Dar de comer al hambriento y de beber al sediento
Alimentarse es la primera necesidad que los seres humanos hemos de
tener cubierta para poder realizar todo lo demás. En una sociedad
aparentemente sobrealimentada la primera de las obras de misericordia se
presentaba lejana… sin embargo, la actual crisis económica ha traído a
nuestras casas noticias de malnutrición infantil, imágenes de personas
haciendo colas en comedores sociales y oficinas de Cáritas y otras ONGs
en las que la distribución de alimento ha cobrado lamentablemente de
nuevo protagonismo.
En otras partes del mundo están demasiado acostumbrados a ver a
personas muriendo por no tener alimento. Las hambrunas se van sucediendo
como las estaciones golpeando a poblaciones enteras. Quizá esto nos
duele menos por ser realidad lejana y por lo acostumbrados que estamos a
ver imágenes que quitan la dignidad a quienes contemplamos quietos y en
silencio…
Jesús se identifica con aquél que pasa hambre y nos dice que el Reino
de su Padre está abierto a aquellos que se conmueven y dan de comer al
hambriento. Y es que la misericordia es eso, sentir las miserias del
otro y como consecuencia de esa compasión ayudarlo y auxiliarlo. El
Señor va más allá y Él mismo se hace pan para darse a una humanidad
necesitada de todo tipo de panes.
Dar de comer al hambriento no es dar lo que nos sobra, aunque
irónicamente entonces daríamos mucho pues necesitamos bastante poco. Se
trata de ir más allá, adecuar nuestros hábitos de consumo a las
necesidades reales, no desechar alimentos y, cómo no, dar gracias por lo
que tenemos porque sólo así seremos capaces de caer en la cuenta de que
hay otros muchos que necesitan de eso que para nosotros parece básico,
el alimento diario.
A veces llegar de una carrera y que te den a beber una lata de coca
cola, más que quitarte la sed, te genera aún más ganas de seguir
bebiendo. Cuando Jesús nos dice a cada uno de nosotros “dadles vosotros
de beber”, confieso que me entra un poco de “miedo” porque no siempre es
fácil encontrar lo que de verdad “quita la sed a cada uno”. Y digo a cada uno, porque he comprobado que “dar de beber al sediento” no es cuestión de tirar del primer bote de coca cola que tienes al lado, del
primer recurso de palabras consoladoras, o de tu mejor intención. Hace
falta un paso previo y fundamental que tiene que ver con escuchar con
profundidad, empatizar al máximo, pero sin bajar del todo al “pozo” (en
esa imagen tan ilustrativa que te explican en esos cursos de escucha
activa y relación de ayuda) porque desde tan abajo, ya no vas a poder
“saciarle”, y sobre todo sabiendo que no podemos ir de “salvadores” por
el mundo (aunque alguna vez lo hagamos sin mala intención).
Dar de beber al sediento es una tarea complicada, que implica a veces
quedarse uno con sed, que implica aceptar que no somos nosotros los que
vamos a darle ese “agua” tan necesitada. En algunas ocasiones seremos
sólo buenos guías del camino para encontrarla. Otras, simples
mediadores, puentes con otros, que serán los que de verdad les sepan dar
de beber. Tanto en estas como en otras ocasiones, se requiere una
valentía especial y sobre todo una actitud de humildad fuerte. Aceptar
que aunque queramos ayudar a muchos, a todos, no podemos. Aceptar que
sólo podemos ser servidores de algunos, que nuestra agua no es la que
más quita la sed, aceptar que hay Uno que de verdad nos calma, nos da
vida, nos quita la sed para siempre, aceptar digo, pasa por abajarnos,
reconocernos frágiles y muchas veces, por ponerlo todo en sus manos, en
SU voluntad y simplemente, pasa por confiar.
Ojalá sepamos en nuestro día a día, dar de beber al sediento, y en
muchas ocasiones, encontrar las personas y las formas que otros nos
enseñen, para dar de beber o incluso, para que otros den de beber por
nosotros.
Por Antonio Bohorquez y Javier Dias, SJ, publicado en Pastoral SJ
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