La sonrisa del buen Dios
La dudosa luz del alba apareció detrás de la última colina incendiando los últimos retazos de nieve. Luego se ocultó. El sol se levantó en la actitud del que se está yendo.
Por la tarde no se dejó ver detrás de la otra última colina coronada
aún por la nieve que también se está yendo. Así vivimos, siempre
despidiéndonos de algo, de alguien.
La luz pálida de este atardecer borra los límites del mundo y llena
el aire de sueños. Solo por la falda de la montaña, cresta de todo lo
creado, me siento como un hálito del cosmos, como el calor de un plato
caliente. Siento el pálpito de la divinidad en todo lo que me rodea como si estuviera posando sobre el mundo la primera mirada.
El domingo viajé al futuro visitando las sepulturas de los antepasados, el futuro es fruto del pasado,
antes de entrar a misa; y del futuro al presente porque este es la
anticipación del aquel. Por la tarde di un paseo por la nieve. Los
árboles nacían en el cielo y crecían hasta la tierra, salían del caos
originario, parecían fantasmas. Seguía andando y el fin del mundo
siempre quedaba a la misma distancia. Respiraba, pisoteaba, caminaba,
manoteaba la belleza del caos. Entonces recordé que "lo bello no es nada
más que el comienzo de lo terrible" (Rilke).
El tsunami del amanecer entró al valle por donde se va el río. Los pueblecitos de la ladera de la montaña se encendieron como pavesas que prendieron fuego a la nieve
que lo coronaba todo. Alguien me dijo: "Esta mañana los pueblos, el
valle, parecían coladas al sol". Coladas, pavesas. Lo maravilloso es ese
sol inmenso que entra arrasándolo todo como un tsunami, como la sonrisa
del Buen Dios.
Bajaba de escuchar el silencio de la nieve cuando los castaños me salieron al encuentro
y me dijeron: Dimos
castañas a generaciones y generaciones. Mientras
nos asaban escuchamos leyendas, cuentos, aprendimos la genealogía de
todas las casas, la historia de cada pedazo de tierra y hasta de las
vacas. En nuestras ramas anidaron los pájaros, hasta pájaros que ya no
vienen por aquí. Hemos visto desaparecer costumbres, palabras. Hemos
asistido a nacimientos, a muertes de gentes en plena juventud. A nuestra
sombra pastaron vacas y muchos burros cargaron con sacos de nuestras
castañas. Ya no vemos vacas ni burros. Con nuestras ramas ya no hacen
vigas porque las utilizan de hierro y cemento. Ahora vienen por aquí
gentes que no son de aquí y dicen: "Parece una escultura", cosas
bonitas, pero no saben nuestra historia y muchos ni siquiera saben que
las castañas asadas son nuestras lágrimas y nuestras sonrisas.
Por Manuel Mandianes. Publicado en Religión Digital
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