Confiada en la providencia de Dios

Hermana María Azucena, OCD. Publicado en Religión Digital
Allá por los ochenta hice el Camino de Santiago, sola y sin dinero. Así me lo pedía el corazón. Llegué desde la Comunidad Monástica de Mas Blanc en autostop a Jaca (Huesca) y quise subir la empinada ladera del puerto de Canfranc, expresamente, para poder comenzar allá, en el ramal aragonés de la ruta francesa (el más largo), la extensa caminata. Y la aventura de recorrer los cerca de mil kms con las fuerzas que tuviera y confiada en la Providencia de Dios.
Era idea que me rondaba en el corazón desde hacía tiempo... Lo hice discernir en Comunidad, recibí la bendición del Superior y emprendí el camino. Por supuesto no estaba aquello como ahora y doy gracias a Dios por ello. Llevaba un plano sencillo y una guía que me hablaba de la historia y arquitectura de los templos, su simbolismo, maravilloso románico que salpica aquí y allá todo el trayecto.
Fui haciendo un diario de ruta... anotando en ella incidentes y oraciones que debía de corazón a todo aquel
que me acogía y me encomendaba intenciones suyas, problemas...
Portaba una mochila, un saco de dormir y una capa pluvial que, aunque mes de junio-julio, hube de utilizar en alguna que otra ocasión. Comía fruta que iba pillando por el camino y en las poblaciones, en casas que me inspiraban sencillez y confianza, -a veces también algún convento-, pedía algo de comer (lo cual no es nada fácil, puedo asegurarlo bien).
Eso sí, como nunca quise hacer pesar sobre nadie mis propias decisiones, pedía "sobras" de comida. No quería que se lo quitara nadie para dármelo a mí. Pedía esas sobras que nadie quería y se reservaba para animalillos... (tuve que tragar muchos nudos de garganta para poder decirlo...) Y algo, la gente amable, me iba dando. Extrañaba una mujer y sola. Se compadecían.
Pero yo lo tenía claro entonces. Hoy no hubiera sido igual porque, de tan popular y publicitado se ha vuelto peligroso; se oyen noticias de mujeres agredidas y desaparecidas, lo cual me hace calibrar lo expuesto de viajar sólo en el actual contexto.
Me ofrecían a veces llevarme en coche unos kms... pero yo rehusaba siempre agradeciendo su interés; explicaba, como exigencia interior, el hacerlo todo a pie.También me querían dar dinero de vez en cuando, apurados, si no tenían alimentos para ofrecer... Y, por la misma razón, también rehusaba. En alguna ocasión veía a la buena gente tan desconsolada por no aceptar yo el donativo que lo cogía finalmente agradeciendo su bondad, pero lo echaba enseguida en el cepillo de la iglesia más cercana. No quería dinero para el camino.
Dormía en cualquier lugar. Mejor el monte y los bosques que las poblaciones, y si caía la noche estando en ellas, salía presto a las afueras sintiéndome muy segura en el badén solitario que dejan las cunetas de muchas carreteras comarcales. En el gris difuso de la tarde-noche, sin iluminación ni viviendas a la vista, nadie repara en un bulto oscuro en un punto prácticamente invisible de la carretera, aunque pasen coches.
Las grandes ciudades buscaba cruzarlas en pleno día. Tenía algunas referencias y peregrinos expertos aconsejaban acercarse a casas religiosas y seminarios. En Logroño paré en casa de unas Religiosas con las que alguien me puso en contacto. En Burgos, caí de casualidad y sin saberlo, en la Iglesia del Carmen anexa al Convento de los Padres Carmelitas donde en aquel momento se celebraba la Eucaristía.
Me acerqué tras la Eucaristía a saludar al sacerdote (siempre pedía bendiciones a los sacerdotes que
iba encontrando en el Camino) y no sé qué pinta tendría y qué impresión le daría al pobre que se ocupó personalmente de llevarme a las hermanas Adoratrices de Burgos (que él atendía). Me prepararon una cama, ducha caliente y comida, obligándome a parar y pasar el día. Yo estaba abochornada del revuelo generado en tan pacíficas monjas (hacen vela continua del Santísimo) y me negaba a usar sábanas limpias teniendo yo mi saco; pero me obligaron a todo, como si a ellas no les costara el esfuerzo, pobres hermanas. Nunca olvidaré su bondad y sencilla abnegación. Y seguí el Camino.
En Leyre, los benedictinos atienden siempre al peregrino. Lo tienen casi "de constitución" pues su regla dictamina que es como si lo hicieran con Cristo. Me dieron dos platos, pan, vino y fruta. Toda la amabilidad del mundo en un ambiente de silencio esplendoroso y unos paisajes de ensueño. Todo para, además de rehacer el cuerpo, sanar el alma de dificultades, cansancios y penas. Recuerdo que lloré mucho; hice sin darme cuenta una especie de "catarsis" porque lloraba y lloraba sin saber porqué. Sólo necesitaba llorar.
