Ambu

Se montó en ese tren con destino a Andhra Pradesh. No pasó la aduana del idioma; no entendió nada. Tuvo entonces que volver a su punto de partida, pero en Tamil Nadu tampoco le esperaba nadie. No lo parece, pero ésta es la historia de alguien que sólo es un niño.
Arvind tiene nueve años. Para él, Tamil Nadu era su tía. Y su tía le pegaba. Nació en Trichy y no tiene padres. No recuerda nada más. Prefirió quedarse en la calle, tratar de sobrevivir, como otros tantísimos chavales que, siendo niños, empezaron a vender los envases que encontraban desechados -vasitos de café- para poder comer algo.
Chicos de la calle, príncipes de nada, mastican contaminación y no piden nada. Pero un día un salesiano les encuentra. Los comienzos de las grandes cosas siempre son así de sencillos: primero uno, con nombre y apellidos; luego otro, y otro, hasta que llega el día en que cualquier persona que ve a un niño vagabundear por las calles de Chennai puede conducirle a los centros de los fathers. Porque aquí todo el mundo les conoce y aprecia su labor.
Hoy los salesianos tienen sólo en esta ciudad tres orfanatos -en 1985 tuvo lugar la primera apertura- para niños de la calle: dos masculinos y otro femenino. Fr. Johnson Bashyam lleva seis años dirigiéndolos todos. Antes de ello, pasó un tiempo en las Islas Andamán, ayudando tras el tsunami, y todavía antes dedicó 25 años a los chicos de la calle, esta vez en Andhra. Conoce las dos caras.
¿Qué pesará más: tres meses en la calle o a saber cuántos golpes dentro de casa? Miro a Arvind y evito formularle esa pregunta. Su rostro, su tristeza interrogativa, parece también desear formular alguna, pero no responde a la mía, aunque creo que se la imagina. ¿Qué cosas te gustan? Las ciencias y jugar al ajedrez. Le conozco en la sede del Don Bosco Ambu Illam Social Service Society (DBAI), donde Fr. Johnson y su equipo coordinan las tres boys homes y los otros proyectos.
Porque han ido creciendo y actualmente atienden a más de mil chavales. No sólo sin hogar, sino en desventaja social. Intervienen en trece slums y los chicos de allí tienen toda la flexibilidad ofrecida: pueden decidir cuándo entrar o salir, dormir en las instalaciones de los salesianos o en su slum... Cuando quieran y lo que quieran, quizá desde los cinco años, tal vez hasta los veinte. Porque los salesianos no les obligan a volar cuando cumplen la mayoría de edad: muchos de ellos viven allí mientras trabajan por ejemplo en el Pizza Hut y van a la universidad. Es un proyecto cuanto menos revolucionario.
"Let the Children be at the Heart of everything we do"
Ese es el lema, inspirado en San Juan Bosco, de las salesianas Ambu Illam. "Illam" significa "casa" en tamil; "ambu" es "amor". Tienen razón. Porque, al entrar en cualquiera de ellas, lo primero que sientes es el ritmo. Como los latidos del corazón. La música suena y las niñas bailan, dentro de la femenina, coordinada por monjas salesianas. ¿Están en clase de danza? No, sólo juegan. Es domingo y pueden improvisar las tareas.
Cada una lleva un conjunto de ropa distinto. Algunas visten ropa india y otras occidental; muchas de "uno no elige el metal de su voz". En el caso de estas niñas, de sus singulares cantarinas vocecitas, no eligieron nacer en medio de un barrio pobre y ahora que ya tienen un hogar que las arropa y las mima, siguen sin poder elegir qué ropa ponerse o el color del bolígrafo que quieren. Viven con lo que les toca en el reparto, pero visten la alegría de lo indecoroso y ríen sin ningún rencor social. Parecen libélulas: frágiles, fosforitas, ruidosas, fantásticas y con ganas de volar.

