Atrévete a ser diferente

“Y todos expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”. (Lc 4,21-30)
¿Cómo os va, queridos amigos? Espero os vaya mejor que a Jesús, porque a decir verdad, a Jesús no le iba demasiado bien. Y menos todavía en su pueblo natal.

Le iba bien, en tanto se presentaba como uno más del pueblo.
Como el hijo del carpintero.
Pero, tan pronto como cambió la carpintería por la labor  de profeta, todo se le complicó.
Es el riesgo de todo aquel que trata de ser diferente.

Por eso tenemos tanto miedo a no ser como los demás.
Y peor todavía, cuando nos presentamos confesando a Dios y como testigos de Dios.
Además, es el riesgo de presentarse como profeta de Dios, diciendo la verdad cuando todo el mundo prescinde de Él y prefieren vivir en el engaño o la mentira, cada uno a su aire.

Es más fácil decir la verdad a los que no nos conocen que a aquellos que nos conocen desde siempre.
Es fácil hablar en nombre de Dios cuando Dios es interesante en la conciencia de los demás.
Lo difícil es decir la verdad cuando nos conocen.
Es difícil hablar de Dios cuando rechazamos a Dios
y vivimos tranquilos sin Él.

Por eso, es difícil ser diferente al resto.
Jesús lo sabe muy bien.
Todos se pusieron furiosos y lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte con intención de despeñarlo.

Y nosotros también algo sabemos de todo eso.
Basta que uno diga que es creyente para que el resto empiece a hacer guiños y le mande indirectas.
Basta que uno se confiese católico, para que el grupo lo vea como un tipo raro.
Basta que uno confiese o se atreva a hablar de Dios en público, para que fácilmente alguien diga por ahí: “Todavía crees en esas antiguallas”.
No digo que lo quieran despeñar barranco abajo, pero sí fácilmente lo marginan como un “aguafiestas”.

Ahí está la razón por la cual preferimos ser como todos.
Pasar como escondido y anónimo entre todos.
Así nos evitamos problemas.
Vivimos en una sociedad que tradicionalmente se declara católica.
Pero luego, personalmente, como que nos sentimos un tanto acomplejados de serlo.
No es que hoy neguemos a Dios, aunque muchos sí lo siguen negando.
Pero lo cierto es que Dios no tiene demasiado espacio hoy en nuestra cultura.
Es mucho más importante la “moda”.
Y la moda es la “indiferencia”, el “silencio de Dios”.
No es fácil hablar de Dios en un ambiente en el que Dios no tiene espacio.



Ser uno mismo, es todo un compromiso.
Ser uno mismo, es todo un reto y desafío.
Pero ser uno mismo es chocar con los demás.

Ser un mismo es mostrarse diferente.
“Ser alguien que se ponga actuar escuchando fielmente a Dios, es difícil y que sea bien mirado en su tierra”, que yo me atrevería a decir, entre los mismos bautizados.

Creo que Pagola lo supo expresar muy bien: “Los creyente no lo debiéramos olvidar. No se puede pretender seguir fielmente a Jesús y no provocar, de alguna manera, la reacción, la extrañeza, la crítica y hasta el rechazo de quienes, por diversos motivos, no pueden estar de acuerdo con el planteamiento cristiano de la vida”.

Por Juan Jaúregui, publicado en Religión Digital

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