Dios es la liberación
Este ciclo (C) toca leer el evangelio de Lucas, que empieza su evangelio
con un paralelismo entre el Bautista y Jesús; Anuncio de Juan, anuncio
de Jesús. Nacimiento de Juan, nacimiento de Jesús. Sigue con la
adoración de los pastores y el Niño en el templo. A partir de aquí, Lc
se olvida de todo lo dicho y comienza solemnemente su evangelio: “En el
año quince del gobierno de Tiberio Cesar… vino la palabra de Dios sobre
Juan… Después del bautismo y las tentaciones, vuelve otro comienzo con
un resumen: Regresó a Galilea con la fuerza del Espíritu, enseñaba en
las sinagogas y su fama se extendió por toda la comarca.
En el texto queda claro que no es la primera vez que entra en una
sinagoga porque dice: “como era su costumbre”. Y en los versículos
siguientes: “haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. El
texto de Isaías es el punto de partida. Pero más importante aún que la
cita, es la omisión voluntaria de la última parte del párrafo, que
decía: “... y un día de venganza para nuestro Dios” (estaba expresamente
prohibido añadir o quitar un ápice del texto). Los que escuchaban
conocían de memoria el texto, y se dieron cuenta de la omisión. Que el
hijo de José se atreva a rectificar la Escritura era inaceptable.
Isaías se refiere a los tiempos mesiánicos, con metáforas, no habla de
datos físicos. Jesús se niega a entrar en esa dinámica que los de su
pueblo esperan. Ni la misión de Elías ni la de Eliseo fue remediar
necesidades materiales. Continúa Lucas con un texto en que Jesús realiza
toda clase de curaciones, ahora en Cafarnaúm. Pero termina orando en
descampado y diciendo a los que le buscan: Vámonos a otros pueblos a
predicar, que para eso he venido.
No comenta un texto de la Torá, que era lo más sagrado para el
judaísmo sino un texto profético. El fundamento de la predicación de
Jesús se encuentra más en los profetas que en el Pentateuco. Para los
primeros cristianos, estaba claro que el mismo Espíritu que ha inspirado
la Escritura, unge a Jesús a ir mucho más allá de ella. No se anula la
Escritura sino el carácter absoluto que le habían dado los rabinos.
Ninguna teología, ningún rito, ninguna norma pueden tener valor
absoluto. El hombre debe estar siempre abierto al futuro.
Al aplicarse a sí mismo el texto, está declarando su condición de
“Ungido”. Seguramente es esta pretensión la que provoca la reacción de
sus vecinos, que le conocían de toda la vida y sabían quién era su padre
y su madre. En otras muchas partes de los evangelios se apunta a la
misma idea: La mayor cercanía a la persona de Jesús se convierte en el
mayor obstáculo para poder aceptar lo que verdaderamente representa.
Para un judío era impensable que alguien se atreviera a cambiar la idea
de Dios reflejada en la Escritura.
Desde la Escritura, Jesús anuncia la raíz más profunda de su mensaje.
A las promesas de unos
tiempos mesiánicos por parte de Isaías,
contrapone Jesús los hechos, “hoy se cumple esta Escritura”. Toda la
Biblia está basada en una promesa de liberación por parte de Dios. Pero
debemos tener mucho cuidado para no entender literalmente ese mensaje, y
seguir esperando de Dios lo que ya nos ha dado. Dios no nos libera, Dios es la liberación. Soy
yo el que debo tomar conciencia de que soy libre y puedo vivir en
libertad sin que nadie me lo impida. Ni Dios ni los hombres en su
nombre, pueden exigirme ningún vasallaje.
La libertad es el estado natural del ser humano. La “buena noticia”
de Jesús va dirigida a todos los que padecen cualquier clase de
sometimiento, por eso tiene que consistir en una liberación. No debemos
caer en una demagogia barata. La enumeración que hace Isaías no deja
lugar a dudas. En nombre del evangelio no se puede predicar la simple
liberación material. Pero tampoco podemos conformarnos con una propuesta
de salvación meramente espiritual, desentendiéndonos de las
esclavitudes materiales, en nombre de una salvación que nos empeñamos en
proyectar para el “más allá”.
