Regalos y regaloides
Como cada año, la Navidad es una época
mezclada de fiestas y reflexiones. Ambas cosas son bienvenidas, hay que
saber disfrutar y hay que tomar el tiempo para honrar el origen de esta
festividad.
Aflora también un cierto espíritu de reflexión. Nos asalta ese sermón
que nos grita desde hace muchos años un estribillo que reza mas o menos
asi: “La navidad no son los regalos, la navidad es Jesús”. Quiero
demostra en estos párrafos que la navidad, claro que si, son los
regalos, que la navidad sí se trata de regalos, aunque no de regaloides.
En el Antiguo Testamento hay un momento raro y único en el que
acontece la navidad de una forma maravillosa y contundente. Algunos
dirán que eso es imposible, ya que Jesús no llega al mundo sino en
tiempos de Herodes y no en tiempos del Antiguo Testamento, y mucho menos
en Génesis 14:18, que es donde he encontrado mi texto navideño de este
año.
Resulta que Abraham regresaba de rescatar a su sobrino Lot, venía de
una batalla y había vencido. Ahí es donde se encuentra a un personaje
tan enigmático como escurridizo. Abraham se encuentra con Melquisedec,
rey y sacerdote de Salem. Una figura que solo aparece dos veces en todo
el Antiguo Testamento, de quien no se sabe más que lo que se dice en un
solo versículo del Génesis:
Y Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios altísimo, le ofreció pan y vino.
Era sacerdote y rey a la vez, y reinaba en lo que llegaría a ser
Jerusalén. Se dice de él que era sacerdote del Dios Altísimo, incluso
antes de que existiera ninguna de las tres religiones monoteístas que
descienden de Abraham (judaísmo, cristianismo e Islam). Pero lo más
importante hoy es que Melquisedec da dos regalos a Abraham, le da pan y
le da vino.
Este encuentro entre Abraham y Melquisedec es realmente navidad. Aquí
acontece la navidad, con todo y regalos. La figura de Melquisedec se
puede entender como un proto Jesús y este encuentro como una proto
navidad. ¿Por qué? En el otro texto del Antiguo Testamento donde se
menciona (Sal. 110:4) se dice del Mesías «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec».
Este personaje es una prefiguración de Jesús, y Jesús es el centro de
la navidad. El Nuevo Testamento disipa toda duda y nos dice en Hebreos
6:19-20:
Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza
que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde
Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote
para siempre, según el orden de Melquisedec.
Melquisedec significa rey justo y, recordémoslo, reina en una ciudad
cuyo nombre se traduce por paz. Pero volvamos a los regalos. Melquisedec
da pan y vino, símbolos de unión, de comunión, de relación, de cercanía,
de sacrificio, de mesa, de casa, de solidaridad, de hospitalidad. ¿Por
qué en la Biblia el vino y el pan simbolizan todo eso? Porque es lo que
Jesús ofrece en la mesa a sus discípulos y con ellos a todos nosotros.
El pan y el vino son Su cuerpo y Su sangre, simbolo de
entrega, de amor profundo, de compañía.
La navidad cristiana (si es que puede haber otra) es justamente eso,
que Él vino al mundo para darnos el pan y el vino. Esos fueron sus
regalos: Su misericordia, Su amor, Él es Dios con nosotros, quiere vivir
con nosotros, habitar con nosotros, con los quebrantados, romper la
lejanía, la distancia, acercarse y convivir (Is. 57:15). El regalo de la
navidad, el verdadero regalo tiene que ver con las relaciones, no con
las posesiones.
Los regaloides en cambio tienen que ver con posesiones, con imposiciones sociales, no importa cuánto cueste, el regaloide se da para cumplir, para no quedar mal, se da por compromiso.
El regalo, configurado por Jesús, apunta a la eternidad, el regaloide apunta a la temporalidad. El regalo da lo que puede durar eternamente, misericordia, solidaridad, compañía, presencia. El regaloide se come y se acaba, se usa y se tira, se viste y se desecha. El regalo sacia lo profundo, el regaloide sacia lo superficial; el regalo es darse a sí mismo, el regaloide es simplemente dar algo. El regalo tiene más que ver con la persona, el regaloide tiene que mas ver con la cosa. El regalo viene para quedarse, el regaloide llega, cumple y se va.
El regalo está destinado a cambiar nuestras vidas, a saciar las soledades. El regaloide es un formalismo que da media vuelta y vuelve a dejar intacta la otra vida, la soledad, la separación.
Por eso el regalo verdadero, el regalo que moldea
Jesús, es el de la reconciación (2 Cor. 5:18), es el del perdón (Lc.
23:34), es el de la unión familiar, es el de la milla extra (Mt. 5:41),
es el de la otra mejilla (Mt. 5:39) y es el de las setenta veces siete
(Mt. 18:22).
Ahí donde el regaloide da la mano, el regalo da el corazón; donde el regaloide entrega un paquete, el regalo entrega la vida.
Navidad es dar regalos, si, pero no regaloides. Eso es lo que podría hacer diferente ésta y el resto de nuestras navidades.
Por José Pablo Chacón. Publicado en Lupa Protestante


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