Regresar de la más profunda angustia

Si alguna vez has necesitado un ejemplo de recuperación, y quien no lo ha hecho, tengo uno para ti. Conoce a Milton Brown. A sus 64 años, ha sufrido tanta violencia -violencia emocional, violencia militar, violencia callejera, violencia estructural- que el solo hecho de estar vivo es prueba del viejo dicho de que lo que más importa en la vida no es lo que logramos sino en lo que nos convertimos.

Conocí a Milton hace cinco años cuando estaba sin un penique y vagabundo, durmiendo por las noches en una caja de cartón en la calle del Capitolio de Washington al lado de la Oficina de Publicaciones del Gobierno. Durante algún tiempo, tomó refugio en un albergue de la Avenida Nueva York, pero el ruido, las peleas y la obligación de marcharse antes del amanecer eran desventajas demasiado fuertes.

Para conseguir comida, acudía al Centro Padre McKenna, llamado así por el jesuita Fray Horace McKenna, cuyo ministerio a los pobres de Washington es legendario.

"Lo más duro sobre vivir sin un techo", cree Milton, "son los tiempos muertos, la soledad permanente".

La violencia emocional comenzó en su infancia en Norfolk. Nunca conoció a su padre. Su madre, lastrada por la pobreza, le abandonó al cuidado de sus abuelos. En 1968, sin dinero para estudiar, fue reclutado para la Guerra de Vietnam.

Con su baja estatura, tenía las dimensiones perfectas para el combate en la red de túneles de millas de largo de Cu Chi cerca de lo que entonces se llamaba Saigón y donde los soldados norvietnamitas vivían escondidos por el día y aparecían por la noche para batallar a los estadounidenses.


Armado con una linterna, una bayoneta y una pistola, el soldado Brown se convirtió en una rata de
túnel y en una máquina de matar.


Hoy Milton no puede recordar cuantas vidas norvietnamitas se llevó en sus once meses- cinco días dentro de los túneles y cinco días fuera- pero desde luego que recuerda el efecto que tuvieron.

"Maté a tanta gente bajo tierra que solo la heroína me ayudaba a no pensar en ello" cuenta. "La heroína era suministrada por el Ejército, un hecho generalmente desconocido por el público. Pero es cierto. Todavía me persigue la imagen de quitarle la vida a un chico delante de mí. No tenía más de catorce años".

Miltón volvió a casa en agosto de 1971 convertido en un adicto a la heroína, una lacra que continuaría hasta el año 2008 cuando casi murió por la completa abstinencia. Recuerda esos años como "una pesadilla en vivo. Veía demonios. Sólo la misericordia de Dios me salvó".

Sus dos matrimonios fracasaron, el primero de 1971 a 1978, el segundo de 1979 a 1982. "Estaba esperando que mis mujeres me ayudasen a salir del hoyo en el que estaba metido. Pero estaba demasiado abajo para que nadie pudiese sacarme".

Milton tuvo dos hijos. El primero fue asesinado en 1997 en una calle de Washington. El segundo se niega a hablar con él.

Hace dos años Milton, por fin limpio, encontró un trabajo nocturno en Wendy´s y otro matutino en una agencia de alquiler de coches, ambos a nueve dólares la hora. Ahora gana un poco más limpiando el suelo de supermercados de Washington, justo lo suficiente para pagar la renta de un pequeño apartamento. Regularmente visita a un psiquiatra de la Asociación de Veteranos del Ejército que le ayuda a tratar con los traumas de Vietnam. Para luchar contra la depresión, toma antidepresivos.

Durante los últimos cinco años, he invitado a Milton a hablar en mis clases de instituto y de universidad. Siempre comienza sus charlas mencionando a "Mi Señor y Salvador Jesucristo" al que concede todo el mérito de su recuperación. Mis estudiantes escriben cartas de agradecimiento a este hombre resilente que ha descendido a los más profundos pozos de la angustia para elevarse hasta encontrar una gran paz interior.

Uno de mis estudiantes de la Universidad de Georgetown escribió a Milton:

Gracias por compartir tu historia y derribarme de mi vida, derribarnos de nuestras vidas. Aquí en Georgetown, soy el primero en admitir que vivo en un cuento de hadas. Vivo en una bella casa, con personas amables y las cosas son seguras y reconfortantes. Sin embargo, camino tres manzanas hasta la Calle M y encuentro a hombres y mujeres cuya casa es la calle, que están viviendo una realidad muy diferente que mi artificiosa burbuja en la Universidad de Georgetown.

Estamos plantados en nuestras falsas realidades de la vida en el campus sin tener ni idea de las historias y la vida de personas como tú. Tu coraje, valentía y amor son auténticos. Eres un modelo increíble para todos los que se acercan a ti y nadie podrá arrebatártelo. 

Por Colman Mc Carthy. Traducido del National Catholic Reporter


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