Dios no es obediencia, sino igualdad en el diálogo

Hoy (25.7.2015) se cumplen los 1690 años de la clausura del Concilio I de Nicea.
Durante casi trescientos años, la iglesia había vivido en condiciones de marginación o clandestinidad, de manera que sus obispos no pudieron (ni necesitaron) celebrar concilios universales, pues la “reunión” del año 49 en Jerusalén (cf. Gal 2; Hch 15) había tenido otro sentido, lo mismo que los muchos sínodos parciales que se fueron celebrando en muchas zonas (como en Cartago: años 220, 251, 252 etc.).

Sólo tras la paz de Constantino (313 dC), y con ocasión de las disensiones sobre el carácter humano y divino de Jesús (arrianismo), fueron necesarios y posibles los conciliosque se celebraron con el apoyo de la autoridad imperial. El primero de ellos fue el de Nicea (bajo el emperador Constantino).
En los siglos anteriores, los problemas básicos se habían resuelto por consenso indirecto, esto es, por convergencia práctica entre las iglesias principales (Antioquía, Alejandría, Éfeso, Roma…), de manera que antes (y después) de la paz (edicto de Milán, 313) las comunidades compartían una fe y se reconocían entre sí, superando los posibles riesgos de ruptura. Pero, de hecho, tras la paz, las cosas se volvieron diferentes, no sólo por los nuevos riesgos que surgieron, sino también, y sobre todo, por la situación de las iglesias, que aparecían dotadas de poder público.
El conflicto comenzó con Arrio a quien se recuerda como promotor de un cisma (herejía) que dividió la iglesia en el siglo IV y V. La discusión comenzó en torno al 319 cuando Arrio acusó a su obispo Alejandro de seguir la doctrina de un tal Sabelio (que tendía a identificar al Hijo con el Padre). Condenado por su obispo Alejandro, Arrio buscó la protección y ayuda de otros obispos, iniciando una larga disputa que se extendió a casi todas las Iglesias de oriente.
Hasta aquel momento, los cristianos afirmaban sin gran dificultad que Jesús era Hijo de Dios, vinculado al Padre, pero sin precisar mejor sus relaciones. Pues bien, retomando y formulando de modo riguroso una visión latente en tiempos anteriores, y elaborando, de manera lógica, unos principios platónicos, Arrio forjó tres afirmaciones que marcaron desde entonces (por contraste) la forma en que la Iglesia entendió a Jesús:
Arrio decía que Jesús había sido creado por el Padre, partiendo de la nada, de manera que no
forma parte de su divinidad sino que posee una realidad inferior aunque muy excelsa (perteneciendo según eso al mundo y no a Dios), de manera que puede presentarse de hecho como intermediario entre el mundo y Dios. Esta tesis responde al “genio” del platonismo, que entiende la realidad como un proceso descendente, desde lo más alto a lo más bajo.
‒ Ha surgido en el tiempo. Arrio afirmaba, según eso, que hubo un tiempo o, quizá mejor, una “eternidad” en la que el Hijo no existíaCristo, Hijo de Dios, forma parte del despliegue temporal de la realidad.
Inferior a Dios, segunda divinidad. En un sentido extenso, los seguidores de Arrio podían afirmar Jesús era divino, como ser excelente o elevado, primera de todas las criaturas, pero añadiendo que su divinidad era diferente a la del Padre, de manera no convenía llamarle Dios verdadero. 
Los libros en los que Arrio formuló su pensamiento (en especial uno llamado Talia) fueron destruidos, de manera que resulta difícil precisar lo que él decía. A pesar de ello, por las acusaciones de sus críticos, conocemos básicamente su doctrina, que aparece como una elaboración judeo-helenista:
‒ Presupuesto racional: jerarquía de los seres. Arrio concibe la realidad de forma escalonada, como despliegue jerárquico de una divinidad que desciende desde lo más perfecto (Dios trascendente) a lo imperfecto (mundo inferior). Los hombres formamos parte del mundo inferior, lejos de Dios, y necesitamos que alguien superior a nosotros pero inferior a Dios, nos revele su misterio (ese será el Logos/Cristo). Lógicamente, ese Cristo intermedio es más que humano, pero menos que divino.
