Sin amor, no hay cristiano
El evangelio de hoy también está sacado de un discurso de Jesús en el
evangelio de Juan; el último y más largo, después del lavatorio de los
pies. Es un discurso que abarca cinco capítulos, y es una verdadera
catequesis a la comunidad, que trata de resumir las más originales
enseñanzas de Jesús. Como ya he repetido muchas veces, no se trata de un
discurso de Jesús, sino de una cristología elaborada por aquella
comunidad a través de muchos años de experiencia y convivencia
cristianas. En el momento de la cena, los discípulos no hubieran
entendido nada de todo lo que el discurso dice.
El mandamiento del amor sigue siendo tan nuevo que está aun sin estrenar. No se trata solo de algo muy importante; se trata de lo esencial. Sin
amor, no hay cristiano. Nietzsche llegó a decir: "sólo hubo un
cristiano, y ese murió en la cruz"; precisamente porque nadie ha sido
capaz de amar como Él amó. Como decíamos el domingo pasado, solo el que
hace suya la Vida de Dios será capaz de desplegarla en sus relaciones
con los demás. La manifestación de esa Vida es el amor efectivo a todos
los seres humanos.
La pregunta que me tengo que hacer hoy es esta: ¿Amo de verdad a los
demás? ¿Es el amor mi distintivo como cristianos? No se trata de un amor
teórico, sino del servicio concreto a todo aquel que me necesita. La
última frase de la lectura de hoy se acerca más a la realidad si la
formulamos al revés: La señal, por la que reconocerán que no sois discípulos míos será que no os amáis los
unos a los otros. Hemos insistido demasiado en lo accidental: el
cumplimiento de normas, en la creencia en unas verdades y en la
celebración de unos ritos; más que en lo esencial que es el
amor.
Seguimos cometiendo el error de presentar el amor como un precepto. Así enfocado, no puede funcionar. Amar es un acto de la voluntad, cuyo único objeto es el bien conocido. Esto es muy importante, porque si no descubro la razón de bien, la voluntad no puede ser movida desde dentro. Si me limito a cumplir
un mandamiento, no tengo necesidad de descubrir la razón de bien en lo
mandado, sino sólo obedecer al que lo mandó. Aquí está el error. El que
una cosa esté mandada, no me tiene que llevar a mí a cumplirla, sino a descubrir por qué está mandada;
me tiene que llevar a ver en ella la razón de bien. Si no doy este
paso, será para mí una programación sin consecuencias en mi vida real.
Ahora es glorificado el Hijo de hombre y Dios es Glorificado en Él. Jesús
ha lavado los pies a los discípulos y la muerte de Jesús está decidida.
¿Dónde está la gloria? Allí donde se manifiesta el amor. Ese amor
manifestado es a la vez la gloria de Dios y la gloria de Jesús. En el
griego profano “doxa” significaba simplemente opinión, fama. El “kabod”
hebreo que traducen por doxa los LXX significaba por una parte, la
trascendencia y la santidad (majestad) de Dios que el hombre debe
reconocer. Por otro, la manifestación de ese ser de Dios en acciones
portentosas. Juan mantiene el sentido de “gloria” de Dios, que también
atribuye al Hijo. Jesús, en todas Sus obras, manifiesta la “doxa” de Dios.
Lo original de Juan es que esa gloria no se manifiesta sólo en los
actos espectaculares de poder, sino
en los que expresan sin ambigüedades
el Amor-Dios. La gloria de Dios es el Amor manifestado. No se trata
pues, de fama y honor. Tampoco se trata de conceder majestad, esplendor o
poder. La gloria de la que habla Juan no es una
concesión externa; está en la misma esencia de la persona. Morir por los
demás es la mayor gloria, porque es la mayor manifestación posible de
amor. La gloria de Jesús no es consecuencia de Su muerte, es la misma
muerte por amor. Ni Dios ni Jesús después de morir pueden recibir otra
clase de gloria. La única gloria que podemos dar a Dios es amar como Él
ama.
Les llama “Hijitos” (teknia) diminutivo de tekna.
