Por Pastoral SJ
La vida anticipa la eternidad. Hay muchas pequeñas muertes cotidianas.
Una decepción. Un amor que no ha logrado sobrevivir. El orgullo que se
cae de su pedestal. Un fracaso. Un suspenso que parece irreparable. La
ruptura de una amistad, la crisis radical de fe… Pero no desesperemos,
que la muerte no tiene la última palabra. Hay también, aunque no siempre
nos demos cuenta, pequeñas resurrecciones. Hay instantes de lucidez en
que vuelve la alegría profunda, más libre después de la tormenta. El
amor vuelve a encender las cenizas que parecían solo despojos de uno
mismo. Los vínculos vuelven a estrecharse en la vida, devolviéndonos el
encuentro y los motivos. La chispa de Dios nunca se apaga en nosotros.
«Me envolvían redes de muerte, me alcanzaban los lazos del Abismo, caí en tristeza y angustia» (Sal 116, 3) |

Cada
vez que cedemos a lo conveniente, sacrificando lo justo. Cada vez que
el amor se apaga. Cada vez que un adiós es para siempre. Cada vez que
decimos palabras hirientes que no tienen vuelta atrás. Cada vez que,
buscando a Dios, encontramos un silencio despoblado. Cada vez que
sepultamos la verdad tras la fachada de lo útil. Cada vez que es el odio
o el despecho lo que guía nuestras acciones. Cada crítica innecesaria,
que solo aporta dureza al mundo.
Cada vez que pasamos de largo, sin
mirar a la cara del hermano herido, acaso por llegar temprano al templo.
Todas esas veces, tú vendrás a buscarnos.
¿Cuáles son tus pequeñas muertes cotidianas en esta etapa de la vida?
«Así vosotros, ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y
os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16, 22) |
Pese a todo, no hay que desesperar.
Porque hemos sido creados para la vida. Con minúscula y con mayúscula.
Todas esas pequeñas muertes están abocadas a la Vida. Si dejas que lo
mejor que hay en ti emerja, pujante. Si dejas que la tristeza se diluya
en un mar lleno de historias, como si fuera un terrón de sal. Si te
niegas a sucumbir a la congoja, por muy complicadas que sean las
circunstancias, y eliges luchar, desde tu humanidad, tu fe, y sabiendo
que no estás nunca solo. Si conviertes al tiempo en tu aliado, sin dejar
que el presente te encierre en su prisión. Si, en la noche oscura,
alzas al cielo una plegaria silenciosa y confiada. Si, humilde, sabes
pedir ayuda. Entonces la vida vence.
¿Cuáles son las victorias en tu lucha de cada día? |
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