Muchas partes, un cuerpo

Hace años, tuve el privilegio de vivir entre el pueblo aymara de Perú. Nacidos en un territorio conquistado por los incas y de nuevo, siglos después, por los españoles, este pueblo tenaz en sus raíces ha conservado su propio idioma y cultura a pesar de todos los intentos por imponerles una cultura y una manera de hablar uniforme. Siempre les he admirado por su fidelidad durante siglos a la verdad de quienes son.

Los aymaras saben que hay cosas que solo se pueden decir en la lengua materna. Las ideas pueden tal vez ser traducidas al latín, al español o al griego, pero ninguna traducción expresa el sabor y la profundidad de la verdad contenida en las palabras originales y en la manera en que resuenan en su contexto doméstico. Si quieres comunicar algo profundo, es mejor hacerlo en tu propio idioma.

La fiesta de Pentecostés me trae a la cabeza al pueblo aymara. Cuando leía la narración de Lucas sobre los efectos del Espíritu sobre los discípulos, me golpeó el hecho de que su don de lenguas evangélico no fue ningún esperanto carismático- un idioma que pudiese resolver todas las complicaciones de la diversidad de lenguajes y culturas. No, en realidad, las lecturas nos alejan de esa clase de insulsa armonía para salvar la cacofonía y el misterio de la multiplicidad de lenguas.

Lucas tiene cuidado en remarcar que los discípulos guiados por el Espíritu se dirigían a la multitud en el idioma hablado por cada uno de ellos. Eso significa que el mensaje que compartían podía ser- debía ser- comunicado en todas y cada una de las lenguas.

Si quieres una imagen visual de lo que esto significa, estudia la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Ahí
tenemos a la Virgen María, la Madre de Dios, no como una joven judía o una santa renacentista, sino morena, una belleza mestiza vestida como una princesa indígena y rodeada de símbolos mesoamericanos y cristianos.

Durante siglos, la gente ha comprendido el mensaje que representaba: el cristianismo no solo podía llegar a América, sino que podía convertirse en genuinamente americano en su expresión. En otras palabras, el Espíritu de Dios no puede ser confinado a un particular tiempo o cultura.

Como nos advierte el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, "La palabra de Dios es impredecible en su poder. La Iglesia tiene que aceptar esta libertad sin reglas de la Palabra, que cumple Su voluntad de maneras que sobrepasan nuestros cálculos y maneras de pensar".

En su primera carta a los corintios, San Pablo mismo suena un tanto anárquico cuando utiliza la imagen del cuerpo humano para hablar sobre la variedad de dones personales y expresiones de vida evangélica. Podemos dar las gracias de que cuando especifica partes del cuerpo para representar a los miembros de la comunidad, limita sus alusiones a los oídos, los ojos, las manos y los pies, dejando a la imaginación del lector determinar a qué se refiere cuando habla de partes "débiles" o "menos honorables".

Pablo utiliza esta imagen provocativa para enfatizar la importancia de la cuestión. Hablando a una comunidad amenazada por la competición y el clasismo, Pablo quiere que se den cuenta de que están inextricablemente conectados.

Pablo comienza su selección con la afirmación salvaje de que "Nadie puede decir Jesús es el Señor sino por el Espíritu Santo". No se está refiriendo a la pronunciación de una serie de palabras, sino a la pertenencia a una comunidad reunida por Cristo y por el Espíritu. Pablo está asegurando que todos aquí hemos sido llamados por el Espíritu Santo- así que, te guste o no, esta es la comunidad que Dios ha formado.

En la visión de Pablo, el bautismo nos ha unido los unos a los otros tanto como nos ha unido a Cristo. Solo es a través de la comunidad de los bautizados que conocemos a Cristo y podremos hacerle presente en el mundo.

Los evangelios de Pentecostés completan este retrato mostrando a Cristo que promete su Espíritu y entonces aparece como resucitado en medio de los discípulos temerosos y escondidos. El mensaje que les trae es la paz, la misión que les lleva es el perdón. La paz que les ofrece es la reconciliación; quiero que ellos sepan que son amados plenamente y sin reservas. La misión que les encarga es simplemente compartir esa paz y ese mensaje de amor.

Pentecostés es la fiesta de un corazón y una mente siempre en expansión. Es la celebración que nos invita a mirar a la impresionante, a veces incluso irritante, variedad en el cuerpo de Cristo y a creer que somos don de Dios los unos para los otros. Es la promesa de Cristo de que el Espíritu nos empoderará para hablar el Evangelio como la lengua materna del cuerpo de Cristo.

Por encima de todo, Pentecostés no fue un acontecimiento puntual. Puede suceder, solo con que esperemos en el Espíritu.

Por Mary McGlone, traducido del National Catholic Reporter

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