Llena de gracia

Este es el tiempo del año para las historias familiares, las tradiciones gastadas y profundamente amadas que nos recuerdan quienes somos, las anécdotas que explican las relaciones en la familia y donde pensamos que encajamos en el mundo.

Con esa imagen en mente, podemos imaginarnos que estamos escuchando la historia del Evangelio de hoy, la Visitación, de boca de un grupo de ancianos primos que recuerdan a María, Isabel y Zacarías, años después de que estos acontecimientos tuvieran lugar. Como en muchas familias, nos cuentan su historia compartiendo más comentarios que detalles.

"¿Recuerdas a la tía Isa? Estaba tan emocionada que no creo que supiera lo que estaba diciendo."

"Y el tío Zacarías, pobre hombre- lo único que podía hacer era quedarse allí oyendo la cháchara de las mujeres. Todos decíamos que sería un milagro de Dios el día que se callase, pero nadie pensaba que realmente fuese a suceder."

"No te olvides, todo esto pasó cuando la familia todavía vivía como campesinos en el campo; nos llamaban paletos cuando íbamos al lío de la ciudad y del templo."

"¡Vamos! ¿No se había predicho esto durante largo tiempo? Deberían haberlo comprendido desde el principio."

"Ya, pero, ¿quién pensaba de verdad que iba a suceder? Una cosa es hablar sobre los grandes días por venir y otra pensar que de verdad está sucediendo, especialmente en tu propia familia".

Por supuesto, Lucas presenta su relato del Evangelio de una forma más estructurada y comedida, usando palabras cuidadosamente elegidas y detalles que anticipan lo que vendrá. Pero la historia del Evangelio de hoy es todavía una historia de familia; de hecho, es la historia de nuestra familia, una narración de los primeros días de nuestro propio clan religioso.

Podemos afirmar que Isabel y Zacarías son nuestros ancestros tanto como se nos ha enseñado que María es nuestra madre. Así que, ahora es el momento de escuchar de nuevo el relato.

Parece que Santa Isabel -la tía Isa- fue la teóloga que llegó justo al meollo de todo. Aunque a Tomás de Aquino le llevó múltiples volúmenes desarrollar su Summa Teológica, probablemente estaría de acuerdo en que Isabel la resumió perfectamente en una sola frase: "¡Dichosa tú que has creído que lo que ha dicho el Señor se cumplirá!".

Isabel comprendió lo que el Salmo 40 la enseñaba cuando dice "Sacrificios y ofrendas no te satisfacen (...) el hacer tu voluntad, Dios mío, te ha agradado." Isabel se dió cuenta de que se había convertido en otra Sara que podía reír alegremente ante lo que Dios estaba haciendo. También comprendió que su joven familiar María era la encarnación viviente de la proclamación del Salmo: "Tu ley está en medio de mi corazón".

El gran acto de fe de Isabel consintió en creer que Dios estaba de hecho trabajando en y a través de mujeres humildes de pueblecitos insignificantes de una nación conquistada y derrotada. Antes de que Zacarías cantase su Benedictus, la madre de Juan el Bautista profetizó estaba de hecho viniendo en medio de Su Pueblo.

Las lecturas de hoy nos invitan a atesorar en la memoria profunda a estas dos mujeres que son nuestros antepasados en la fe, estas dos cuya fe les alimentó lo suficiente para creer en lo que la razón les decía que nunca podría suceder. Estas dos sabían que solo eran mujeres. No solo eso, sino que Isabel era demasiado mayor y María demasiado inexperta; no podía haber expectativas racionales de que las promesas de Dios se cumplirían a su través.


Pero esa imposibilidad, su manifiesta incapacidad, fue precisamente su ventaja. Porque sabían que por sí solas no podían cumplir, no limitaron a Dios a sus propias habilidades o expectativas. Estaban lo suficientemente vacías para ser llenadas por la gracia de Dios.

Hoy, mientras nos preparamos para celebrar la fiesta de Navidad, se nos invita a contemplar el ejemplo de María e Isabel. Nos ofrecen un modelo de amistad enraizado en la fe compartida, una fe tan profunda que lo arriesga todo y que puede incluso tomar la aventura de un futuro desconocido.

Nos muestra lo que significa ofrecernos como los instrumentos humildes de Dios, en el que cada uno a su propia manera encarna la propia oración de consagración de Jesús: "Hágase Tu voluntad".

Hoy, Isabel la profeta proclama la bendición de María y nos llama a seguir su ejemplo. Isabel nos recuerda que el camino a la verdadera santidad, a la verdadera felicidad, es unirse a María en la fe de que las promesas de Dios se harán verdad.

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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