En castellano el cariño se expresa mejor con el posesivo “hijitos míos”.
Esta expresión está justificada porque se trata de un momento íntimo y
emocionante. Les anuncia Su próxima muerte, por eso lo que sigue tiene
carácter de testamento. Lo que Jesús pide a los suyos es un amor
incondicional y a todos sin excepción. Todas las normas, todas las leyes
tienen que orientarse a ese fin.
Un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que Yo os he amado. El
“igual que Yo” no es solo comparativo, sino originante. Quiere decir
que debéis amaros porque Yo os he amado, y tanto como Yo os he amado. El
Amor-Dios no se puede ver, pero se manifiesta en las obras. Es la seña
de identidad del cristiano. Es el mandamiento nuevo. Queda establecida la diferencia entre las
dos Alianzas. La antigua basada en una relación jurídica de toma y daca. En la nueva, lo único que importa es la actitud de
servicio a los demás. No se trata de una ley, sino de una respuesta
personal a lo que Dios es en nosotros. “Un amor que responde a su amor”.
Jesús no propone, en este momento, como primer mandamiento el amar a Dios, ni el amor a Él mismo. No dice: Amadme como Yo os he amado. Dios es don total y no
pide nada a cambio. Ni Él necesita nada de nosotros, ni nosotros le
podemos dar nada (ni siquiera gloria). Dios es puro don, amor total. Se
trata de descubrir en nosotros ese don incondicional de Dios, que a
través nuestro debe llegar a todos. El amor a Dios sin entrega a los
demás es pura farsa. El amor a los demás por Dios y
no por ellos mismos es una trampa que manifiesta nuestro egoísmo. El
amar para que Dios me lo pague, no es más que una programación
calculada. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con
relación al hombre.
Jesús se presenta como “el hijo de Hombre” (modelo de ser humano). Es
la cumbre de las posibilidades humanas. Amar es la única manera de ser
plenamente hombre. Él ha desarrollado hasta el límite la capacidad de
amar, hasta amar como Dios ama. Jesús no propone un principio teórico, y
después dice que vamos a cumplirlo todos. Jesús comienza por vivir el
amor y después dice: ¡imitadme! El que le dé su adhesión quedará
capacitado para ser hijo, para actuar como el Padre, para amar como Dios
ama.
En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os améis unos a otros.
El amor que pide Jesús tiene que manifestarse en la vida, en todos y
cada uno de los aspectos de la existencia. La nueva comunidad no se
caracterizará por doctrinas, ni ritos, ni normas. El único distintivo
debe ser el amor manifestado en nuestras acciones. La base y fundamento
de la nueva comunidad será la vivencia, no la programación. Jesús no
funda un club cuyos miembros tienen que ajustarse a unos estatutos, sino
una comunidad que experimenta a Dios como Padre y cada miembro lo
imita, haciéndose hijo y hermano.
“Que os améis unos a otros”, se ha entendido a veces
como un amor a los nuestros. Algunas formulaciones del NT pueden dar
pie a esta interpretación. No, desde cada comunidad cristiana, el amor
tiene que llegar a todos. No se trata de amar a los que son amables
(dignos de ser amados), sino de estar al servicio de todos como si
fueran yo mismo. Si dejo de amar a una sola persona, mi amor evangélico
es cero. No se trata de un amor humano más. Se trata de entrar en la
dinámica del Amor-Dios. Esto es imposible, si primero no experimentamos
ese AMOR. ¡Ojo! esta verdad es demoledora.
Después de todo lo comentado en esta pascua, podemos hacer un resumen. La Vida, que se manifestó en Jesús, es el mismo Dios-Vida
que se le había entregado absolutamente. Ese Dios-Vida, que es, también
se da a cada uno de nosotros, nos lleva a la unidad con Él, con Jesús y
con todos los hombres. Esa identificación absoluta, que se puede vivir,
pero que no se puede ver, se manifiesta en la entrega y la preocupación
por los demás, es decir, en el amor. El amor evangélico, no es más que
la manifestación de la unidad vivida.
Por Fray Marcos. Publicado en Fe Adulta.
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