‒ Presupuesto religioso: subordinación piadosa. Este presupuesto resultaba (y resulta) muy atractivo para muchos fieles que identificaban la religión con el sometimiento. Los arrianos confesaban que Jesús había sido siempre un individuo humilde, y obediente a Dios, de gran piedad y obediencia religiosa. La nota esencial de su vida era la sumisión. A su juicio, era osadía llamarle divino, es soberbia hacerle igual a Dios. La grandeza de Jesús estaría en su sometimiento. Por eso debemos concebirle como inferior a Dios, siervo suyo.
El arrianismo constituye una forma lógica y piadosa de entender el evangelio: Dios seguiría alejado (más alto), de manera que nada ni nadie le puede alcanzar, sino Jesús que ocupa el lugar intermedio de la escala teo/cósmica (entre Dios y el mundo), tocando por un lado a Dios y por otro a los hombres, siendo de esa forma ejemplo de plena dependencia, en una línea que ha desarrollado más tarde el Islam.
Pues bien, en contra de eso, la iglesia de Nicea señaló que la actitud más propia de los cristianos no es la sumisión/sometimiento, sino el amor mutuo entre iguales, la identidad de naturaleza entre al Padre y el Hijo.
Los arrianos parecían más religiosos, pues afirmaban que la respuesta lógica del hombre (y de Cristo) ante Dios era el sometimiento, conforme a una visión posterior muy extendida entre los católicos, para quienes la religión aparece como expresión de “absoluta dependencia”, es decir, de una jerarquía sagrada.
En contra de eso, los Padres de Nicea defendieron la igualdad total (no el sometimiento) entre el Hijo Jesús y Dios Padre. 
Pues bien, los 318 obispos reunidos en el palacio imperial de Nicea, bajo presidencia del emperador, rechazaron la postura arriana, y afirmaron que Jesús no es dependiente de Dios, sino divino, con-substancial (=homo-ousios) al Padre. Eso significa que Jesús y Dios están vinculados como iguales, en comunión, sin superioridad de uno, ni sumisión de otro. Nicea supera así una interpretación jerárquica del cristianismo.
Esta fórmula contiene tres implicaciones o consecuencias, que paradójicamente se vinculan. (1) Define a Dios (implícitamente) como diálogo de Vida entre el Padre y Jesús. (2) Define al hombre (implícitamente) como aquel en quien el mismo Dios (no un delegado suyo) puede revelarse y se revela de hecho, de manera que Jesús es Dios (Hijo de Dios), no un ser intermedio entre Dios y los hombres. (3) Vincula a los hombres con Dios en Cristo. Así responde a los presupuestos teológicos de Arrio:
‒ Perspectiva religiosa. La religión no es sometimiento de inferior a mayor, sino comunión de iguales. Frente a la falsa virtud pagana (arriana) del sometimiento, Nicea ha destacado la comunión
personal: no somos súbditos unos de otros (ni siquiera de Dios), sino hermanos y amigos, compartiendo la misma “esencia”.
‒ Perspectiva filosófica. Nicea ha rechazado una visión jerárquica de Dios, una ontología descendente y gradual, que divide y separa en el Todo sagrado lo más alto (Dios arriba) y lo más bajo (humanidad mundana). Sabe que hay distinción (Dios es divino, el hombre es criatura), pero esa distinción no conduce a la jerarquía, sino a la vinculación personal en un diálogo maduro.

‒ Perspectiva social: Las iglesias son comunidades de iguales, y en ellas la comunión (no el poder) es signo y presencia de Dios. Por eso, se puede afirmar que Jesús es hombre y tiene la misma identidad de Dios, se expresa y despliega a través de la comunión en igualdad entre los hombres.

La formulación de Nicea sigue siendo esencial para superar la pretensión de aquellos que defienden el sometimiento eclesial o teológico, e insisten en la obediencia religiosa. Dios no es obediencia del Hijo al Padre, sino consubstancialidad personal, la igualdad en el diálogo.
Por Xavier Pikaza (selección de fragmentos). Publicado en Religión Digital

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