Una relación de amor

Durante 25 años he escrito una columna en un periódico. Mis amigos y mi familia rutinariamente me han hecho comentarios sobre lo escrito, aunque evitando educadamente decir si encontraban un concreto artículo ridículo.

En los últimos 18 meses, he escrito una columna en Crux (publicación digital católica estadounidense). Esos mismos amigos y familia parlanchines -algunos católicos, algunos en otras confesiones, algunos no religiosos en absoluto- no han dicho nada sobre mi trabajo. Cero. Nada.

Mi hipótesis, confirmada por aquellos a los que he preguntado, es que se sienten incómodos hablando sobre la fe. Es algo demasiado grande, demasiado complejo y demasiado personal. No tienen nada contra la religión o contra la Iglesia, con todos sus fallos. Estamos de acuerdo, por extraño que suene, en que es más fácil hablar sobre sexo o sobre política o incluso sobre el sueldo de cada uno que hablar sobre la fe.

"Aprendes en el discurso público a no ser muy específico sobre tu vida religiosa. Hay un acuerdo general en no hablar sobre estas cosas", escribe el periodista y escritor católico Richard Rodríguez. "No hablaremos sobre la oración, sobre esa abrumadora experiencia de paz". No hablamos sobre sentir la presencia de Dios, tampoco, algo que a oídos de un no creyente suena totalmente irracional, si no insano.

La verdad es que me siento tan incómodo hablando sobre la fe como mis amigos escuchando. Las palabras no sirven. ¿Cómo explicar a un agnóstico lo que quieres decir por "el Espíritu Santo en tu corazón"? Temo sonar alocadamente piadosa. Y como también dice Rodríguez, en la religión no cabe la ironía ni la paradoja, pero sí muchas imágenes incomprensibles para el no iniciado.

Hace dos semanas, acudí a un retiro para mujeres de los Cursillos de Cristiandad. Es el "pequeño curso sobre cristianismo" pensado para inspirar al laicado y entrenar a líderes católicos para transformar sus vidas y evangelizar. La mayoría de las mujeres del cursillo estaban firmes y completamente en casa aconsejándome: "permite al Espíritu Santo guiarte", "ponte en la mente de Cristo", ¨"visualízate completamente apoyada por los brazos amorosos de Dios".

"Simplemente permanece con Él, Él que permanecerá contigo hasta el final de los tiempos" -me dijo una mujer-. "Tu relación con Él crecerá mucho más". ¿Mi relación? Para ella debe ser fácil.

Sin embargo, cuando lees la Biblia, a los santos y a los autores espirituales, también encuentras una descripción de la fe como una relación. A veces incluso como una relación de amor. Desde el Cantar de los Cantares hasta el Evangelio de Juan, desde el monje Thomas Merton hasta el también monje Thomas Keating hasta las grandes santas de la historia de la Iglesia, de todos ellos viene la descripción de una poderosa relación de amor entre ellos mismos, simples humanos, y un Cristo vivo.

Merton: "Esta total rendición a Cristo no es simplemente un juego intelectual y místico fantástico, es algo mucho más serio. Es un acto de amor por esta persona no vista que, en el mismo regalo de amor por el que reconocemos y nos rendimos a Su realidad, también hace Su presencia conocida a nosotros".

Keating: "Nos rendimos a la atracción de ser amados, de ser conservados, de ser totalmente recibidos. Dios quiere relacionarse con nosotros de boca a boca. Un beso. Un matrimonio místico".

Simeón el místico: "Levántate en el Cuerpo de Cristo como Cristo se levanta en el nuestro".

San Agustín: "Nuestros corazones no descansan hasta que descansan en Ti".

Santa Catalina de Siena: "Cuánto más entro, más encuentro y cuánto más encuentro, más busco".

Santa Catalina de Génova: "Estoy tan sumergida en Su inmenso amor que parece que estuviese sumergida en el mar y no pudiese ver, sentir ni tocar nada excepto agua".

Evelyn Underhill: "Él está aquí, ahora, en esta habitación llamándote, pidiéndote tu completa entrega para completarte. Nada importa sino esa petición y la respuesta de tu alma. Búscale en la oración. Póstrate ante Él en la oración. Mírale. Déjale mirarte".

Lucie Christine: "Él es para mi luz, atracción y poder. Dios me da a Sí mismo y yo me doy a Él, transportada a otra vida, a una región que ya no es más esta tierra".

Demostrado queda que no todos se sienten incómodos hablando o escribiendo sobre la fe. Y sin embargo, algo une al lenguaje elevado citado y a las palabras más simples, menos grandiosas de las mujeres del Cursillo o de aquellos que están comenzando su camino espiritual, demasiados nerviosos, inseguros o avergonzados para pronunciar muchas palabras, no digamos frases completas.

De una u otra manera, todos estamos intentando describir una misma realidad: una relación de amor.

Por Margery Eagan. Traducido de Crux

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