Después de una experiencia iluminadora

¿Alguna vez ha cambiado un libro la forma en la que miras el mundo? Una reciente conversación con una amiga nos llevó a una misma respuesta: Awareness, del sacerdote jesuita Anthony de Mello. Publicado después de la muerte de de Mello en 1987, es un manifiesto facilmente digerible aunque adelantado a su tiempo sobre la plenitud de conciencia. Mi amiga y yo lo describimos en similares términos efusivos, notando la simple pero profunda cualidad del llamamiento de su autor a "levantarse".

Tras alabar el libro, compartí decepcionado que, aunque parecía revolucionario mientras lo estaba leyendo, después inevitablemente regresé a los viejos hábitos de siempre, sólo recordando ocasionalmente una línea o anécdota que me ayudase en una situación a la observación no enjuiciadora que defendía de Mello.

Mi amiga me indicó que sentía más o menos lo mismo, pero su mirada era más esperanzada. Me explicó que aunque perdamos el shock y la emoción de un nuevo descubrimiento -como el encontrado en un libro- todavía llevaremos algo significativo y duradero a la "vida real". Incluso cuando nos enfrascamos en las minucias de lo cotidiano, nunca podemos perder enteramente aquello que nos ha transformado.

Pienso que la mayoría de nosotros ha sentido alguna vez inclinarse el eje de su mundo, alterándolo de manera que cualquier regreso a lo que las cosas solían ser se hace imposible. Sea una conversación, un libro, un profesor o un encuentro casual, algunas personas y experiencias separan nuestras vidas en períodos definibles de "antes y después".

También sabemos que estos sentimientos tienden a diluirse. El día 1.000 en una nueva ciudad no es como el día primero. Perdemos la emoción que sentíamos cuando todo era nuevo.

Este constante círculo de revelación y olvido también se desarrolla en el Evangelio, quizás en ningún sitio tan
marcadamente como en el pasaje de este domingo: la transfiguración de Jesús. ¿Qué podría haber dejado más impresionados a Pedro, Santiago y Juan que ver a su amigo resplandecer de blanco y hablar con Moisés y Elías? Me imagino que, para sus discípulos, esto desvanecería cualquier duda o pregunta sobre quién Jesús afirmaba ser.

Pero la vida regresó a lo cotidiano. Pocos capítulos después, Jesús es arrestado, juzgado y asesinado, mientras Sus apóstoles se esconden, lo niegan y lo traicionan. ¿Era su miedo simplemente más poderoso que lo que vieron en la montaña? ¿Se olvidaron?

Si el Evangelio terminase ahí, mis dudas iniciales sobre el poder duradero del "momento eureka" serían ciertas. Como sabemos, sin embargo, la breve traición de sus discípulos es seguida por esfuerzos renovados para llevar el mensaje de Cristo a una audiencia más amplia y construir la Iglesia. La muerte finalmente no venció a la vida y la memoria fue más fuerte que el olvido temporal.

La Cuaresma puede versar sobre muchas cosas, pero al final, creo que es una invitación al Dios de las sorpresas para que se infiltre en nuestras vidas. Nos comprometemos a una práctica o a refrenar un hábito, con la esperanza de volver nuestra atención a Dios como resultado de esos ayunos o prácticas. Probablemente no sea casualidad que estemos más receptivos a la gracia de Dios en esta estación; dando una pausa a nuestras rutinas, estamos más inclinados a darnos cuenta de las gracias ocultas que normalmente nos pasan desapercibidas.

En cierto sentido, el impacto de la Cuaresma es como el de un libro que abre los ojos o cualquier otra epifanía. Impresiona, pero al final se disipa, en especial porque llega cada año como un reloj.

Como mi amiga, sin embargo, necesito creer que a pesar de cualquier amnesia que pueda venir después de una experiencia iluminadora, algo verdadero permanece. Tal vez no podamos controlar cómo o cuándo recordamos, pero si prestamos atención y dejamos que nuestras vidas se agiten con algo nuevo, podemos confiar en que Dios está listo para sorprendernos cuando menos lo esperemos.

Por Brian Harper. Traducido del National Catholic Reporter


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