Oprimir a alguien o desentenderse del oprimido, es negar radicalmente
al Dios de Jesús. El Dios de Jesús no es el aliado de unos pocos que le
caen en gracia. No es el Dios de los buenos, de los piadosos ni de los
sabios. Es, sobre todo, el Dios de los marginados, de los excluidos, de
los enfermos y tarados, de los pecadores. Solo estaremos de parte Dios,
si estamos con ellos. Una religión compatible con cualquier clase de
exclusión es idolátrica. Cuando el Bautista envía dos discípulos a
preguntar a Jesús si era él el Mesías, responde Jesús: “id y contarle a
Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven los cojos andan…etc”.
Hoy el ser humano está fallando en la búsqueda de libertad. Buscamos
con ahínco la liberación de las opresiones externas, pero descuidamos la
liberación interior que es la verdadera. Jesús habla de liberarse,
antes de liberar. En el evangelio de Juan, está muy claro que tan grave
es oprimir como dejarse oprimir. El ser humano puede permanecer libre, a
pesar de sometimientos externos, hay una parte de su ser que nadie
puede doblegar. La primera obligación de un ser humano es no dejarse
esclavizar y el primer derecho, verse libre de toda opresión. La peor
opresión, la que se ejerce en nombre de Dios.
¿Cómo conseguir ese objetivo? El evangelio nos lo acaba de decir: Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu.
Ahí está la clave. Solo el Espíritu nos puede capacitar para cumplir la
misión que tenemos como seres humanos. Tanto en el AT como en el NT,
ungir era capacitar a uno para una misión. Pablo nos lo dice con
claridad meridiana: Si todos hemos bebido de un mismo Espíritu, seremos
capaces de superar el individualismo, y entraremos en la dinámica de
pertenencia a un mismo cuerpo.
La idea de que todos formamos un solo cuerpo es sencillamente genial.
Ninguna explicación teológica puede llevarnos más lejos que esta
imagen. La idea de que somos individuos con intereses encontrados es tan
demencial como pensar que cualquier parte de nuestro cuerpo pueda ir en
contra de otra parte del mismo cuerpo. Cuando esto sucede le llamamos
cáncer. El individualismo solo puede ser superado por la unidad a la que
nos lleva el Espíritu.
Pablo nos invita a aceptarnos los unos a los otros como diferentes.
Esa diversidad es precisamente la
base de cualquier organismo. Sin ella,
el ser vivo sería inviable. Tal vez sea una de las exigencias más
difíciles de nuestra condición de criaturas, aceptar la diversidad,
aceptar al otro como diferente, encontrando en esa diferencia, no una
amenaza sino una riqueza insustituible. Si somos sinceros, descubrimos
que estamos en la dinámica opuesta: rechazar y aniquilar al que no es
como nosotros. Todavía hoy sigue siendo una asignatura pendiente para
nuestra religión, no ya la aceptación, sino el simple soportar al
diferente.
Lo único que predicó Jesús fue el amor, es decir, la unidad. Eso
supone la superación de todo egoísmo y todo individualismo. Los conocimientos adquiridos en estos dos últimos
siglos vienen en nuestra ayuda. Somos parte del universo, somos parte de
la vida. Si seguimos empeñándonos en encontrar el sentido de mi
existencia en el individualismo terminaremos todos locos. El sentido
está en la totalidad, que no es algo separado de mi individualidad, sino
que es su propio constitutivo esencial. No solo para sentirme unido a
toda la materia, sino para sentirme identificado con todo el Espíritu.
Ya sabemos que el “Espíritu” no es más que Dios presente en lo más
hondo de nuestro ser. Eso que hay de divino en nosotros es nuestro
verdadero ser. Todo lo demás, no solo es accidental, transitorio y
caduco, sino que terminará por desaparecer, querámoslo o no. No tiene ni
pies ni cabeza que sigamos empeñados en potenciar lo que de nosotros es
más endeble, aquello de lo que tenemos que despegarnos. Querer dar
sentido a mi existencia potenciando lo caduco, es ir en contra de
nuestra naturaleza más íntima.
Por Fray Marcos. Publicado en Fe Adulta
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