Los vientos del navegante

La rosa de los vientos está para ayudarnos en cualquier aventura iniciada. Así los navegantes bien saben que a cada rumbo le corresponde un viento: la tramontana, el mistral, el siroco, el levante o el austro. Marinos y exploradores, desde siempre, se han servido de la característica y personalidad de cada viento para determinar el rumbo posible. Fríos, fuertes, brisas marinas o de montaña, tórridos del desierto o los remotos del sur. Lo mismo sucede al comienzo de cada año. Vienen los vientos. Unos se llevan cosas y otros las traen. Empujan o dificultan. Alivian o abrasan. Te aligeran o te hielan. Es conveniente discernir y ver cuáles son esos vientos que aparecen  para así izar nuestras velas y dirigirnos al puerto que señale el Espíritu.

Los vientos de cara 

«Hizo soplar en el cielo el viento solano, y con su poder dirigió el viento del sur» (Sal 78, 26)
 
Son los vientos portadores de sueños y también de miserias. Traen y acercan multitud de realidades. Unos días regalan oportunidades, otros nos bloquean impetuosamente. Unos nos acercan a personas o proyectos y otros son recordatorios de rutas por las que no conviene seguir. Cuando menos lo esperas se imponen y hasta molestan, y en cualquier momento nos susurran verdades que habíamos olvidado. Se trata de ver de dónde vienen y adónde van.


Hay un gran Viento, el del Espíritu, que también viene de cara y se encarga de recordarnos que Su justicia y Su misericordia son innegociables en nuestro mundo; que Su Palabra no la puede difuminar la olvidadiza rutina y que Su mano habita y comprende todos nuestros problemas. Dios es Viento de cara cuando refresca, avisa, nos muestra Su rostro fiel y nos abre un nuevo camino donde pensábamos que ya no había salida.

 
¿Qué recordatorio «esencial» me va trayendo el Viento de Dios? ¿Identifico algún viento de cara que me esté bloqueando el rumbo?

Los vientos a favor

 «Paz a vosotros; como el Padre me ha enviado, así también yo os envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.» (Jn 20, 21-22)

Son los vientos que te animan, te empujan o incluso te derriban. Son vientos que llevan al Sur de los más débiles para rescatarlos en su dignidad y su hambre. También son vientos que llevan al Norte de los más satisfechos para despertarlos del «no se puede hacer nada» y el «siempre se ha hecho así». Los vientos a favor con frecuencia se llevan los malos humos y las envidias que contaminan la jornada pero hay que saber reconocerlos bien, no sea que se lleven nuestras esperanzas.


Hay un gran Viento, el del Espíritu, que nos invita a sumar y a construir y se lleva los cargados nubarrones del día dejando en el cielo un azul intenso. Dios es viento a favor, cuando hacemos silencio y nos mece al ritmo de Su baile; cuando nos empuja al prójimo para atender sus urgencias y nos llena la vida de alegría y evangelio.


Publicado en Pastoral SJ

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