Abre la muralla

Querida Carmen:
Estos días, la prensa ha traído la noticia del descubrimiento de un trozo de mandíbula de 2’8 millones de años, en Etiopía, como el resto fósil humano más antiguo. Esto puede cambiar para siempre lo que sabemos sobre nuestros ancestros.
No sé si sabes de esta noticia, y si te ha llevado a alguna consideración personal. A mí me ha recordado la posdata de una carta tuya:
A los 15 años, tuve voluntad de aprender,

a los 30, me consolidé
a los 40, me abandonaron las incertidumbres
a los 50, adquirí conciencia,
a los 60, llegué a tener buen oído para escuchar,
a los 70, puedo ya seguir los deseos de mi corazón sin infringir las normas.

(Confucio, Libro II)
Y me pregunto si estos logros de tu persona fueron un don especial que tú has ido recibiendo, de lo cual tienes que sentirte especialmente agraciada, porque supone una madurez humana envidiable.
Tengo el convencimiento de que alcanzar esta madurez no es habitual en nuestra sociedad: Porque contemplando la sociedad que nos envuelve no veo este progreso. Más bien nos domina un progreso y el deseo de un bienestar material que nos hace daño, al encerrarnos en las murallas de nuestro egoísmo.
No contemplo una voluntad de aprender una sabiduría para vivir, a no ser el deseo desorbitado de hacerse con el último modelo de móvil y saber manejarlo. Uno tiene la impresión de que hoy la felicidad se pone en relación al uso y dominio de los elementos electrónicos.
La incertidumbre crece con los días, cuando contemplamos las oleadas de refugiados, la insensibilidad de los políticos, cuando la obediencia a la ley sólo tiene vigencia cuando se adecúa a mis deseos y proyectos. ¿Qué certeza puede tener hoy la humanidad de cara al futuro, cuando nuestro nivel humano está decreciendo y aparece borroso el horizonte? ¡Luminosamente borroso!
Además, crece la incapacidad de la escucha. Solo cuenta seguir los deseos de un corazón inconsciente, que arrastra toda norma y que proyecta la vida social hacia la cerrazón y la violencia. ¡Soy yo, y después yo… lo que cuenta!, a lo sumo “nuestro pequeño grupo”, político, social, religioso… para sentir más vigoroso “mi yo”. Damos la impresión de que llevamos inoculados en el cuerpo los gérmenes de la corrupción.
Después de 2’8 millones de años, uno se pregunta si lo que sabemos más de nuestros ancestros, nos va a dar luz y sabiduría para vivir nuestro futuro. ¿Cuántos millones de años más tendrán que pasar para alcanzar esa sabiduría de Confucio?
La historia está abierta a la vida. Pero nosotros cerramos las fuentes de la vida. Lo sugiere el Papa Francisco en la plegaria del Ángelus (OR.11.9.15, nº 37):
… a menudo nosotros estamos encerrados en nosotros mismos, y creamos muchas islas inaccesibles e inhóspitas. Incluso las relaciones humanas más elementales a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada, la patria cerrada… Y esto no es de Dios. Esto es nuestro, es nuestro pecado.
Cerrazón. Abertura. En el manejo de estas dos palabras está la llave para hacernos con una verdadera sabiduría de la vida. Pero no deberíamos olvidar la estrofa del poeta Hölderlin:
Querías, tú también, lo más sublime, pero

el amor nos obliga a descender a todos;
más recio nos doblega el dolor, pero no
torna nuestro arco en vano a su punto de origen.

(Curso de la vida)
Una sabia combinación de amor y dolor, -¡cuántas experiencias hay de ello en la vida!- nos hace progresar en el sentido profundo de la vida. Empieza el otoño: es un tiempo de colores bellos, del fruto que llega a la sazón, de la serenidad y de la paz interior que siempre despierta la nostalgia de más vida.
La humanidad se remonta a 2’8 millones de años… Quizás los científicos han tenido algún lapso y pueden ser muchos más los años de tu infancia…
Gracias, Carmen, por tu carta,  hablas siempre desde la paz y la serenidad de tu corazón. No te canses de hacer este servicio. Un abrazo.
Por José Alegre, abad de Poblet, publicado en Religión Digital

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