. Ver la persona que ha producido el mal como más que el hecho es crítico para perdonar.

En más de una ocasión, he sido testigo de familias que se separaban después de perder a un hijo víctima de homicidio. Tras la muerte de su hijo, Patricia y su familia se consumían por la ira y la culpa. Esa ira y ese odio estaban dirigidos hacía aquel que había asesinado a su hijo de 17 años, pero también sufrían un sentimiento de culpa hacia sí mismos. Se sentían responsables por vivir en un vecindario en el que su hijo tenía que cruzar varias "fronteras" entre bandas para ir al colegio. La ira y la culpa comenzaron a destrozar el amor que los unía como familia.

Nos recuerdan los psicólogos el precio que la ira y la culpa se cobran en la persona. La violencia y el trauma quedan incrustados en nuestros cuerpos, causando estragos a nuestra salud y a nuestra visión del mundo. Los niños son especialmente vulnerables.

Según la reconocida psicóloga Judith Herman, los acontecimientos traumáticos ponen en duda las relaciones humanas básicas. Rompen el afecto de la familia, los amigos, el amor y la comunidad. Lo mismo hacen con el sistema de valores que da sentido a la existencia humana.

Pero, así como la violencia es una vulneración de las relaciones, también existe la recomposición de las relaciones. Parte de nuestro trabajo con individuos y familias que han sufrido la violencia es crear un lugar en el que sus sentimientos, incluso el odio y la ira, puedan ser traídos a la luz, donde el dolor pueda expresarse sin miedo al juicio. Un lugar en el que Patricia pueda darse cuenta de que no está sola. Al compartir su ira y lo que esta estaba haciendo con su familia, otros pudieron también narrar sus experiencias.

Más de dos años después, Patricia todavía exhibe lágrimas en los ojos cuando habla de su hijo, Carlos. Pero ya no se define únicamente por su muerte sino que ha comenzado a descubrir un sentido y un nuevo significado al dolor que arrastra. Esta descubriendo que, en medio de su dolor, emerge una nueva persona.

Patricia está comenzando a hablar más abiertamente sobre el asesino de su hijo. Esta comenzando a
Carmen Rodero, viuda de un ertzaina asesinado por ETA, y Carmen Gisasola, ex miembro de la org. terrorista
del acto pecaminoso, a una persona merecedora de ser amada, dejamos espacio a la posibilidad del perdón. Sólo necesitamos recordar la vida de Nelson Mandela que, tal vez más que nadie en nuestra época contemporánea, demostró el poder del perdón. Su voluntad de ver más allá del pecado permitió a Sudáfrica comenzar a alejarse del camino destructivo del apartheid para encarrilar una senda en la que el perdón fuese posible. La poeta Maya Angelou subrayó de Mandela que su voluntad de perdonar le permitió ser verdaderamente libre. 

Por supuesto estar abierto al perdón supone un riesgo. No es una opción fácil, ni una que podamos exigir a nadie sino a nosotros mismos. Pero es un camino que conduce a la libertad y, al final, es un regalo de Dios.

Por Fray David Kelly, publicado en National Catholic Reporter

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