La vida no es una fortaleza

Cuando era joven, no me preocupaban las mismas cosas que me preocupan hoy. Tenía un espectro de problemas completamente diferente. Como adolescente o en mis primeros tiempos de veinteañero, me sentía ansioso sobre si alguna vez alcanzaría una adultez real, independiente. Había tanto sin respuesta. ¿Me casaría? ¿Tendría hijos? ¿Cuál sería mi vocación? Sobre todo, me preocupaba encontrar mi lugar en el mundo. ¿Cuál era el propósito con el que había nacido?

Tal vez nunca en esta vida haya una respuesta completa y definitiva a estos interrogantes. Pero a lo largo de la última década he conseguido tener una idea mucho más precisa de qué es mi vida y con quién voy a pasarla. Mis preguntas e interrogantes han sido respondidos de maneras extrañas, sorprendentes y maravillosas. Sería estúpido no darse cuenta de cuanto he sido bendecido. Esta vida es fantástica.

Pero estas bendiciones no han llegado sin un precio. He encontrado una comunidad, una familia y una casa. También he descubierto un listado de ansiedades completamente nuevas. Como joven, estaba centrado casi exclusivamente en aquello que podía experimentar y descubrir. Pero ahora que he obtenido tanto, mi atención se centra cada vez más en la posibilidad de la pérdida. En vez de en una aventura en la que asumir riesgos, cada vez me tienta más tratar mi vida como una fortaleza a defender. En vez de abrazar los dones que he recibido, a menudo los escondo celosamente, resguardándolos de toda amenaza, real o imaginaria.

Esa no es manera de vivir. Lo sé, porque mi yo de 19 años me lo recuerda. Recuerdo cómo él se fascinaba al afrontar un nuevo reto. Para él, todo era una posibilidad, una aventura (por supuesto que lo era, no tenía nada ganado). Mi yo adolescente estaba vivo, vibraba con cada nueva experiencia y no sentía miedo. Es casi doloroso recordar haber tenido sentimientos tan fuertes, esperanzas y sueños tan ardientes y brillantes.

Es verdad que mi yo adolescente también tenía una tendencia al egoísmo y al escaso autocontrol. No se llevaba bien con los demás y podía pasar por un sabelotodo. Aquellos días podía sentirme menos brillante, pero ahora tengo algo de perspectiva que me hace menos difícil vivir con ello.

Sin embargo, todavía añoro la pasión y el fuego que experimenté cuando el mundo sólo era un horizonte abierto. Me pregunto, ¿podría volver a vivir con ese tipo de valor? Con toda la experiencia que he ganado, con todas las bendiciones que he recibido, ¿qué pasaría si viviese como quien no tiene nada que perder? ¿Qué pasaría si dejase que se marche la necesidad de defender y preservar mi comodidad? ¿Qué pasaría si realmente confiase en Dios y en que Él proveerá lo que sea que tenga que pasar?

Me siento en la cima del acantilado con mi yo de 19 años, mirando al horizonte. Todo es posible, si simplemente me relajo, respiro hondo y me pongo en marcha. Aquí estoy, Señor. ¿Dónde quieres enviarme ahora?

Traducido de Micah Bales

Comentarios

Entradas populares