Signos de reconciliación
Este es uno de los textos que propone el Papa para el Año de la
Misericordia, es una parábola muy conocida del Evangelio y quizás de las
más cautivadoras. La hemos llamado del hijo pródigo, del hermano mayor,
pero la figura central parece el padre misericordioso. Sin duda
sorprende ver a un padre tan especial que no guarda para sí su herencia,
respeta la libertad, calla y espera. No anda obsesionado, él aguarda a los perdidos, por lo que: “cuando todavía estaba
lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echo al
cuello y se puso a besarlo”. ¿Será así Dios?
Ser misericordioso no significa ser liberal o relejado, significa tener
entrañas, por eso el padre repite dos veces: “Este hijo mío estaba
muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo he encontrado”. Si se
pusiera en práctica esta frase del Evangelio, es posible que la imagen
de la Iglesia fuera distinta. Después vendrán los abrazos, los besos, la
fiesta, el cordero cebado, el baile, el anillo, el mejor traje. El
padre devuelve a su hijo la dignidad de hijo y celebra la fiesta de la
reconciliación, porque supo volver. ¿Será esto el Reino de Dios?
Hay que dejarse amar, sentirse amado por el Padre y como nos dice San
Pablo en la segunda lectura, transformarse en un hombre nuevo: “El que
es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha
comenzado. Todo eso viene de Dios, que por medio de Cristo nos
reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Es decir,
Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle
cuenta de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la
reconciliación”. El amor cambia, saber que somos acogidos y acoger a
otros con misericordia, es el mensaje que se nos ha confiado, debemos
ser signos de reconciliación.
Pero lo de la fiesta es demasiado, así piensan muchos de los hermanos
mayores: “Él se indignó y se negaba a
entrar”. Hemos separado la fiesta y
la alegría de la liturgia y nuestras celebraciones son tan correctas
que sólo los santos de nuestras péanas parecen divertirse. Hay que
celebrar a los hermanos que vuelven, que en realidad somos todos, eso es
la Pascua, pero como dice nuestro Papa: “Hay cristianos cuya opción
parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” y “Por consiguiente un
evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral”. En ocasiones parece que no entendemos
ni jota del amor o de aquella frase de Jesús: “Hay más alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve
justos, que no necesitan convertirse” (Lc. 15,7).
Por eso, cuando se nos acerca el extraño, el que no piensa y vive como
nosotros, decimos: “Ese hijo tuyo…” y el Padre nos dice: “Ese hermano
tuyo” y “Todo lo mío es tuyo”. El padre invita a los hermanos a acogerse
con el mismo cariño, cuesta pedir perdón pero en ocasiones cuesta más
perdonar y amar al que sentimos lejos de nuestras maneras de pensar. Y
es que sin prejuicios, sin condenas, debemos de ser serios con nuestra
propia conciencia; estimulándonos permanentemente al cambio y la
conversión y comprensivos con los demás; llenos de ternura y
misericordia. Difícil tarea, pero: ¿No será este el secreto de la vida
cristiana?
La actitud del padre nos habla de cómo es Dios, la fiesta de cómo es el
Reino y la reconciliación del secreto y la salsa de la vida, nuestras
comunidades y parroquias deben vivir cada domingo la alegría de los que
se reencuentran y se reconcilian.
Por Julio César Rioja, CMF. Publicado en Ciudad Redonda
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