El caballo de San Pablo

“Es extraordinaria la historia de la caída (de san Pablo) del caballo cuando iba a Damasco a apedrear
cristianos. No resulta creíble”. Esto decía un periodista, especializado en información religiosa, en uno de los números de “El País” de este mes de agosto, al entrevistar a un conocido teólogo y escritor. La pregunta (en realidad, la afirmación) denota el grado de incultura religiosa de muchos ciudadanos, tanto creyentes como no creyentes. En cuestiones religiosas todos se creen con derecho a opinar (cosa que me parece estupenda, porque se trata de temas que nos afectan personalmente), pero lo triste es que muchos opinan desde el desconocimiento. Circulan por ahí una serie de tópicos religiosos que casi nadie discute y muchos dan por buenos. Pero estos tópicos, además de ser falsos, contribuyen a propalar la incultura y ofrecen una imagen falsa, ñoña y ridícula de la religión.

En mis intervenciones públicas, suelo decir a veces: “si alguien encuentra el caballo en el que iba montado san Pablo en su camino hacia Damasco, que me avise, porque estoy dispuesto a comprarlo a precio de oro”. Cierto, en internet pueden encontrarse muchas imágenes del supuesto caballo con san Pablo caído a sus pies. La verdad de la buena es que no hay tal caballo. Para darse cuenta, basta leer el texto de los Hechos de los Apóstoles con un poco de cuidado. Lo peor es que si, al recordar ese texto, nos quedamos con la historia de un caballo que no existe, nos imposibilitamos para comprender su auténtico sentido. Esta historia del encuentro de Pablo con Cristo resucitado es muy significativa: el texto dice que Pablo se encontró con Cristo al encontrarse con los cristianos. “Yo soy Jesús, a quién tu persigues”. ¿A quién estaba persiguiendo Pablo? No a un muerto, evidentemente, sino a los cristianos. Cristo resucitado, entonces y ahora, se hace presente en la vida de los cristianos.

Hay otros tópicos falsos que circulan con demasiada frecuencia sobre historias bíblicas, que no facilitan su buena comprensión. El de Eva, castigada por comer una manzana (una manzana que no existe) en el paraíso, es de los más conocidos. Otro menos citado es la historia llamada del “joven rico”. Si alguien en el evangelio de Marcos (digo bien de Marcos) encuentra a un “joven varón”, al que Jesús le dice que renuncie a todos sus bienes para seguirle, que me avise, para que yo pueda saludarle. En el Evangelio de Marcos no hay ningún joven. Quizás sí en el de Mateo. Pero sin olvidar que en el de Lucas se trata probablemente de una persona mayor. Dicho de otra manera: lo que importa no es la edad del personaje bíblico, sino la disposición del lector actual del texto (sea cual sea su sexo, edad y condición) de seguir a Jesús.

Por Martín Gelabert, OP. Publicado en Dominicos.org

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