El fuego que Jesús ha venido a traer

(Hay un fuego que destruye y otro fuego que purifica. Hay una paz que facilita la convivencia y otra paz que es simple coexistencia pacífica)

“He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustia hasta que se cumpla! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división”. (Lc.49, 53)

El fuego tiene un doble efecto. Uno, destructor; otro, purificador. La frase de Jesús es valiente y hay que entenderla en la segunda acepción:He venido a traer fuego a la tierra”. Es el fuego del amor, de la entrega generosa, el fuego que purifica lo dudoso o lo defectuoso, el fuego del Espíritu Santo. Recordemos que la venida del Espíritu Santo se representó con lenguas de fuego. El fuego acrisola y limpia.

El fuego es uno de los inventos más grandes que ha descubierto el hombre. Es ingeniosa la frase de Jean Cocteau. A la pregunta de un periodista, en una visita al Museo del Prado: ¿Qué salvaría del Prado ante un incendio? Jean Cocteau tuvo una contestación realmente provocadora: Yo salvaría el fuego. Verdaderamente es provocadora, porque provoca pensamientos en torno a ese elemento de la naturaleza. Hay heridas que se cauterizan con el calor del fuego. Y para terminar, diré que el fuego, independientemente de que pueda ser dañino en algunos casos, ofrece un espectáculo grandioso.

Jesús dijo que estaba deseando que el mundo ardiera. Que el mundo se abrasase de amor. Sin embargo, parece ser que le cuesta alcanzar esa temperatura. Lo que priva más en el mundo, hoy por hoy, es la frialdad del hielo. Tanto en las relaciones inter-individuales, como en el entendimiento entre grupos, políticas y países. Es la frialdad de la lejanía afectiva, del desamor, del desconfiar del otro, de la insensibilidad a la pobreza, al dolor, a las enfermedades endémicas…

Es necesario ir arrojando a la hoguera que encendió Jesucristo todo aquello que deba arder, todo aquello que haya que purificar, todo aquello que congela el amor y la fraternidad. “Hay que salvar el fuego”. En la antigüedad, cuando en una tribu o poblado lograban producir el fuego por medios rudimentarios, solía haber constantemente alguien que lo mantuviese, para que no se apagase.

Esa es la labor del creyente: mantener el fuego y procurar que crezcan las llamas. También dice Jesús (y esto nos extraña más) que no viene a traer la paz, sino la guerra. Sabemos que Jesús ama la paz, que es llamado “Príncipe de la Paz”, que pertenece al grupo de los pacíficos y que Él mismo promulgó la Bienaventuranza del monte:” Bienaventurados los pacíficos”. ¿Cómo, pues, puede decir que no ha venido a traer la paz, sino la guerra?

Él no es un Dios guerrero; no es un Dios de discordias, de enemistades, de peleas. El “Dios de los ejércitos” es el fruto de la imaginación, y tal vez también del deseo, del pueblo de Israel, en la antigüedad, cuando se veían acosados por el enemigo. Jesús dirá: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Y la mansedumbre y la humildad no congenian con la violencia. Sin embargo, Jesús no se contradice; ¿qué quiere decirnos con esa frase sobre la paz? Sencillamente, está dando un dato de experiencia, que mucha gente sufre. El seguir a Jesús trae consigo las enemistades entre las familias. Cuando uno de sus miembros trata de seguir las enseñanzas de Jesús (y si es con más radicalidad, aún con más motivo), otros de la familia se sienten molestos, bien porque están adheridos a alguna religión o secta, o bien porque no tienen convicciones religiosas o cristianas. ¡Cuántos padres han roto las relaciones con su hijo o su hija, porque han querido seguir su vocación al sacerdocio o a la vida religiosa!

Hoy día, de manera especial (aunque siempre haya existido) existe una constante persecución de los cristianos, por parte de grupos fundamentalistas, sobre todo del entorno islámico. Jesús sabía que eso se daría, porque seguirle a Él es romper con ciertos modos y costumbres del mundo, que se oponen. La manera de actuar de Jesús y la forma de vivir de los que le siguen choca con otros criterios y maneras de actuar. Y eso es un punto de grave fricción, incluso entre personas cercanas, como la familia. Por eso dice Jesús, que esa manera de obrar es motivo para que desaparezca la paz.

Por Félix González. Publicado en 21RS

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