El Espíritu en que el Padre y el Hijo se vinculan
Dios es la vida de los hombres, es decir, de los varones y mujeres... y así lo quiero destacar en esta postal veraniega.
Estoy convencido de la importancia teológica y eclesial (social) del Espíritu Santo, como plenitud de Dios (tercera persona, amor mutuo) y como expresión de la identidad final del cristianismo y de la vida humana.
Buen día a todos, queden ustedes con Dios, como dicen en este pueblo
de Castilla. Os dejo con esta reflexión sobre el Espíritu de Dios, en
el que somos, nos movemos y somos.
No hay que salir y buscar por luengos mares o estrellas para encontrar a Dios, pues Dios es la Vida de nuestra propia vida.
Principio cristológico y trinitario
En el centro del misterio trinitario y de la cristología está... la relación interpersonal de Jesús y el Padre (Jesús y los humanos) en el Espíritu. El despliegue personal de Jesús (en relación a los humanos y al Padre Dios) no es algo que ha surgido por primera vez dentro de la historia, sino expresión y presencia del mismo encuentro trinitario. Por eso decimos que la "persona" de Jesús es el mismo Hijo eterno de Dios.
Eso significa que Dios no inventa el amor y/o encuentro interpersonal en Jesús, como si empezara a ser o tener algo que antes no fuera o tuviera. Por
el contrario, Dios revela y realiza en Jesús como historia (en proceso
de realización humana) su mismo encuentro de amor eterno. Desde ese
fondo debemos afirmar que es en sí mismo trinidad (despliegue y
encuentro interpersonal) y que Jesús como persona pertenece a su misma
comunión divina, eterna...
Así lo ha visto Ricardo de San Victor, como he puesto muy de relieve
en mi libro. A su juicio, Dios es caridad y ello implica encuentro
personal. El Padre es persona haciendo surgir al Hijo y dándole su vida;
el Hijo es persona recibiendo y devolviendo la vida al Padre.
Finalmente, Hijo y Padre son personas en cuanto constituyen una comunión
unitaria y abierta, suscitando y siendo juntos el Espíritu santo, que
es la "tercera persona de la Trinidad", Amado común o Amor mutuo del
Padre y del Hijo, culminación personal del amor divino.
Esta perspectiva interpersonal acentúa la singularidad cristiana,
destacando el carácter divino (trinitario) de Jesús y el sentido
inter-personal de la realidad divina, interpretándola como proceso y
camino de amor...
Esta problemática (de trinidad y encarnación) define la identidad
cristiana, es decir, la visión de Dios como persona: proceso de
realización, encuentro entre personas.
(1) Dios es procesión o despliegue de vida interior, en formas de donación de sí, de comunión y surgimiento de un nuevo tipo de persona forma de ser en lo divino.
(1) Dios es procesión o despliegue de vida interior, en formas de donación de sí, de comunión y surgimiento de un nuevo tipo de persona forma de ser en lo divino.
(2) Ese proceso de Dios culmina y se ratifica como
encuentro o comunión entre personas. Pues bien, este Dios trinitario
(que es procesión y encuentro original, eterno) ha realizado su
misterio (despliegue y comunión divina) dentro de la historia, por
medio de Jesús, su Hijo (mesías de la humanidad), en camino que se abre
por el Espíritu.
Por eso, superando el planteamiento excesivamente monádico (cerrado
en sí mismo) de algunos teólogos, podemos y debemos definir la Trinidad
como encuentro interpersonal en el que se vincula inmanencia divina y
economía salvadora. Dios es aquello que revela en Jesús por el Espíritu y
Dios revela aquello que es en su inmanencia. De esa forma introducimos
a Jesús dentro del misterio trinitario.
Identidad personal del Espíritu Santo
El Espíritu santo es persona de un modo distinto al del Padre y el
Hijo, siendo amor común del Hijo y Padre, es "sujeto" nuevo siendo
unión de dos sujetos, como dualidad fundante, persona comunitaria,
gracia y comunión eterna de amor donde viene a fundarse toda gracia. Así
decimos que es persona siendo la tercera y última persona: sujeto y
plenitud donde el Padre y el Hijo se vinculan, amando juntos, suscitando
en amor la vida que es perfecta (que alcanza su plenitud).
