Recibir a la gente

El Evangelio de hoy se abre tras un período de gran actividad y acontecimientos ominosos. Jesús fue rechazado en casa, así que acudió a otros lugares y envió a sus discípulos a predicar en Su nombre. Volvieron con éxito, pero preocupados y temerosos por el martirio de Juan el Bautista. Era el tiempo para que Jesús y sus amigos se reunieran y discernieran la voluntad de Dios hacia ellos.

Por desgracia, no todos los planes de descanso funcionan de la manera que uno esperaría- ni siquiera para Jesús. La voluntad de Dios se haría clara en el momento en que Jesús comprendió la necesidad de la gente. No importa cuanto le hubiese gustado tener tiempo para relajarse, para charlar con sus compañeros y para escucharlos, el hambre de la gente sobrepasó sus preferencias.

San Luis de Marillac, el fundador de las Hijas de la Caridad, enseñó a sus hermanas a estar dispuestas a abandonar la oración para servir al pobre, conscientes de que estaban abandonando a Dios por Dios. Tal fue la intuición de Jesús en este caso. Había querido retirarse para discernir la voluntad de Dios y enseñársela a Sus discípulos; la realidad fue que el hambre de la gente reveló la voluntad de Dios y la respuesta de Jesús fue enseñar a sus discípulos lo que más necesitaban.

Jesús miró a la multitud que había acudido a su encuentro y vio gente que estaba hambrienta de más que lo que los líderes religiosos de su tiempo les ofrecían y estaban dispuestos a recorrer grandes distancias para encontrarlo. ¡Por supuesto que les respondió! Ellos querían lo que Él tenía y estaba deseando compartir.

Ese día en Israel, Jesús recibió a la gente que iba tras Él como ovejas sin pastor.

¿Quienes son esa gente hoy? Es de común conocimiento que la mayor confesión hoy es la Iglesia Católica y que el segundo mayor "grupo religioso" en el país es el de la gente que se ha marchado de la Iglesia Católica. Si miramos a esa realidad a la luz de la Escritura de hoy, nos encontramos bajo un imperativo.

Comencemos por Jeremías: "¡Ay de los pastores...!" Cada uno de nosotros en la iglesia debería escuchar esta llamada porque todos hemos sido bautizados para llevar a cabo la misión de Jesús y eso incluye ser pastores los unos de los otros. Podremos tener grandes multitudes en la eucaristía, y podremos estar orgullosos de nuestras obras de caridad, pero ¿qué pasa con las masas de gente que permanece hambrienta en cada sentido de la palabra? ¿Estamos respondiendo?

En Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nombra proféticamente algunas de las hambres de nuestro mundo cuando dice:

No podemos ignorar el hecho de que en las ciudades están teniendo lugar el tráfico de personas, el comercio de drogas, el abuso de menores, el abandono de los ancianos y de los enfermos y variadas formas de corrupción y actividad criminal. Al mismo tiempo, lo que podrían ser lugares significativos de encuentro y solidaridad a menudo se convierten en lugares de desolación y desconfianza mutua. La proclamación del Evangelio debería ser una base para restaurar la dignidad de la vida humana es este contexto. 

Advirtiéndonos contra la complacencia, dice:

Estamos viendo hoy en muchos trabajadores pastorales, incluidos hombres y mujeres consagrados, una desordenada preocupación por su libertad personal y su descanso, que les conduce a ver su trabajo como un mero apéndice de su vida. Uno puede observar en muchos agentes de evangelización, incluso aunque rezan, un agudo individualismo, una crisis de identidad y un enfriamiento del fervor. Estos son tres males que se alimentan mutuamente.

Francisco bien podría haber concluido el párrafo diciendo: "Estas son tres marcas de los pastores inadecuados".

Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Ante todo, rezar. Rezar por los buenos pastores y para que la gracia y la generosidad personal estén de nuestra parte. Entonces, como las hijas de Luis de Marsillac, debemos levantarnos, listos para que Dios nos envíe a los hambrientos.

Además, es tiempo de animar a otros a responder a la llamada de Dios para ser pastores, a invitar a hombres y mujeres a los que Dios ha dado ese don a ser trabajadores pastorales, religiosos o sacerdotes. También necesitamos que cada bautizado tome parte en continuar la misión de Jesús, defendiendo la restauración de la dignidad humana.

Por Mary Mc Glone, traducido del National Catholic Reporter

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