ellas combinan falda india con camiseta europea. Como escribió Antonio Muñoz Molina, 
Por eso el visitante se siente tan contrariado. No sabe si reír como ellas o si llorar. Comer con las manos, por ejemplo: lo que para nosotros es un pequeño sacrificio -¿con las manos? No estoy acostumbrado-, para ellas es un gran privilegio: ¡comer! A Geetha su madre la intentó vender al nacer. Se puede vivir sin cubiertos y sin zapatos, pero es difícil acostumbrarse a vivir sin mamá.
Del amor
Recuerdo el libro de Stendhal con este mismo título cuando entro en la siguiente casa del amor, la Don Bosco Ambu Illam. Esta vez toda para chicos, pero sensibilizada con la misma música: la banda sonora de las más famosas tamil movies.
Me gustan esas películas por lo mismo que me gustan los niños: son fantasiosas, coloridas, tan ingenuas que resultan anacrónicas, tiernas pero también violentas. Los chicos bailan con toda su energía. Imitan los pasos del protagonista. Son tan guapos como él, pero no les rodean los espejos. Su casa es una gran explanada para jugar y un gran porche para comer y estudiar. Lo edificado es la parte más pequeña del recinto.
Veo su ropa extendida cara al sol. La acaban de lavar. Veo sus cuadernos aún sin recoger porque, aunque es domingo, la pizarra está escrita: han estado repasando inglés."También su tamil es un tamil callejero" me dice su profesor. Llega la comida en grandes recipientes que parecen lecheras. Dan gracias porque no siempre la han tenido.
A la hora de la siesta, ninguno se retira a descansar en solitario: ponen la tele, que también está en el porche. Se sientan en el suelo, en sillas, y hay quien se duerme sobre uno de los pupitres. Me pregunto dónde le alcanzaría el sueño cuando tenía que descansar al raso sobre las sombras de la vida callejera.
Entonces le encuentro: Arvind está en una esquina. Me cuenta que acaba de llegar, éste va a ser su primer día en un lugar donde ya todos se conocen. La familia está formada y, como en todas partes, mandarán los chavales más mayores. Vas a hacer muchos amigos. Y aunque en su carita ahora algo màs tranquila que aquel otro día al menos la furia puede esperar, aún el afecto está por anclar.
Esa es la tarea de Lieo Charles: quererles. Brother salesiano, tiene sólo 27 años y es la persona que vive con ellos cada día. Duerme donde ellos, come lo que ellos, se asea como ellos, reza por ellos sin necesidad de oficiar misa alguna y les cuida todo el tiempo. Sólo deja la casa del amor las horas que tiene que ir a la universidad a terminar sus estudios de matemáticas, cuando ellos están atendidos por el profesor, también jovencísimo, durante un máximo de cinco horas de introducción al estudio en su propio hogar, en pos de que al año siguiente puedan incorporarse a un colegio con la máxima naturalidad posible. Personas como ellos -"Like Don Bosco, always for/with the young"- pueden hacer el mundo menos nada y más mundo.
La primavera en desafío
Los muchachos se han enganchado a una de las películas de X-men. Lobezno ocupa el primer plano y
parece recordarles todas las veces que han experimentado, en el pasado, que el hombre es un lobo para el hombre, cuando Lieo les dice que ya la echarán otro día. Lieo significa "león" en tamil. Porque estos niños no necesitan más lobos, sino un león fuerte y pacífico que haga las veces de padre, madre y amigo. Sin un ápice de protesta uno de ellos apaga el televisor y además cierra el cajón dentro del que está guardado. Descubro, entonces, en él una pegatina de un paisaje verde y florecido con un mensaje que dice algo así como que las grandes hazañas, al empezar, siempre son pequeñas, como la primavera.
Empiezan los juegos. Cricket, pelota, badminton, boomerang, la comba. En algunos, elbrother es un jugador más. En otros, les dirige y les va eliminando. Ayapan baila antes de lanzar un balón que cae en un rincón. Ahí se encuentra Arvind sentado. Pero entoncesSaravanan se acerca y le enseña a Arvind dos gatitos que ha encontrado.
Son callejeros, como ellos fueron. Tienen en las legañas la candidez de cada duda -¿será bueno conmigo? ¿me dará de comer? ¿me ayudará a reunirme de nuevo con mi familia, a encontrar el camino de vuelta?-, de cada miedo. Igual que ellos.
Porque Saravanan tiene en su cara las marcas de algo que seguramente fue horrible y se quedó indefinidamente callado pero visible en medio de su belleza, debajo de su mirada tan india: tan profunda. Arvind acaricia a los gatitos sobre el regazo de Saravanan. Y después de unos pocos minutos empiezan a jugar entre los dos, Saravanan y Arvind.
Por Lucía López Alonso, publicado en Religión Digital

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