Dios respeta como nadie nos respeta

Desde posturas ateas se suele afirmar que si Dios existiera la libertad humana quedaría comprometida. También desde posturas creyentes se afirma que Dios nos pedirá cuentas de todo lo que hacemos, porque nada escapa a su mirada. Son modos de concebir a Dios como si fuera el rival del ser humano, o como si Dios no respetase nuestra intimidad y coartase nuestra libertad. Pero mirando a Jesús nos encontramos con un Dios muy distinto. Se trata de un Dios que ha creado al ser humano a su imagen y semejanza. Y esta imagen encuentra su mejor realización en el hecho de que el ser humano es libre, no sólo en el sentido de que puede elegir entre hacer una u otra cosa, sino en el sentido fuerte de que puede decidir sobre sí mismo, porque es dueño de su vida. Esto es lo que nos permite decir que en las manos de cada persona está su salvación o su condenación.

Cierto, desde el punto de vista creyente, el ser humano depende de Dios, ha salido de Dios y todo lo que tiene se lo debe a Dios. Pero Dios se lo ha regalado sin condiciones. Una vez aparecida a la existencia, la criatura conduce su vida según sus propios criterios. Dios puede aconsejarle, y siempre le aconseja que busque el bien y que sea feliz, pero nunca le obliga. Por eso, el ser humano puede desobedecerle y hasta puede enfrentarse al que le ha dado la vida. Cristo crucificado es la prueba evidente de que los seres humanos somos libres para rechazar a Dios.

Dios nos respeta como nadie nos respeta. Respeta incluso el que vayamos a la perdición. No porque quiera que nos perdamos, sino porque nos quiere libres. Si nos hizo libres y a su imagen fue porque, entre todas las criaturas, buscaba una capaz de acogerle y de responder a su amor. Pero la libertad tiene una contrapartida inevitable: la posibilidad de utilizarla mal. Nuestra vida es como un cheque en blanco que Dios nos da, para que lo rellenemos nosotros; Dios siempre mantiene su firma. La única manera que Dios tendría para evitar un mal uso de la libertad sería quitarnos la libertad. Pero dejaríamos de ser humanos y no podría darse el amor. Un robot siempre hace lo que quiere su amo. Pero un robot no puede dar amor. Un persona sin libertad es una contradicción, es un robot.

Por Martín Gelabert, OP. Publicado en Dominicos.org

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