¿Aparcar a los niños frente a una pantalla?

No hace mucho, asistí a una charla en el MIT en la que uno de los presentadores, un profesor de informática, ofreció una graciosa anécdota sobre su hija de dos años, que había comenzado a hablar más y más. Le sorprendió, dijo, que tras las convencionales "mamá", "papá", "sí" y "no", que fueron las primeras palabras de su hija, el siguiente pensamiento articulado que salió de su boca fue "saltar anuncio".

Para muchos de nosotros, se ha convertido en un lugar común lamentar el enorme papel que las tecnologías virtuales han tomado en nuestras vidas. Por ejemplo, el jesuita Fray James Martin una vez contó como, mientras paseaba por un mercado agrícola al aire libre en un bello y soleado día rodeado por las melodías de los músicos callejeros y el olor de los melocotones maduros, de repente una mujer, golpeando su blackberry y escuchando su iPod, "ignorando todo y todos lo que la rodeaban", "pasó como un cuchillo entre nosotros y corrió fuera".

Esa palabra me apuñaló: "como un cuchillo". Cuando la gente me pregunta por qué todavía tengo un teléfono "tonto" en vez de un smartphone, a veces respondo que puedo rezar y reflexionar mejor y permanecer en el momento presente si no estoy continuamente distraído por un influjo de emails. Pero a veces cuento la historia de James Martin e intento explicar como la tecnología de la mujer la hizo pasar "como un cuchillo". Esas tecnologías -que pueden ser tan útiles en tantos contextos- también pueden convertirnos en armas.

Pero no es solo en círculos espirituales en los que está en el aire un cierto neoludismo vagamente apocalíptico. Recientemente, incluso una empresa lanzaba un anuncio lamentando que los niños ya no juegan nunca en la calle.

He encontrado edificante leer una serie de artículos publicados por The New York Times siguiendo al lanzamiento del documental "Web Junkie", que trata sobre un centro de tratamiento de la adicción a Internet en China para taciturnos chicos que han perdido su conexión con el "mundo real".

El primer artículo presentaba estadísticas descorazonadoras sobre el uso de la tecnología por la gente joven: "El niño medio de ocho a diez años pasa casi ocho horas al día con una variedad de medios y los niños mayores y adolescentes gastan más de once horas al día", según la Fundación Familia Kaiser.

"Estamos dejando a los niños frente a las pantallas todo el día, dándoles distracciones en vez de enseñándoles a calmarse y tranquilizarse ellos solos", explica la psicóloga de Harvard Catherine Steiner- Adair.

Además, sufren las interacciones personales. "Si al niño se le deja jugar al Candy Crush en el camino al colegio, la conducción será tranquila, pero eso no es lo que los niños necesitan", dice Steiner- Adair. "Necesitan tiempo para soñar despiertos, para tratar con sus ansiedades, procesar sus pensamientos y compartirlos con sus padres, que pueden proporcionar consuelo".

El artículo también advierte sobre la especialmente preocupante presencia de videojuegos violentos en las vidas de los jóvenes. "Me gusta la sangre y la violencia", dice un niño de cuarto de primaria cuyo juego favorito es Call of Duty.

Ahora, el Times ha profundizado más en la materia con cinco artículos en su foro de debate.

El profesor de la Universidad de Yale Marc Potenza recapitula el debate "sobre si uno puede ser adicto a Internet en sí mismo, o si Internet es un vehículo de transmisión de otros comportamientos adictivos". Brendesha Tynes, profesor asociado de la Universidad de Carolina del Sur, intenta distinguir  "entre el tiempo de pantalla que interfiere en la vida", tal como las relaciones que suponen cyberbullying, "y las que conducen a compromisos más positivos". Kimberly Young, psicólogo y profesor de la Universidad de San Buenaventura, ha desarrollado guías parentales pararegular la tecnología a diversas edades, mientras que Chris Bergman, fundador y director ejecutivo de Chore Monster, dice que es inútil y contraproducente que los padres intenten limitar el tiempo de pantalla de los adolescentes.


El quinto artículo es una contribución especialmente interesante de Danah Boyd de Microsoft Research. Boyd nos propone examinar las causas sociales profundas de la atracción de la gente joven por las tecnologías virtuales. Algunos niños acuden a Internet buscando comprensión y aceptación. "Como una niña friki que crecía en la América profunda en los años 90", dice Boyd de sí misma, "Internet era el único lugar en el que no me sentía juzgada". "Quería ser virtual, que mi cuerpo no importase, para vivir en un mundo solo digital".

Otros en cambio, acuden al mundo virtual porque la sociedad no les ha dejado otra opción. "Hemos
encerrado en casa a nuestros chicos porque vemos al mundo físico como un lugar más peligroso que nunca antes", escribe Boyd, "aunque según prácticamente cualquier dato vivimos en la sociedad más segura de la historia". "Ponemos unas exigencias sin precedentes sobre los hombros de nuestros niños, con actividades organizadas, deberes y duras expectativas. Y entonces nos sorprende que queden exhaustos y ahogados".

"Para muchos adolescentes, la tecnología es una válvula de escape. Simplemente proporciona una salida".

Es claro, entonces, que más allá de empoderar a los padres para tomar decisiones cada vez más difíciles sobre la exposición de sus hijos a las pantallas de ordenador, necesitamos también convertir todos nuestros ambientes sociales en mas asertivos, más positivos, y en fin más placenteros y más vigorizantes. "Mientras la realidad siga siendo algo de lo que escapar", dice una línea de la novela de Thomas Pynchon Vicio inherente, "los cárteles de la droga seguirán teniendo negocio". Lo mismo puede decirse, evidentemente, sobre la droga tecnológica.

Por Nicholas Collura. Traducido del National Catholic Reporter

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