La conversión de San Scrooge

Tengo la sospecha de que el Papa Francisco es un fan de Scrooge, el hombre avaro, malhumorado, emocionalmente retorcido del Cuento de Navidad de Charles Dickens.

Dickens le llamó "un viejo pecador exprimidor, torturador, bronco, agarrado y codicioso. Duro y afilado como el sílex del que nadie ha conseguido sacar fuego, secreto, autocontenido y solitario como una ostra".

Su descripción del hombre adinerado fue tan clara y afilada que la palaba "scrooge" ha entrado en los diccionarios de lengua inglesa como aquel que es un misántropo, una estrecha y seca cáscara de un alma llena de acidez y bilis.

Sin embargo, piensa esto: Un cuento de Navidad no trata sobre un pecador. Va de un pecador que atraviesa un proceso de conversión. Es una historia que se ha repetido a lo largo de la historia de la humanidad: con la mujer que lavó con sus lágrimas los pies de Jesús, con San Pablo, con San Agustín, con San Francisco de Asís, con Dorothy Day.

En Nochebuena, el hombre que dijo a la vida: "¡Bah, que la den!" es visitado por tres fantasmas: el de las navidades pasadas, el de las navidades presentes, y el de las navidades futuras. A través de sus intervenciones, a través de su ayuda, Scrooge se da cuenta del desolado desierto en el que ha convertido su tiempo en la tierra.


En su libro de 2008 Mirando al Sol, el prestigioso psiquiatra Irvin D. Yalom describió esas visitas como "una terapia de shock existencial... una experiencia de despertar".

Al mirar al futuro, escribe Yalom, "Scrooge observa su cadáver abandonado, ve a extraños apropiándose de sus pertenencias (incluso sus sábanas y sus pijamas) y escucha a miembros de su comunidad hablar de su muerte alegremente".

Por medio de esas visitas, Scrooge llega a darse cuenta de que ha estado llevando una deprimente vida de miedo y egoísmo, y se convierte -toma una nueva vida-.

Scrooge abandona su vivienda el día de Navidad y da dinero a los pobres, regalos a los que previamente había evitado, aumenta el sueldo a Bob Cratchit y abre su corazón a la familia de Bob, especialmente a Tiny Tim.

"Se convirtió -escribió Dickens- en un amigo tan bueno, en un jefe tan bueno, y en tan buen hombre como la buena vieja ciudad sabía, o como sabe cualquier otra vieja buena ciudad, pueblo o barrio en el buen viejo mundo. Y siempre se decía de él que sabía como pasar bien la Navidad, si algún hombre vivo sabe llevar tal conocimiento. ¡Qué verdaderamente se diga eso de nosotros, de todos nosotros! Y así, como decía Tiny Tim, "Que Dios nos bendiga a todos".

¿San Scrooge? Sí, ¿por qué no?

No me entiendas mal. Cuando dije antes que pienso que el papa Francisco es un fan de Scrooge, no es porque Scrooge se haga santo. Es porque Scrooge es un modelo para nosotros tanto de pecador como de santo.

Cada uno de nosotros tiene nuestros momentos de "Bah, que le den" y de ser duros como el diamante. Cada uno de nosotros necesita una conversión y necesita ayuda para llevar a cabo esa conversión.

Es poco probable que nos caigamos de un caballo como San Pablo o seamos visitados por una serie de fantasmas como Scrooge. Encontraremos ayuda de los demás -si miramos-. Y si quienes nos rodean tienen la voluntad de dárnosla.

Eso es lo que significa ser católico, según Francisco. El año pasado, al final de la primera parte del Sínodo de obispos sobre la familia, llamó a los católicos a conectar y alzar a los Scrooges del mundo.

Nos dijo que necesitamos ser una Iglesia "que no tenga miedo de comer y beber con prostitutas y publicanos".

Dijo que nuestro trabajo en la vida es ser una Iglesia "que no se averguenza del hermano caído y
pretende no verlo, sino que por el contrario se siente comprometida y casi obligada a animarlo y a levantarlo para que retome su viaje y acompañarlo hacia el encuentro definitivo con su esposo (Jesús), en la Jerusalén celestial".

El corazón de esta historia de Navidad es una alegre corriente de paz y alegría en un mundo de violencia y pesar. Podemos, como el pecador Scrooge, llevar el dolor a las vidas de los demás. O, como el santo Scrooge, llevarles amor.

Todos somos, en mayor o menor medida, como Scrooge. Necesitamos ser visitados, ser ayudados para abandonar el miedo y el egoísmo.

Y al mismo tiempo, necesitamos llegar a los Scrooges que nos rodean. Necesitamos encontrarlos y ayudarlos -para caminar juntos en la senda de la vida hacia Dios-.

Por Patrick Reardon, traducido del National Catholic Reporter

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