La justicia de Dios es Su perdón
La paz es efecto de la justicia, decía
San Agustín. Y en el salmo 84 se afirma que la justicia y la paz se
besan. Sin unos mínimos de justicia lo que aparece es el resentimiento y
el odio. Por eso, los caminos de la paz pasan por un trabajo serio a
favor de la justicia y de la dignidad de todos los ciudadanos. Ahora
bien, no hay nada más alejado de la justicia que la venganza. Por eso la
justicia debe traducirse en misericordia y perdón. Una justicia que no
tiende hacia el amor resulta inhumana. La justicia sola no es suficiente
para el logro de una auténtica humanidad ”si no se le permite a esa
forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas
dimensiones” (Juan Pablo II).
El perdón es uno de los mejores caminos
hacia la paz. El Papa Francisco ha recordado que la justicia de Dios es Su perdón. Ya antes, Juan Pablo II, tras reconocer que “no hay paz sin
justicia”, añadió: “no hay justicia sin perdón”. El perdón es propio de
los magnánimos y de los fuertes. Si a corto plazo puede parecer una
pérdida, a la larga, asegura un provecho real. El perdón puede parecer
una debilidad; en realidad tanto para concederlo como para aceptarlo,
hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda
prueba. Lejos de ser un menoscabo para la persona, el perdón lleva hacia
una humanidad más plena y más rica, capaz de reflejar en sí misma un
rayo del esplendor del Creador. Así se comprende que el primer
beneficiario del perdón es el que perdona: “el perdón no es un favor al
malvado, sino una necesidad de la víctima para superar el dolor”
(Santiago Roncaglioglio).
Sin perdón, la venganza engendra más
violencia y encadena un círculo vicioso sin fin. Por el contrario,
perdonar es empezar de nuevo, rehacer la historia, escribir de nuevo la
trayectoria de las cosas y de las personas. Perdonar es intentar lo
imposible, deshacer lo que ha sido, abrir nuevas metas allí dónde parece
que todo está terminado. En este sentido el poder de perdonar es el
potencial más eficaz.
Una cosa más a propósito del perdón,
inspirada por una distinción interesante que hace Tomás de Aquino. El
santo doctor dice que la paz implica concordia, pero que la concordia no
es suficiente para que haya una paz duradera y auténtica. La concordia
consiste en la unión de distintos intereses o deseos de diferentes
personas. Pero para que haya paz se requiere también y previamente la
armonía interior, la paz del corazón. Eso me lleva a afirmar que el
perdón solo pueden otorgarlo los pacíficos o los pacificados.
Por Martín Gelabert, publicado en dominicos.org
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