La realidad es superior a la idea
Una de las tareas más importantes, pero más difíciles, de la vida, es aceptar la realidad.
Y esto vale tanto para la realidad personal como colectiva. La realidad
siempre nos sorprende, nos choca, es terca. Nos cuesta aceptar las
limitaciones psíquicas, físicas y morales de nosotros y de los demás.
Nos cuesta aceptar que nuestra familia no es perfecta, nos cuesta
aceptar que la sociedad es egoísta, violenta, injusta, corrupta.
Nos cuesta aceptar el frío del invierno y el calor del verano,
nos cuesta aceptar sequías e inundaciones, nada digamos de terremotos,
tsunamis y erupciones volcánicas, que contradicen el optimismo de
Leibnitz de que estamos en el mejor de los mundos posibles.
También a los grupos y colectividades les cuesta admitir sus derrotas y fracasos:
a los jugadores les cuesta aceptar que no han ganado y tienden a
culpar al árbitro de su derrota; a los líderes políticos les cuesta
mucho aceptar que han perdido unas elecciones o un referéndum y tienden
a buscar culpables fuera de ellos, en conjuras del exterior o en
mentiras difundidas por las redes sociales, ellos se sienten
insustituibles e irremplazables. También a la jerarquía de la Iglesia le
costó aceptar que la tierra gira en torno al sol y la evolución de las
especies y todavía no acaba de aceptar algunos signos de los tiempos.
En última instancia nos cuesta aceptar enfermedades, accidentes, la
jubilación, el paso a la tercera edad y finalmente, la muerte. La muerte es un tabú, algo que "desafortunadamente" acontece a los demás pero que parece que nunca nos llegará a nosotros.
Frente a estas complejas situaciones hemos de recuperar la sabiduría de las tradiciones y de las espiritualidades. Como afirma el Papa Francisco, la realidad es superior a la idea,
hay que evitar idealismos y purismos sin sabiduría. No hemos de creer
que hemos llegado al final de la historia con la caída del comunismo,
como afirmaba ingenuamente Francis Fukuyama. Hay que aceptar las
limitaciones, errores y pecados, hay que aceptar que somos frágiles y de
barro, hay que aceptar las pasividades de la vida que no podemos
cambiar, como aceptó Jesús el fracaso de Su misión, el abandono de los
suyos y la cruz.
Pero con Su resurrección Jesús nos ofrece esperanza, el bien
triunfará del mal, la vida de la
muerte, ni Pilato ni Caifás ni Herodes tienen la última palabra. Por esto, hay realidades negativas que sí podemos y debemos cambiar, es posible la conversión, somos libres para hacer un mundo mejor, donde mejore el trabajo, la justicia, la salud, la educación, el respeto a la diversidad, la defensa los derechos humanos, la libertad, la ecología, la vida. Dios está más dispuesto a perdonarnos que nosotros a pedir perdón y a cambiar.
muerte, ni Pilato ni Caifás ni Herodes tienen la última palabra. Por esto, hay realidades negativas que sí podemos y debemos cambiar, es posible la conversión, somos libres para hacer un mundo mejor, donde mejore el trabajo, la justicia, la salud, la educación, el respeto a la diversidad, la defensa los derechos humanos, la libertad, la ecología, la vida. Dios está más dispuesto a perdonarnos que nosotros a pedir perdón y a cambiar.
De nosotros depende que muchas realidades mejoren, el espesor de la
realidad se puede convertir en fuente de generosidad y de luz para
nosotros y para los demás: "hemos de ayudar a Dios" dice la mística
judía Etty Hilesum; Teresa de Jesús repite "Nada te turbe, nada te
espante...la paciencia todo lo alcanza"; un proverbio chino dice que en
vez de maldecir la oscuridad hemos de encender un fósforo y el poeta
indio Tagore escribe que si de noche lamentamos que no hay sol, no podremos contemplar la luminosidad de las estrellas.
Dios ha dejado el mundo a nuestro cuidado y responsabilidad, Dios
se fía de nosotros. Y no estamos solos, "Diosito nos acompaña siempre".
Por Víctor Codina, SJ. Publicado en Religión Digital
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