El significado del éxito

Cuando el estudioso de Lucas 10 pregunta a Jesús: "Maestro, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?", formula una cuestión que los padres serían sabios si se la preguntasen a sus hijos antes de lanzarlos a la "búsqueda de la felicidad". La vida eterna entonces, y quizás ahora, significaba felicidad, salvación, plenitud, éxito.

Párate a pensar un segundo: ¿qué significa verdaderamente la palabra éxito para ti? Lo que signifique para ti probablemente lo significará para ellos.

Se lo he preguntado a estudiantes desde hace cincuenta años, en institutos y universidades de Estados Unidos, Inglaterra y Australia, y la respuesta nunca varía. Nunca. Es impresionante.

Al principio, la respuesta es tan débil que resulta casi inaudible, como si fuese un secreto horrible. Después, la respuesta de cada estudiante es sublimemente ambigua: "Eh, alcanzar tus, mmm, objetivos, como, eh, ser feliz, hacer lo mejor de ti mismo".

Después de muchos años de adoctrinamiento católico, ni uno solo (de 5.000 ó 6.000) ha dicho nunca "Parecerme a Jesucristo". Nunca. Ni siquiera nadie ha dicho "Ser un buen esposo y padre" o al menos "Ser una buena persona".

Y sólo raramente alguien ha tenido las agallas de decir "Dinero", aunque la discusión posterior revela que es en lo que la mayoría mide su éxito. Ellos esperan no tener que montar en el metro.

Jesús responde a la pregunta de lo que significa el éxito, no solo en la historia del buen samaritano sino especialmente cuando describe la única pregunta que se hará en el juicio final para discernir si nuestra vida valió la pena: "Tuve hambre". "Tuve sed". Fui al que todos llamaban perdedor, tonto, gordo, estúpido. ¿Qué hiciste al respecto?

Así que les cuento a los estudiantes la historia de mi propia llegada a esa verdad, mucho después de que sucedieran los hechos. Llegué a casa un día y mi madre me informó de que iba a acompañar a Eileen Reilly a su baile senior. Había ido al colegio con Eileen, así que de inmediato dije "No". Pelo enmarañado, gafas de abuela, ni una curva, y tan comunicativa como un cementerio de estatuas.

Pero decirle no a mi madre sería como rechazar a Cleopatra o a Catalina la Grande. Así que, por
supuesto, al final llevé a Eileen. No tenía permiso de conducir de noche, por lo que, ¡horror!, mi padre tuvo que conducir por nosotros. Y fue a peor. ¡Llegamos puntuales! Intenté todo argumento conversacional, desde la banda de música hasta las causas de la Primera Guerra Mundial. Nada.

Mis compañeros comenzaron a llegar, codeándose unos con otros y saludándonos. Entonces se hizo interminable. Yo podía bailar. Eileen, bueno, no. Así que, alrededor de las 23.30h, dije: "Bueno, se está haciendo tarde." Y llamé a mi padre para que nos llevase de vuelta a casa. Los niños en clase siempre se ríen de mi confesión. El aparentemente perfecto Fray O Malley atrapado. Delicioso.

Entonces pongo el broche. "¡Qué egoísta hijo de puta fui!" Se alzan las miradas. Ni una sola vez, les dije, ni en las horribles semanas anteriores, ni en la terrible tarde. ni en varios años después pensé una sola vez en Eileen. Seguramente era la primera cita de su vida, su primer vestido, su primera actividad lejos de sus estrictos padres y sus nada amables hermanos. 

Y lo único en lo que pensé fue en mi propia desdicha. Yo, el monaguillo, el católico sin pecado, la estrella dorada, el fariseo. Entonces, un día me golpeó y recé para que ella tuviera misericordia de mí. Desde entonces, he dirigido alrededor de cincuenta musicales y siempre me he asegurado de que hubiera media docena de Eileens en el coro. Y siempre que he tenido a un chico dolorosamente triste en clase, me he prometido que quiero hacerle importante, de la forma en la que Oprah lo hace con cada invitado.

He aprendido de la forma dura que la única pregunta importante sobre el éxito en nuestras vidas es: ¿Fui generoso? No sé cómo los padres pueden ayudar a sus niños a sentirse atentos a lo que no es atractivo, a los necesitados o a inculcar la empatía que resuena en su dolor y la amabilidad que lleva compasión a sus caras y a sus voces. Pero sé que sin eso, Jesús no tendrá una oportunidad de tocar sus vidas. 

Agradezco a Eileen Reilly por haberme enseñado. La Carta a los Hebreos dice "Entretén a gente extraña, porque haciendo eso algunos han entretenido a los ángeles sin saberlo". Realmente odiaría volver a insultar a un ángel.

Por William O`Malley.Traducido del National Catholic Reporter

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