La cruz de cada día

A veces envidio a Santa Teresa de Lisieux, cuyo camino al cielo llegó a su fin después de sólo 24 años, nueve de los cuales los pasó como monja carmelita. Otros que han compartido esta clase de bendición son Santa Agnes, que sufrió el martirio a los trece años, y Aloysious Gonzaga, el estudiante jesuita que murió a los 23 años el mismo día que lo había predicho.

Aunque ellos desarrollaron un gran testimonio en sus cortas vidas y cada uno de ellos sufrió una seria enfermedad o persecución, parece que no tuvieron que pasar por los largos días y noches de las crisis de la mitad de la vida ni la pérdida gradual e implacable de capacidades de la ancianidad. Su camino a la santidad, si no fue dulce, al menos fue corto.

Me acordaba de ellos al leer el Evangelio de hoy y pensar en el largo camino que tenían que recorrer los discípulos de Jesús.  Podría haber sido fácil para Pedro decir "Tú eres el Mesías de Dios". Era una respuesta de sobresaliente en sí misma, pero Jesús sabía que Pedro y los demás que tan fácilmente añadieron su "amen" no tenían ni idea de lo que significaba.

Jesús les dio una lección dura y necesaria. Les explicó lo que ser el ungido de Dios realmente significaba- para Él y para ellos-.

Aquí, por primera vez de las tres que se reflejan en los Evangelios, Jesús intentó que Sus discípulos comprendiesen que Él iba a parecer un fracaso, que Su evangelio era el exacto contrario a la "teología de la prosperidad". Intentando impresionarnos con la intensidad de la frustración de Jesús con su fe facilona, Lucas nos dice que Jesús les reprendió por llamarle el Cristo. Él se negó absolutamente a aceptar una teologización que subestimara el coste de Su misión o de su discipulado.

Podemos imaginar como Jesús miró directamente a sus siempre tan sinceros pero ingenuos devotos mientras intentaba conmocionar cada muestra de complacencia de ellos. Les explicó en términos nada ambiguos que Él se dirigía al sufrimiento, el rechazo y la muerte que serían redimidos "al tercer día", una expresión hecha que significaba "cuando Dios quiera".

En resumen: el sufrimiento era inminente y sería prolongado. La Resurrección era el objeto de Su esperanza. Entonces añadió que ser Su discípulo significaba compartir ese camino con Él.

Leyendo el Evangelio, podríamos interpretarlo como una predicción de lo que celebramos en el Triduo Pascual. Pero Lucas está hablando de otra cosa. Lucas cita a Jesús diciendo que los discípulos deben cargar con su cruz "cada día". Así como la experiencia de rechazo y de sufrimiento de Jesús fue continuada, también la donación de sí mismo que supone Su discipulado tendría que ser tan persistente como su necesidad del pan de cada día.

¿Qué hemos de tomar de las escrituras de hoy? El mensaje central de la primera lectura es que solo la gracia nos permite reconocer nuestra condición de pecadores y aceptar la misericordia transformante de Dios. El Evangelio nos advierte de que ser cristiano es una empresa costosa. El compromiso con Cristo es exigente. 

La carta de Pablo a los Gálatas nos ayuda a poner nuestro compromiso cristiano en un contexto concreto y sorprendentemente contemporáneo.

En primer lugar, Pablo nos dice que quienes han sido bautizados en Cristo han sido revestidos de Cristo, lo que significa que el discipulado es el hecho más importante de su identidad. Los discípulos están llamados a darse cuenta de que ninguna otra identidad o distinción, ningún origen, capacidad o estatus importan lo más mínimo a la luz de nuestra relación con Cristo.


Se sigue directamente de lo anterior que todo el que se identifique a sí mismo como revestido de Cristo abraza una igualdad sin privilegios y una solidaridad con el resto de los bautizados. Ninguna raza o nacionalidad, género o estatus social prevalecen sobre nuestra igualdad esencial en Cristo. Creer en tal igualdad debe traducirse en la misión de hacerla efectivamente verdad en la Iglesia y en la sociedad -comenzando con la justicia para las personas de color, las mujeres y los inmigrantes-.

Esto nos devuelve al mensaje evangélico de la cruz. Todo el que desarrolle la misión de abrazar y promover la radical igualdad de los hijos de Dios encontrará resistencia y persecución.

Quienes han entrado en la lucha para implementar estos valores del Evangelio están en el camino de vivir el reto marcado en las lecturas de hoy. Saben el coste del discipulado diario. Pueden seguir en él porque la fe alimenta su sueño de que todos podamos vivir como hijos de Dios misericordioso.

Cuando ellos reciben el Espíritu que Dios envía, se les anima a hacer que el sueño se haga realidad a lo largo de tantos años como Dios les de. La gracia y el sueño son el pan y la cruz de cada día.

Por Mary McGlone, traducido del National Catholic Reporter


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