Hacer el trabajo

Cuando estaba en el instituto, mis amigos y yo montamos una banda de rock. Tocamos algunas canciones originales -con letras nuestras, de verdad- y un montón de imitaciones de Oasis. Era muy divertido, y probablemente no éramos malos comparados con otras bandas de garaje de nuestro grupo de edad.

Aún así, fácilmente cualquiera pudo haber adivinado que no íbamos a vender muchos discos. Nunca dimos un concierto de pago en un local. Nos lo pasamos bien vistiéndonos como y jugando a ser estrellas del rock, pero no estábamos preparados para el duro trabajo que habría supuesto convertirnos en auténticos músicos.

Yo era el peor. Mi papel en la banda era el de cantante líder, pero ahí terminaba mi contribución. Necesitábamos un guitarrista rítmico o un bajista, pero nunca tuve la paciencia para aprender ninguno de esos instrumentos. Al final, algunos miembros de la banda se fueron a otros proyectos -sin mí-.

Fue verdaderamente doloroso en su momento, pero visto con perspectiva no les puedo culpar. No estaba asumiendo mis responsabilidades. No practicaba y no estaba pensando en serio en el éxito de la banda. Estaba más interesado en la imagen de ser parte de una banda que en el duro y repetitivo trabajo de desarrollar mi arte como músico.

No fue ni la primera ni la última vez que puse la imagen antes que la sustancia. En el instituto, quería ser una persona sana y ajustada, pero no quería hacer ejercicio ni cambiar mi dieta. En la universidad, quería ser un reconocido novelista (¿quién no?) pero nunca me discipliné a mi mismo para escribir. Y así. A lo largo de mi vida, a menudo he intentado dar la imagen del tipo de persona que me gustaría ser, pero no siempre me he tomado en serio la pregunta: ¿De verdad estoy dispuesto a hacer el trabajo?

Si no, tengo un problema. Porque sin trabajar no habrá frutos que recoger. El 99% del tiempo de un pintor se pasa en el caballete, no recibiendo premios. Los escritores se pasan años sentados en una mesa -escribiendo, editando, agonizando sobre su trabajo. Los atletas y los músicos entrenan y
practican mil horas para conseguir cinco minutos de gloria.

Al final del día, es el trabajo el que permite recoger su recompensa. Si no me gusta la monotonía diaria de escribir, poco importa en realidad lo glamouroso que sea ser autor. Si no quiero pasar la mayor parte de mi tiempo disponible tocando un instrumento, no voy a ser un músico. Los atletas de pro tienen que amar las miles de horas de entrenamiento tanto como los momentos de gloria. Van en un mismo paquete.

¿Cuál es el trabajo que estoy llamado a hacer, incluso si nunca llega la gloria? ¿Cuál es el trabajo desagradecido y aburrido que encuentro, en sí mismo, inspirador? Para mí, esa es la prueba decisiva de la realización. En vez de buscar una imagen que satisfaga mi ego, la plenitud llega cuando presto atención a la actividad diaria que me hace estar vivo.

El trabajo no tiene que ser pinturesco o de moda, de hecho, casi con toda seguridad no lo será. Nadie vive a la luz de los focos la mayor parte del tiempo, ni siquiera las estrellas del rock. Pero si sigo la verdad del trabajo para el que Dios me ha creado, encontraré la paz. Y tal vez, algún día, incluso algo de gloria. 

Traducido de Micah Bales

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