Dios culmina, la divinidad se cumple y clausura en su amor cumplido, en el gozo eterno del Espíritu,
que es pura gratuidad, persona que no dice "yo", pues lo vuelve y lo
devuelve al Padre y al Hijo. Más allá del Espíritu común del Padre y del
Hijo, de la comunión ya realizada en forma de pura gracia compartida,
no existe realidad alguna. Pero, al mismo tiempo, debemos añadir que la
comunión del Espíritu es principio de toda realidad: es el encuentro de
amor, amor perfecto que viene a desvelarse como principio y fundamento
de todo lo que existe, de todas las personas.Teniendo eso en cuenta se
podrían distinguir tres perspectivas.
(1) El Espíritu Santo es un Nosotros: Amor dual,
Persona en dos Personas. Así le ha visto la
tradición al presentarle
como Beso en que el Padre y el Hijo se vinculan. En este fondo se puede
utilizar la imagen del matrimonio como auto-donación dual, como nueva
Persona que surge de la entrega mutua y simultánea de dos personas, cada
una de las cuales existe para, desde y con la otra. Ese Nosotros dual,
propio del Padre y del Hijo, pero abierto en amor a todos los humanos,
es la nota específica, la verdad más honda del Espíritu santo como
persona en dos personas...
(2) El Espíritu Santo es siempre la apertura al Otro, al Amado común, es nueva Persona
que surge por el amor de dos personas... Conforme a la tradición de
Ricardo de San Victor, el Espíritu Santo puede concebirse y presentarse
como Aquel a quien aman juntamente el Padre y el Hijo: es Amado de Dos
(=Co-amado) que se vuelve principio de amor universal. Padre e Hijo se
aman entre sí en reciprocidad dual. Al hacerlo así, Ambos unidos, como
Dualidad, suscitan o alientan el Amor perfecto, Aquel que no es ya de
uno ni de otro, sino de ambos, pura Gracia compartida, Don perfecto.
Amado compartido, Amor ya realizado plenamente, fuente y sentido de todo
amor: esto es el Espíritu Santo.
(3) El Espíritu es la plenitud del mesianismo realizado,
es la obra ya cumplida de Cristo y del Padre, es Reino que ellos son en
apertura a todos los hombres, a lo largo y a lo ancho de una historia
misteriosa. En ese sentido, podemos añadir que el Espíritu es el Dios
pleno, plenamente revelado, que estamos esperando por Cristo, como don
del Padre, en el corazón de la Iglesia, para todos los hombres. Por eso,
en este campo, el Espíritu se puede interpretar como silencio
esperanzado y creador, al lugar donde la teología del Espíritu Santo se
identifica con la vida recreada (Iglesia, sacramentos), en espera del
reino...
Conclusión
Así podemos afirmar que el Espíritu es el mismo Amor de Cristo en
cuanto abierto y compartido, Amor del Padre y del Hijo ofrecido a todos
los humanos, como principio de liberación y comunión concreta, en
perspectiva mesiánica (es pan, casa, palabra compartida). El Espíritu
Santo es la plenitud personal del despliegue divino, es encuentro de
amor del Padre y del Hijo expresado y expandido en forma personal. Por
medio del Espíritu, Jesús no es sólo Dios en persona, sino aquel que nos
hace ser personas, expresando y expandiendo el evangelio, la buena
nueva de la vida.
Por el Espíritu sabemos que el mundo existe porque tiene en Cristo
base y consistencia: Dios no se limita a visitarlo desde fuera; no ha
pasado entre nosotros como pasa un caminante o como un simple amigo que
se goza en ofrecer sus dones por un tiempo. Por medio del Espíritu del
Cristo, Dios se queda como nuestro, para siempre. El Espíritu es unión
de amor donde se encuentran Dios y Cristo: es la fuerza de Dios de la
que brota el Cristo; amor que el Cristo nos ofrece desde el Padre.
Por Xavier Pikaza, publicado en Religión Digital
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