Jesús, lávame los pies, lávame entero

Al asistir a la graduación de mi hija en la escuela de enfermería, me pregunté cuántas clases tan variadas de pies lavará en su nueva carrera. Endurecidos por las millas andadas, nuestros pies son testigos de esos tiempos descalzos en los que nos esforzábamos en nuestra cuna por ponernos en pie, de los zapatos que nos movían a rezar para que no resultaran ser demasiado estrechos, de las sandalias, de las pedicuras, de las lociones, de los calcetines que tejimos para ellos. 

Me recuerdo pensando en María, la madre de Jesús, cuando vislumbré un par de pies en sandalias al lado palestino de un control en Cisjordania. Una madre joven tenía con ella a un niño de unos cuatro años, que tiraba de sus manos y de su larga falda negra.

Sus pies eran gruesos y con callos, sus sandalias resistentes pero acababan desgastándose cuando tenía que llevar pesadas cargas, como un niño en brazos.

Estas poderosas palabras de Jesús resonaron en mis oídos: "Y cualquiera que no os reciba ni oiga vuestras palabras, al salir de esa casa o de esa ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies." 

Sin embargo, sacudir el polvo es algo que se dice más fácilmente que se hace. Pienso en cuántas veces Jesús y María tuvieron que lavarse los pies al entrar en alguna casa.

La idea de lavar los pies está muy cargada históricamente. Porque eran considerados la parte más inmunda del cuerpo (así como una metáfora de otros miembros corporales), era el trabajo más denostado.

Jesús nos enseña que si no te lavo a ti y a tus sucios, malolientes y sudados pies, no tengo nada que ver contigo. ¿Podemos realmente aceptar un concepto de servicio tan radical? ¿Aceptar el entero cuerpo humano como un altar para el servicio a, y con, los demás?

Esta es la época del año en la que miles de jóvenes se graduan y se embarcan en carreras en el servicio a los demás. Los demás que también tienen cuerpos- son altares de Dios. ¿Pero hemos animado como sociedad tal servicio? ¿O estamos tan atrapados por la idea del beneficio financiero, de los ganadores y perdedores, que el servicio a los demás, a la comunidad, al mundo, se ha convertido en un concepto naive?

Ya vivimos un tiempo en el que vivimos un descenso en el número de científicos, de médicos, de maestros, de enfermeros, de carteros, de policías, de agricultores. Por una variedad de razones, estos puestos son cada vez más difíciles de encontrar, porque crece la necesidad de calidad, no de cantidad.

¿Se les ha dado a nuestros hijos y a nuestros nietos ejemplos de figuras públicas que les inspiren para, atrevámonos a decirlo, seguir grandes ideales?

¿Hemos elevado esas voces minoritarias de lucha y de la persecución de nobles ideales hasta el centro de nuestra conciencia donde realmente puedan animarnos?

Poniéndome en fila con aquella mujer palestina, vi mi propio futuro como miembro de una minoría.
Aquí en este mundo en el que a las minorías les faltan derechos, me di cuenta de que, un día, también a mí me faltarán. Seré un anciano, si Dios quiere que llegue, y seré puesto en esa categoría. Nuestro cuerpo seguirá definiéndonos y limitando nuestro futuro, mientras los seres humanos nos juzguemos en base  a la apariencia, las acciones y los millones de pensamientos que les llegan completamente sin filtro.

Misericordiosamente, San Pedro nos ofrece una respuesta modélica cuando dice a Jesús que, si insistes en lavarme los pies, entonces lávame todo. Es un discurso iniciático, aunque breve, al ponerse todo Él al servicio del Señor. El cuerpo entero, no sólo las partes limpias sino también las callosas, las partes estúpidas y tontas, las partes que cometen errores y las partes que rechazan a las demás partes -todas llamadas al servicio-. 

Por Sue Stanton. Traducido del National Catholic Reporter

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