Galletas de chocolate

Cuando era un niño pequeño, mi madre me dio una bolsa de galletas de chocolate y me mandó al parque a jugar con los otros niños del vecindario. Como unos diez minutos después, volví a mi casa corriendo con una bolsa vacía y una gran sonrisa en la cara. "¡Mamá, necesito más galletas!"

Cuando había llegado a ese parque con mi bolsa llena de galletas, algo mágico había sucedido. Los demás niños del barrio de repente querían ser mis amigos. Se ponían a mi lado, me prestaban atención y eran mucho más amables. En una repentina inspiración, había descubierto una gran estrategia social: si mamá seguía suministrándome galletas, sería una estrella.

Fui educado en el ideal del altruismo -que debíamos hacer el bien a los demás, simplemente por la alegría de ser buenos-. Sin embargo, según me fui haciendo mayor, tuve la oportunidad de experimentar el comportamiento humano de primera mano, y a menudo me he preguntado si el verdadero altruismo es posible. Tanto de lo que pasa por amabilidad es puro egoísmo disfrazado.

Habiendo visto este lado de la humanidad, me impresiona el tipo de amor que Jesús enseña. Es un tipo de amor que va mucho más lejos que las transacciones galleteras que son tan comunes en las relaciones humanas. Jesús no dio lo que le sobraba para conseguir amigos. Él se dio entero, Su completa vida, por aquellos que le amaban y por aquellos que le odiaban.

Jesús nos enseña a hacer lo mismo. Nos presenta a un Dios que da cosas buenas a todos, sin distinción. Incluso sobre los campos de los injustos llueve. Jesús demuestra un amor indiscriminado que encuentra Su poder en la alegría de bendecir en vez de en la seguridad del estatus social o de la riqueza. En Jesús, vemos qué es el auténtico desprendimiento. 

Sé que no estoy en ese punto. Es aterrador siquiera pensar en darme a mí mismo de la manera en la que Jesús se da. Amar a los amigos ya puede a veces ser lo bastante duro, sin el añadido de amar a los enemigos.

Sin embargo, hay una paz y un poder que proceden del amor indiscriminado de Jesús. Cuando
seguimos este camino, descubrimos que cada uno de nosotros tiene algo que ofrecer. No importa lo pobre que seas, no importa lo vacía que tengas tu bolsa de galletas, siempre hay maneras en las que puedes bendecir las vidas de los demás.

El secreto que Jesús revela es que no tenemos que tener un gran éxito a los ojos del mundo para provocar un impacto. No tienes que ser rico, inteligente o guapo para experimentar el amor y el poder de Dios. Cuando descubrimos el corazón siervo de Jesús, quedamos liberados. Todo es posible.

Todavía hay un niño en mí que piensa que el juego es el interés propio y que las galletas son la solución. Pero Jesús me ha invitado a una fe que es mucho más profunda que mi miedo y mi ego. Su alegría y Su fe me permiten pensar en hacer lo imposible: amar a los demás, incluso a mis enemigos, sin ninguna preocupación por ser recompensado.

¿Cuál es la bolsa de galletas de la que dependes? ¿Cuáles son las transacciones egoístas que apuntalan tu vida y tus relaciones? ¿Cómo sería bendecir a los demás sin esperar nada a cambio?

Traducido de Micah Bales

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