En una población que no recuerdo entré en la Iglesia (buscaba siempre los templos del camino para asistir a misa, si podía, o hacer un rato de oración; me daban paz). Caía ya la tarde y pensaba que no me daría tiempo a salir de la población con luz suficiente y encontrar a tiempo un lugar seguro para dormir. Y me encomendé al Apóstol que estaba en una imagen al lado mío en un lugar discreto de la iglesia. De
repente escuché un manojo de llaves tintinear de arriba abajo del templo y supuse al Sacristán recogiendo con idea de cerrar el recinto hasta el día siguiente. Me quedé en mi rincón sin respirar ni abrir los ojos rezando el Apóstol. Había poca iluminación, justo la claridad de unas cuantas velitas, muy agradable para rezar.
Así iba yo escuchando el rac-rac de cada cerrojazo de puertas, una tras otra.... Hasta que se oyó el último y no más. Sólo silencio. Entonces abrí los ojos y me di cuenta de que estaba felizmente encerrada y bien solita para toda la noche. Y no dejaba de dar gracias al Santo por su amable acogida... Al final, cuando me cansé de velar, me estiré en un banco y pasé una de las noches más benditas de mi vida.
¡Qué gozada Jesús! ¡Con el Señor en la reserva y una legión de santos custodiando tomé recarga y fortaleza para el resto del camino!! Supe que era ya de día cuando me despertó el nuevo raca-raca de las llaves y las puertas... una tras otra. Cuando el buen sacristán acabó su gira y se fue hacia adentro, yo cogí mis cosas y me fui hacia afuera. De nuevo mochila al hombro saludando gozosa, por la puerta, al sol y al nuevo día.
En Astorga me acogieron en el Seminario (tenían grandes espacios habilitados para el pernoctar de peregrinos) y en Foncebadón, en plena sierra y con bastante fresco, me ofrecieron los lugareños un pajar, confortable y cálido. Allí pude darme cuenta de lo protegido y calentito que pudo estar Jesús, a pesar de su pobreza. ...
En los bosques de Galicia dormía tranquila pero me olisquearon toda clase de bichos. Por el crujir de las hojas bajos sus patas podía calibrar su peso y juraría que me husmearon zorros y algún jabalí. Además de Jesús siempre me encomendaba al Santo Apóstol que siempre me protegieron; pero en plena naturaleza
llamaba a Francisco, el amigo de las criaturas. Tapada con el saco sin dejar un pelo fuera, me encomendaba a todos los santos y, como hacía fresco y estaba reventada, al final dormía de un tirón hasta el alba. Saludaba al día que se colaba entre las ramas y a seguir la ruta.
Así fui llegando hasta que llegué del todo. La Iglesia de maravilloso románico, el Santo... y mucha gente. Ya me parecía demasiada entonces con lo cual, viendo lo de ahora, me quedo apabullada. Fui a la oficina del peregrino y , aunque no llevaba el requisito de ir sellando una tarjeta por el cura de las diversas poblaciones de paso (lo cual yo desconocía), por lo que contaba yo y la pinta que traía se quedaron convencidos. Y me extendieron la Compostelana (firmada por el entonces Arzobispo de Santiago Mn. Rouco Varela) que guardo enmarcada, querida, sufrida y preciosa.
Llevaba conmigo todas las oraciones de la buena gente que me encontraba y que me encomendaban. Las llevé al Santo y durante mucho tiempo les seguía rezando cada día... Y sigo agradecida.
Y todo este borbotón, proviene de una experiencia humana y espiritual muy fuerte en mi vida, en un periodo que podría entenderse aún como "búsqueda". En aquel entonces yo tenía ya bien integrados mis referentes en la fe. Pero yo me encontré personas en el camino con infinitud de planteamientos diversos, con fe (cristiana y no cristiana)y sin ella. Y sé que en ese tiempo de indigencia y provisionalidad viviendo el presente de la marcha cotidiana, los mismos recursos humanos y espirituales, el mismo esfuerzo personal y la misma fuerza "de arriba", regalada por ese amor que nos trasciende, nos unía a todos.
Y como nunca, sentía que el buen Dios era el mismo y la misma fuerza de su amor y su bondad nos sostenían. Por eso nunca radicalizo la confesión religiosa. Nosotros mismos rayamos a menudo en cierto fanatismo que en otros criticamos. No queremos darnos cuenta ni creerlo pero es así; una triste evidencia.
Por supuesto yo daré razón y razones de mi fe, los argumentos que fueren... Y confesaré mi amor por Jesucristo, mi convicción con respecto a su papel en la historia de la Humanidad. Pero sé que el mismo Dios se asoma a la conciencia por distintos caminos y que esto es también Voluntad suya.
Jesucristo, que para nosotros es referente y guía, va dándose a conocer y revelándose a los que Él designa. Poco a poco. Incluso, dentro de su Iglesia pues muchos, en realidad, aún no le conocen. Lo cual no quiere decir que no espere a todos.
En definitiva ocurre que hemos de crecer mucho aún, como raza humana y en universalidad, para entender a Jesús profundamente, conocerle a fondo y comprender, con verdadera perspectiva, lo que significó su paso entre nosotros. Pero esto es un desvelar de conciencia, iluminado, que ni siquiera nosotros mismos ( su Iglesia) aún calibramos bien.
Amor de Dios y hermano tiempo harán el resto.

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